No seamos nunca sembradores de muerte, sino que nuestras actitudes, nuestras palabras, nuestros gestos
sean siempre semillas de vida
1Samuel 17, 32-51; Sal 143; Marcos 3, 1-6
Aquello del
perro del hortelano, que ni come él ni deja comer al amo, es algo que nos
encontramos en la vida muchas veces. Son las personas que siempre están al
acecho de lo que puedan hacer los otros, al acecho porque siempre estarán con
el dedo acusador levantado porque siempre ellos tendrán otra manera de hacer
las cosas que les parece que es la única manera de hacerlo y no aceptarán de
ninguna manera lo bueno que puedan hacer los demás.
Pasa, hay que
reconocerlo, entre vecinos que siempre están detrás de los visillos, y es una
forma de hablar, para ver y para juzgar, para mantener sus prejuicios, o para
andar condenando a todo quiste sin saber realmente lo que están haciendo; son
los que se dejan llevar por las apariencias, por sus prejuicios, por su manera
de ver y de creerse los únicos y los mejores.
Pero decimos
entre vecinos y nos quedamos cortos, porque demasiado es lo que vemos en este
sentido en todo el ámbito de la vida social; cualquiera que quiera emprender
una obra buena ha de saber que siempre, haya razón o motivo o no, habrá quien
está en contra, quien lo juzgará y lo condenará incluso sin ver resultados.
No digamos
nada en el ámbito de la vida política que siempre el adversario hará las cosas
mal y los únicos que saben hacerlas bien son los de su cuerda. Es justo que
haya disparidad de opiniones, forma parte de nuestra libertad y de nuestra
libertad también de pensamiento, pero seamos capaces de ver lo bueno que hay en
los demás. Cuántos ejemplos destructivos, de acciones destructivas desde estos
razonamientos, nos encontramos en la vida de nuestra sociedad. Qué poco constructivos
somos.
Creo que en
el sentido más humano de la palabra, o en el sentido más humano que hemos de
vivir como personas lo que tendríamos que hacer siempre es aprender a construir
entre todos; necesitamos acercarnos para conocernos y para aceptarnos;
necesitamos comprender que vivimos una misma humanidad y es entre todos cómo
tenemos que construir nuestra sociedad; darnos cuenta que cada uno podemos
aportar nuestro grano de arena, desde nuestras inquietudes y saber, desde
nuestros valores y nuestras cualidades y que será como aprenderemos a hacer esa
sociedad mejor. Qué lástima que seamos tan destructivos, porque a la larga nos
estamos destruyendo a nosotros mismos.
Es la
historia de nuestra humanidad, es la historia de todos los tiempos; cuántas cosas
hemos ido destruyendo simplemente porque son ideas de los otros, porque son
cosas de otro momento, porque eso que hay no sabemos compaginarlo con lo que
ahora podríamos o tendríamos que destruir; y destruimos nuestra historia,
destruimos nuestra cultura, destruimos la creación de otros genios que nos han
precedido en la historia de la humanidad. ¿Qué dejamos nosotros a los que nos
vienen detrás? ¿Qué valores estamos trasmitiendo a las nuevas generaciones
cuando tanto destruimos? Leamos, si queremos y nos sentimos con fuerza para
hacerlo, la misma historia que en el momento presente está transcurriendo en
todos los sentidos.
El perro del hortelano que ni come él
ni deja comer al amo. Me vino a la mente este refrán desde el texto del
evangelio que hoy se nos ofrece y me ha sugerido esta reflexión que os he ido
ofreciendo. Había un hombre enfermo en la sinagoga, era sábado y allí estaba
Jesús queriendo proclamar el evangelio del Reino; pero por allá andaban los que
siempre están al acecho, a ver qué hace Jesús. ¿Se atreverá a curar a aquel hombre
saltándose todas las leyes del descanso sabático?
Pero Jesús les sale con la pregunta. ‘¿Qué
está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un
hombre o dejarlo morir?’ ¿Podemos permitir que una persona siga sufriendo
en nombre de esas leyes humanas? La persona en la vida, ¿para qué está? ¿Para
destruir y dar muerte? ¿O acaso nuestra misión no es transmitir vida, dar vida?
Y esto lo podemos aplicar a muchas
cosas, actitudes, posturas que tomamos en la vida. No destruyamos, sino
construyamos; cuando no nos respetamos, cuando rechazamos de plano todo lo que
pueda hacer el otro, cuando vamos llenos de prejuicios en la vida, cuando
estamos condenando simplemente porque no es de nuestro parecer estamos siendo
sembradores de muerte; que nuestras actitudes, nuestras palabras, nuestros
gestos sean siempre semillas de vida y nunca de muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario