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miércoles, 19 de enero de 2022

No seamos nunca sembradores de muerte, sino que nuestras actitudes, nuestras palabras, nuestros gestos sean siempre semillas de vida

 


No seamos nunca sembradores de muerte, sino que nuestras actitudes, nuestras palabras, nuestros gestos sean siempre semillas de vida

1Samuel 17, 32-51; Sal 143; Marcos 3, 1-6

Aquello del perro del hortelano, que ni come él ni deja comer al amo, es algo que nos encontramos en la vida muchas veces. Son las personas que siempre están al acecho de lo que puedan hacer los otros, al acecho porque siempre estarán con el dedo acusador levantado porque siempre ellos tendrán otra manera de hacer las cosas que les parece que es la única manera de hacerlo y no aceptarán de ninguna manera lo bueno que puedan hacer los demás.

Pasa, hay que reconocerlo, entre vecinos que siempre están detrás de los visillos, y es una forma de hablar, para ver y para juzgar, para mantener sus prejuicios, o para andar condenando a todo quiste sin saber realmente lo que están haciendo; son los que se dejan llevar por las apariencias, por sus prejuicios, por su manera de ver y de creerse los únicos y los mejores.

Pero decimos entre vecinos y nos quedamos cortos, porque demasiado es lo que vemos en este sentido en todo el ámbito de la vida social; cualquiera que quiera emprender una obra buena ha de saber que siempre, haya razón o motivo o no, habrá quien está en contra, quien lo juzgará y lo condenará incluso sin ver resultados.

No digamos nada en el ámbito de la vida política que siempre el adversario hará las cosas mal y los únicos que saben hacerlas bien son los de su cuerda. Es justo que haya disparidad de opiniones, forma parte de nuestra libertad y de nuestra libertad también de pensamiento, pero seamos capaces de ver lo bueno que hay en los demás. Cuántos ejemplos destructivos, de acciones destructivas desde estos razonamientos, nos encontramos en la vida de nuestra sociedad. Qué poco constructivos somos.

Creo que en el sentido más humano de la palabra, o en el sentido más humano que hemos de vivir como personas lo que tendríamos que hacer siempre es aprender a construir entre todos; necesitamos acercarnos para conocernos y para aceptarnos; necesitamos comprender que vivimos una misma humanidad y es entre todos cómo tenemos que construir nuestra sociedad; darnos cuenta que cada uno podemos aportar nuestro grano de arena, desde nuestras inquietudes y saber, desde nuestros valores y nuestras cualidades y que será como aprenderemos a hacer esa sociedad mejor. Qué lástima que seamos tan destructivos, porque a la larga nos estamos destruyendo a nosotros mismos.

Es la historia de nuestra humanidad, es la historia de todos los tiempos; cuántas cosas hemos ido destruyendo simplemente porque son ideas de los otros, porque son cosas de otro momento, porque eso que hay no sabemos compaginarlo con lo que ahora podríamos o tendríamos que destruir; y destruimos nuestra historia, destruimos nuestra cultura, destruimos la creación de otros genios que nos han precedido en la historia de la humanidad. ¿Qué dejamos nosotros a los que nos vienen detrás? ¿Qué valores estamos trasmitiendo a las nuevas generaciones cuando tanto destruimos? Leamos, si queremos y nos sentimos con fuerza para hacerlo, la misma historia que en el momento presente está transcurriendo en todos los sentidos.

El perro del hortelano que ni come él ni deja comer al amo. Me vino a la mente este refrán desde el texto del evangelio que hoy se nos ofrece y me ha sugerido esta reflexión que os he ido ofreciendo. Había un hombre enfermo en la sinagoga, era sábado y allí estaba Jesús queriendo proclamar el evangelio del Reino; pero por allá andaban los que siempre están al acecho, a ver qué hace Jesús. ¿Se atreverá a curar a aquel hombre saltándose todas las leyes del descanso sabático?

Pero Jesús les sale con la pregunta. ‘¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?’ ¿Podemos permitir que una persona siga sufriendo en nombre de esas leyes humanas? La persona en la vida, ¿para qué está? ¿Para destruir y dar muerte? ¿O acaso nuestra misión no es transmitir vida, dar vida?

Y esto lo podemos aplicar a muchas cosas, actitudes, posturas que tomamos en la vida. No destruyamos, sino construyamos; cuando no nos respetamos, cuando rechazamos de plano todo lo que pueda hacer el otro, cuando vamos llenos de prejuicios en la vida, cuando estamos condenando simplemente porque no es de nuestro parecer estamos siendo sembradores de muerte; que nuestras actitudes, nuestras palabras, nuestros gestos sean siempre semillas de vida y nunca de muerte.

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