En el duro camino de la vida, en el camino de la fe que en
ocasiones se nos llena de oscuridades la Cruz es la enseña del amor y es la
bandera de nuestra esperanza
Números 21, 4b-9; Sal 77; Juan 3, 13-17
Los caminos de la vida
en ocasiones se nos hacen duros y costosos, se nos llenan de dificultades, de
sombras; todo lo que signifique ascensión – y así ha de ser siempre el camino
de la vida – entraña esfuerzo, sacrificio, porque cada paso que demos ha de
tener mayor altura dejando atrás muchas cosas. En ocasiones nos cansamos,
aunque tengamos clara cual es nuestra meta; quizá no la alcanzamos a ver, pero
sabemos que ahí está y que tenemos que esforzarnos por alcanzarla.
Al decir estas
palabras me veo a mi mismo subiendo a una montaña con el ansia de llegar a la
cima aunque nos cueste, y digo me veo subiendo a una montaña como tantas veces
ascendí a lo más alto de nuestro Teide, quizá sintiendo el vértigo de la
altitud pero queriendo poner todo mi esfuerzo por alcanzar la cima. Allí en lo
alto estaba la meta. Siempre hay una esperanza en nuestra vida.
Es una imagen con la
que he querido iniciar esta reflexión que por una parte me hace mirar la
referencia de la primera lectura que nos habla del pueblo hebreo en la larga y
costosa travesía por el desierto. Muchos cansancios, muchas carencias y
dificultades, muchas luchas que tuvieron que mantener incluso con los pueblos
por los que hacían la travesía, la dureza y sequedad del desierto en que
escaseaba el agua o se veían atacados por plagas como en el caso a que hoy se
hace referencia de las serpientes venenosas; muchos momentos de dudas, de
deseos de volver atrás o de no haber emprendido aquella aventura por la
libertad, muchas protestas incluso contra Dios. ¿No nos pasa a nosotros igual
muchas veces en nuestras luchas? ¿Habremos perdido alguna vez la esperanza?
Moisés levantó como un
estandarte en medio del campamento aquella señal de la serpiente para que
mirando hacia lo alto su mirada fuera más allá para poner toda su confianza en
el Señor. Aquel estandarte como a los soldados en la batalla les dio valor para
seguir adelante y se sentían sanados y salvados. Pero todo eso se convierte en
un signo para nosotros. Jesús hace
referencia a ello en el evangelio que escuchamos. ‘Lo mismo que Moisés elevó
la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para
que todo el que cree en él tenga vida eterna’. Así renace en la cruz para
nosotros la esperanza.
‘Así tiene que ser elevado el Hijo
del Hombre’, nos dice. Hoy estamos
celebrando la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz y hacia ella nosotros
elevamos nuestros ojos. Pero miramos a la cruz para ver quien en ella está
crucificado. Porque es Jesús quien es nuestro Salvador y hacia El elevamos
nuestros ojos. La cruz se convierte para nosotros en ese estandarte, como lo de
la serpiente en el desierto o como la bandera que llevan los soldados en la
batalla que levanta su ánimo para la lucha y se sienten fuertes.
Es lo que nosotros necesitamos en ese
camino de ascensión, como decíamos al principio para que no desistamos en
nuestro empeño, en nuestro esfuerzo. Frente a los momentos de desánimo que
podamos sentir en la lucha de la vida de cada día, frente a esos momentos de
decaimiento en que nos parece que nos sentimos sin fuerzas para seguir
avanzando, frente a esos momentos en que parece que todo está en contra nuestra
y las dificultades se multiplican, frente a esos momentos de oscuridad en que
nos llenamos de dudas o en que nos cuesta ver con claridad hacia donde vamos,
tenemos ante nosotros la enseña, el signo, la bandera de la cruz que nos está
gritando la Buena Nueva de la Salvación que nos viene por Jesús. Es el signo
del amor y es la bandera de la esperanza.
No miramos la cruz como signo tenebroso
y de muerte. A muchos no les gusta que le hablen de la cruz, olvidándose quizá
de la cruz que llevan en su carne día a día, porque además siempre en nuestra
vida estará presente el sufrimiento. A muchos les parece cruel y sanguinario el
signo de la cruz, pero se olvidan del amor que en ella puso Jesús para ser
nuestra salvación. No hay amor más grande. La cruz para nosotros significa el
amor más grande. Y El se dio con el amor más grande, porque entregó su vida,
porque se dio totalmente por nosotros pasando por la cruz y por la muerte pero
a quien contemplamos para siempre resucitado y glorioso.
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