De ahí, de esa misericordia que rebosa del corazón de Cristo, surgirá su palabra y su gesto… yo tampoco te condeno, vete y no peques más
Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Sal 22;
Juan 8, 1-11
Qué reconfortante es la Palabra de Dios, cómo nos llenan por dentro haciéndonos sentir las mejores alegrías, cómo nuestro corazón se llena de esperanza, de una esperanza nueva que nos hace ya pregustar como una vida nueva en nosotros. Si con sinceridad vamos caminando nuestra vida siendo conscientes de cómo estamos llenos de debilidades, se suman una y otra vez nuestros errores y tropiezos, contemplar esta escena del evangelio nos hace sentirnos impulsados a algo nuevo, a gozar en nuestro interior por la alegría que vivió aquella mujer pecadora pero nos hace sentirnos a nosotros también como revitalizados con lo nuevo que nos ofrece Jesús con su generoso perdón.
Es cierto que ambos pasajes que nos ofrece hoy la Palabra de Dios nos sugieren multitud de cosas que con el evangelio tendrían una iluminación nueva. Nos habla de dos mujeres, una realmente pecadora porque es cierto que ha sido sorprendida en flagrante adulterio, la otra es una mujer que se siente acosada por el machismo y la maldad de aquellos hombres que incluso por lo que representaban tendrían que haberse comportado con mayor dignidad.
Por eso, de alguna manera se sugieren multitud de temas que hoy están muy candentes en nuestra sociedad como lo es la discriminación de la mujer, el maltrato y el acoso sexual de la mujer, la violencia a que son sometidas y que son noticias casi de cada día también en el hoy de nuestra sociedad. Ambos textos reflejan y denuncian multitud de situaciones que aun hoy siguen sucediendo en nuestra sociedad actual.
Vaya al menos esta constancia que dejamos con nuestro comentario y que sea también de denuncia de lo que hoy sigue sucediendo. Muchas discriminaciones, malos tratos y violencias seguimos constatando en nuestra sociedad en este sentido. Y es precisamente el evangelio el que nos está pidiendo actitudes nuevas, un cambio radical de nuestras tradiciones y costumbres que tanto se necesita en nuestra sociedad de hoy para que toda persona sea siempre valorada y respetada en toda su dignidad.
Sin dejar de tener muy presente todo esto que venimos comentando hoy queremos subrayar en este texto del evangelio lo que es la misericordia compasiva del Señor para todos los pecadores. Como decíamos nos reconforta, hace renacer la esperanza en nuestros corazones. Sabemos que no tenemos que cargar para siempre con nuestro pecado porque el Señor se adelante misericordia para venir a nuestro lado tendiéndonos la mano que nos levanta, que nos hace llegar su misericordia y su perdón, siempre pone su esperanza en nosotros – porque Dios sigue creyendo en el hombre, mucho más de lo que nosotros creemos en nosotros mismos – y es posible comenzar una vida nueva sin la carga eterna de nuestro pecado.
Nos enseña, sí, actitudes nuevas que hemos de tener con los pecadores. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar y para condenar si nosotros somos también pecadores? Ojalá aprendiéramos la lección que muchas veces nos cuesta tanto aprender. Qué prontos somos para el juicio y la condena. Cuánto nos falta de generosidad en nuestro corazón y nos volvemos mezquinos con nuestras discriminaciones y condenas.
‘El que no tenga pecado, que tire la primera piedra’, es la sentencia de Jesús. Era cierto, aquella mujer había sido sorprendida en adulterio y podría merecer la condena y el castigo, aunque tendríamos que preguntarnos donde está el adultero que pecó con ella. Pero la misericordia tiene que aflorar primero que cualquier otro sentimiento. Una misericordia que va a hacer de la conciencia de que somos pecadores y de cuantas veces hemos necesitado nosotros del encuentro con ese corazón misericordioso que nos ofreciera su amor y su perdón.
Quienes has experimentado el amor en sus vidas, porque se sienten amados a pesar de sus debilidades, con esa misma misericordia tienen que saber tratar al hermano. En aquella ocasión todos se fueron escabullendo, pero tantas veces nosotros no nos escabullimos sino que seguimos allí apuntando con nuestro dedo.
De ahí de esa misericordia que rebosa del corazón de Cristo surgirá su palabra: ‘¿Nadie te ha condenado? Pues yo tampoco te condeno, vete y no peques más’.
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