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viernes, 26 de marzo de 2021

Si llegamos a ser capaces de llevar sobre nuestros hombros el sufrimiento del hermano que camina a nuestro lado viviremos intensamente el misterio pascual de Cristo

 


Si llegamos a ser capaces de llevar sobre nuestros hombros el sufrimiento del hermano que camina a nuestro lado viviremos intensamente el misterio pascual de Cristo

Jeremías 20, 10-13; Sal 17; Juan 10, 31-42

Cuando éramos chiquillos en nuestros juegos nos tirábamos piedras; en la violencia de nuestros enfados, como arma fácil al alcance de la mano para defendernos era un medio que terminábamos haciendo; en nuestra edad no era habitual que los mayores se tiraran piedras unos a otros salvo cuando la maldad se metía demasiado en el corazón en nuestras rencillas vecinales, no tanto quizá por herir y hacer daño sino más bien como un acoso o una amenaza.

Pero por lo que vemos en el evangelio era más normal en aquellos tiempos antiguos el utilizar las piedras como arma para hacer daño a los otros; además en las normas de convivencia del pueblo judío se utilizaba el apedreamiento como forma de castigo ante cosas que se consideraban especialmente graves como era la blasfemia o el adulterio. En el evangelio recordamos que trajeron a una mujer sorprendida en adulterio ante Jesús, en este caso para poner a prueba a Jesús, diciendo que la ley de Moisés mandaba apedrear a las adúlteras. No era el camino de la violencia hasta la muerte el que pudiera llevar al pecador a la reconciliación con Dios por su pecado. Otro caso era la blasfemia como es la referencia que hoy se hace, pero que en el Hechos de los Apóstoles aplican a Esteban porque lo consideran un blasfemo.

Como deducimos del evangelio de hoy en versículos anteriores pretendieron apedrear a Jesús y es la pregunta que Jesús les hace ¿por cuál obra buena le van a apedrear? Y aquí está la presentación que Jesús está haciendo de sí mismo. Lo ha repetido muchas veces que El no hace otra cosa que las obras del Padre del que es el enviado. Esas obras que tendrían que corroborar que Jesús es el enviado de Dios, pero no soportan que El le llame Padre, que se presente como el Hijo del Padre, como el Hijo de Dios.

En su obcecación no fueron capaces de descubrir las obras de Dios en Jesús. Ya vemos que en otra ocasión llegan a atribuirle el poder de expulsar demonios al actuar en el nombre y con el poder del príncipe de los demonios, lo cual en sí mismo es más sacrílego aún. Ya les dice Jesús que si piensan así que se den cuenta que todo reino dividido por sí mismo se viene abajo y como va Satanás a luchar contra sus intereses siendo el factor de la expulsión de los demonios.

Creo que este pasaje del evangelio, que escuchamos precisamente en esta última semana de cuaresma cuando nos predisponemos ya a celebrar la Semana Santa y el Triduo Pascual de la pasión, muerte y de la resurrección de Jesús, nos tiene que llevar a que crezcamos en el conocimiento de Jesús, que alejemos de nuestra mente y de nuestro corazón todo atisbo de duda y mal entendimiento, que nos predispongamos de verdad a las celebraciones de la pasión y muerte del Señor que vamos a vivir en estos días. Que nos centremos de verdad en la Palabra del Señor que cada día vamos escuchando y así vaya creciendo nuestra fe y nuestro amor.

Así tenemos que caldear nuestro corazón, predisponer nuestro espíritu para que aún con la especial austeridad con que una vez más este año lo vamos a celebrar dadas las circunstancias que estamos viviendo, sin embargo le demos intensidad de vida a lo que celebramos. No es una imagen más o menos bellamente adornada lo que tiene que movernos a vivir el misterio pascual de Cristo; es algo mucho más hondo lo que tenemos que vivir.

Contemplemos leyendo con la sencillez y a la vez el dramatismo que se nos ofrece en el texto sagrado todo el misterio pascual de Cristo y siendo capaz de ir poniendo como en transparencia todo lo que es ese dolor, ese sufrimiento, esas angustias que viven los hombres de nuestro tiempo. En esa transparencia de Cristo serán muchos los cristos que podemos contemplar en los hermanos que sufren y pensemos cómo podemos y tenemos que ser cireneos para esos hermanos para ayudarles a la llevar la cruz igual que lo hubiéramos hecho quizás si hubiésemos estado en la calle de la amargura en la mañana de aquel primer viernes santo de la historia.

Siendo capaces de llevar también sobre nuestros hombros la cruz del sufrimiento del hermano que camina a nuestro lado será como podremos vivir con toda intensidad el misterio pascual de Cristo que nos disponemos a celebrar.

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