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martes, 18 de enero de 2022

No hay ley de Dios que sea verdaderamente divina y pretenda atentar contra la vida o la dignidad del hombre y la mujer

 


No hay ley de Dios que sea verdaderamente divina y pretenda atentar contra la vida o la dignidad del hombre y la mujer

1Samuel 16, 1-13; Sal 88; Marcos 2, 23-28

En un diálogo que sostenía con una persona no hace mucho y en el que salió el tema de la religión, al preguntarle por su fe me respondió con lo siguiente: ‘La verdad que creó en Dios… pero no con la personas…’ Una respuesta que me resultó en cierto modo ambigua. Pudiera tener diversas interpretaciones, aunque luego me aclaró que él era musulmán pero su fe no pasaba por Mahoma, sin embargo es una frase que puede reflejar algunas actitudes que podemos encontrar en algunos que se dicen creyentes. Creyentes, dicen, para creer en Dios, pero no quieren creer en las personas.

¿Será esto posible? Posible es en el sentido de la desconfianza que fácilmente nos tenemos los unos de los otros; quizás por experiencias frustrantes tenidas en la vida, ya no se quiere confiar en nadie, desconfiamos del que está a nuestro lado y quizá nos decimos que creemos en Dios porque lo situamos de alguna manera en tales alturas lejos de nosotros que de alguna manera aunque nos llamemos creyentes, tampoco es grande la relación que podamos tener con Dios.

Pero también una actitud así nos puede reflejar las distancias que ponemos entre la fe que decimos que tenemos en Dios y lo que es nuestra relación con los demás. Nos refugiamos quizás en nuestros actos religiosos, pero prescindimos del prójimo que tenemos a nuestro lado. Son cosas que hemos visto demasiadas veces, pero son cosas que de alguna manera nos pueden suceder a nosotros también. Cuántas veces nos podemos ocultar tras nuestros actos piadosos para desentendernos de los demás. Cuántos rodeos podemos dar en la vida como aquel sacerdote y levita de la parábola del evangelio para no querer ver al que nos vamos a encontrar quizás a la entrada de nuestro templo.

Desde nuestra fe auténtica en Jesús, lo que llamamos nuestra fe cristiana, eso en verdad sería un contrasentido. No podemos encontrar una fe verdadera en Dios en la que no contemos con el hombre, en la que prescindamos de nuestra relación con nuestros semejantes. Nunca nuestra fe en Dios puede menoscabar la dignidad de la persona, ni puede mermar de ninguna forma el bien que tenemos que hacer al otro; es más, por esa fe que tenemos en Dios más tenemos que creer en la persona, más tenemos que cuidar y respetar al que está a nuestro lado, más tenemos en todo momento que hacer el bien al prójimo y amarlo. No hay ley de Dios que sea verdaderamente divina y pretenda atentar contra la vida o la dignidad del hombre y la mujer.

El Papa Francisco nos ha recordado no hace mucho unas palabras y enseñanzas de la santa que hoy estamos celebrando, santa Margarita de Hungría. Nos decía así: ‘Los creyentes nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para concentrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo, de manera que algunos aspectos de nuestras doctrinas, fuera de su contexto, no terminen alimentando formas de desprecio, odio, xenofobia, negación del otro’ (FT 282).

Me estoy haciendo esta reflexión a partir del texto que se nos ofrece hoy en el evangelio. Porque los discípulos al pasar por un sembrado van recogiendo algunas espigas para echarse a la boca unos granos de trigo que quizás aliviaran la fatiga del camino, como era sábado, por allá andan los fariseos echando en cara que los discípulos de Jesús están incumpliendo la ley del descanso sabático. ¿Está la ley por encima del hombre o la ley debería en todo momento salvaguardar la dignidad y el bien de la persona?

Es por lo que les dice Jesús que ‘el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado’. Creemos en Dios con toda nuestra fuerza, pero eso nos llevará siempre a creer también en el hombre, en la persona, en su dignidad.

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