Si
llegamos a ser capaces de llevar sobre nuestros hombros el sufrimiento del
hermano que camina a nuestro lado viviremos intensamente el misterio pascual de
Cristo
Jeremías 20, 10-13; Sal 17; Juan 10, 31-42
Cuando éramos chiquillos en nuestros
juegos nos tirábamos piedras; en la violencia de nuestros enfados, como arma
fácil al alcance de la mano para defendernos era un medio que terminábamos
haciendo; en nuestra edad no era habitual que los mayores se tiraran piedras
unos a otros salvo cuando la maldad se metía demasiado en el corazón en
nuestras rencillas vecinales, no tanto quizá por herir y hacer daño sino más
bien como un acoso o una amenaza.
Pero por lo que vemos en el evangelio
era más normal en aquellos tiempos antiguos el utilizar las piedras como arma
para hacer daño a los otros; además en las normas de convivencia del pueblo
judío se utilizaba el apedreamiento como forma de castigo ante cosas que se
consideraban especialmente graves como era la blasfemia o el adulterio. En el
evangelio recordamos que trajeron a una mujer sorprendida en adulterio ante
Jesús, en este caso para poner a prueba a Jesús, diciendo que la ley de Moisés
mandaba apedrear a las adúlteras. No era el camino de la violencia hasta la
muerte el que pudiera llevar al pecador a la reconciliación con Dios por su
pecado. Otro caso era la blasfemia como es la referencia que hoy se hace, pero
que en el Hechos de los Apóstoles aplican a Esteban porque lo consideran un
blasfemo.
Como deducimos del evangelio de hoy en
versículos anteriores pretendieron apedrear a Jesús y es la pregunta que Jesús
les hace ¿por cuál obra buena le van a apedrear? Y aquí está la presentación
que Jesús está haciendo de sí mismo. Lo ha repetido muchas veces que El no hace
otra cosa que las obras del Padre del que es el enviado. Esas obras que
tendrían que corroborar que Jesús es el enviado de Dios, pero no soportan que
El le llame Padre, que se presente como el Hijo del Padre, como el Hijo de
Dios.
En su obcecación no fueron capaces de
descubrir las obras de Dios en Jesús. Ya vemos que en otra ocasión llegan a
atribuirle el poder de expulsar demonios al actuar en el nombre y con el poder
del príncipe de los demonios, lo cual en sí mismo es más sacrílego aún. Ya les
dice Jesús que si piensan así que se den cuenta que todo reino dividido por sí
mismo se viene abajo y como va Satanás a luchar contra sus intereses siendo el
factor de la expulsión de los demonios.
Creo que este pasaje del evangelio, que
escuchamos precisamente en esta última semana de cuaresma cuando nos predisponemos
ya a celebrar la Semana Santa y el Triduo Pascual de la pasión, muerte y de la
resurrección de Jesús, nos tiene que llevar a que crezcamos en el conocimiento
de Jesús, que alejemos de nuestra mente y de nuestro corazón todo atisbo de
duda y mal entendimiento, que nos predispongamos de verdad a las celebraciones
de la pasión y muerte del Señor que vamos a vivir en estos días. Que nos
centremos de verdad en la Palabra del Señor que cada día vamos escuchando y así
vaya creciendo nuestra fe y nuestro amor.
Así tenemos que caldear nuestro
corazón, predisponer nuestro espíritu para que aún con la especial austeridad
con que una vez más este año lo vamos a celebrar dadas las circunstancias que
estamos viviendo, sin embargo le demos intensidad de vida a lo que celebramos.
No es una imagen más o menos bellamente adornada lo que tiene que movernos a
vivir el misterio pascual de Cristo; es algo mucho más hondo lo que tenemos que
vivir.
Contemplemos leyendo con la sencillez y
a la vez el dramatismo que se nos ofrece en el texto sagrado todo el misterio pascual
de Cristo y siendo capaz de ir poniendo como en transparencia todo lo que es
ese dolor, ese sufrimiento, esas angustias que viven los hombres de nuestro
tiempo. En esa transparencia de Cristo serán muchos los cristos que podemos
contemplar en los hermanos que sufren y pensemos cómo podemos y tenemos que ser
cireneos para esos hermanos para ayudarles a la llevar la cruz igual que lo
hubiéramos hecho quizás si hubiésemos estado en la calle de la amargura en la
mañana de aquel primer viernes santo de la historia.
Siendo capaces de llevar también sobre
nuestros hombros la cruz del sufrimiento del hermano que camina a nuestro lado
será como podremos vivir con toda intensidad el misterio pascual de Cristo que
nos disponemos a celebrar.
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