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domingo, 21 de marzo de 2021

Tenemos el peligro de que vivamos tan obnubilados por el estado en que nos encontramos que no lleguemos a realizar ese paso de Dios, esa pascua, en nuestra vida

 


Tenemos el peligro de que vivamos tan obnubilados por el estado en que nos encontramos que no lleguemos a realizar ese paso de Dios, esa pascua, en nuestra vida

Jeremías 31, 31-34; Sal 50; Hebreos 5, 7-9; Juan 12, 20-33

Comienza hoy el evangelio con algo que pudiera parecer anecdótico, pero que no lo es tanto y puede tener un hermoso significado para nosotros. Dos gentiles quieren conocer a Jesús. ¿Algún gentil venido de alguna parte a Jerusalén en los días de la fiesta de la pascua porque quizá sentía alguna simpatía por los judíos o por la religión judía? Es una posibilidad, como podemos pensar hoy en alguien que estaba de turismo. Podemos pensarlo y no nos equivocamos tanto porque también en la antigüedad a la gente le gustaba viajar. No sería a la manera que hoy lo hacemos pero está también la posibilidad de alguien que quería conocer la cultura y la idiosincrasia de los judíos y venía también de viaje.

Pero sea una forma u otra, ahí se queda la anécdota aquellas dos personas querían conocer a Jesús. Y se valen de alguien a quien ellos ven cercano a Jesús, por eso acuden a Felipe, que se vale también de Andrés para presentarle a estos gentiles a Jesús. Pero no olvidemos que hay una curiosidad, una búsqueda de alguien que quiere conocer más, quiere conocer directamente a Jesús.

¿Y hoy podemos encontrarnos personas así? No lo dudemos, en lo que tenemos que pensar es la respuesta que nosotros damos a los que sienten también esa curiosidad por conocer a Jesús, por conocer el evangelio, se interesan por la vida cristiana y no siempre se sienten acogidos por nosotros para dar ese paso sincero y concreto de búsqueda de Jesús. Mucho tendría que hacernos pensar, cómo hemos de ser mediaciones para el encuentro con Jesús, pero nuestra mediación es pobre, indecisa, o nosotros mismos aunque sintamos ese deseo realmente no buscamos, ni ofertamos la ayuda de una búsqueda a los demás.

Estamos viendo, pues, que la anécdota era mucho más que una anécdota. Y ese algo tiene que estar muy vivo en nosotros. Ha llegado la hora, nos dice Jesús, en que el Hijo del Hombre va a ser glorificado. Escucharemos al final incluso, a la manera de una teofanía, la voz del cielo que lo señala aunque no todos entienden el signo de lo que ha sucedido.

En algún momento Jesús había dicho que aún no había llegado la hora. Ahora se muestra palpable esa hora, incluso con las palabras que se escuchan desde el cielo. ‘Lo he glorificado y volveré a glorificarlo’. Pero al mismo tiempo Jesús habla de un grano de trigo que ha de ser enterrado en tierra para que germine. ¿Cómo será ese ser enterrado en tierra? ¿Cómo ha de germinar el Hijo del Hombre? ¿Cómo va a ser glorificado? Ya nos hablará Jesús a continuación de que el Hijo del Hombre va a ser levantado en alto y entonces atraerá a todos hasta El. Y nos dice el evangelista que con estas expresiones está refiriéndose a su muerte y a su resurrección.

También cuando el diálogo con Nicodemo señala el evangelista que el mundo se mueve bajo sus pies – la gente decía que había sentido como un trueno - y se va a hablar entonces de esa glorificación. El Hijo del Hombre va a ser levantado en alto para atraer a todos hasta El. Porque el que crea en aquel que va a ser levantado en alto va a alcanzar los dones de la salvación, los dones de la pascua, el poder contemplar el rostro de Dios pero también como ese grano de trigo que es enterrado en tierra para que de fruto, para que nosotros obtengamos el fruto de nuestra resurrección, podrá obtener la vida eterna.

No vamos a ser un grano de trigo cualquiera, como no lo fue Jesús. Es el grano de trigo que se siembra en tierra para que germine y para que dé fruto. Pero para germinar tienen que morir. Es lo que pasó con Jesús; es lo que tiene que pasar en nosotros cuando nos unimos a Jesús y vivimos su pascua. Y vivir la pascua es pasar por la muerte para llegar a la vida.

¿Hemos pensado seriamente, con serenidad pero también con cierta profundidad que eso es lo que ahora nosotros vamos a vivir en la celebración de esta Pascua? ¿Cuál será la muerte por la que hemos de pasar para poder renacer, resucitar a nueva vida?

Tenemos el peligro de que vivamos tan obnubilados por el estado en que nos encontramos en medio de la pandemia que no se acaba, que simplemente digamos este año no hay semana santa y no llegues a realizar ese paso de Dios, es pascua, en nuestra vida. Alelados por no poder tener todas esas celebraciones exteriores que solemos tener, aunque el año pasado ya lo pasamos en circunstancias semejantes, dejemos pasar la oportunidad de celebrar de verdad, desde lo más hondo la pascua.

Hay vivencias pascuales que no tenemos por qué dejar de vivir cuando quizá además por otra parte más lo necesitemos. Puede ser el momento en que le demos aún mayor profundidad a lo que hacemos y celebramos integrando todas las circunstancias que vivimos en nuestra celebración pascual.

El Hijo del Hombre va a ser levantado en lo alto para atraernos a todos hacia sí, pero pensemos que al Hijo del Hombre lo podemos ver, lo tenemos que ver en tantos levantados en lo alto del sufrimiento, de su cruz, de su dolor, de sus soledades y traspasado por tantas cosas que lo dejan también desfigurado como los profetas describían al siervo de Yahvé. Y Jesús nos está diciendo que cuando lo veamos así va a ser glorificado, podremos contemplar la Hora del Hijo del Hombre, la Hora de nuestra Salvación.

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