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lunes, 14 de septiembre de 2020

En el duro camino de la vida, en el camino de la fe que en ocasiones se nos llena de oscuridades la Cruz es la enseña del amor y es la bandera de nuestra esperanza

 


En el duro camino de la vida, en el camino de la fe que en ocasiones se nos llena de oscuridades la Cruz es la enseña del amor y es la bandera de nuestra esperanza

Números 21, 4b-9; Sal 77; Juan 3, 13-17

Los caminos de la vida en ocasiones se nos hacen duros y costosos, se nos llenan de dificultades, de sombras; todo lo que signifique ascensión – y así ha de ser siempre el camino de la vida – entraña esfuerzo, sacrificio, porque cada paso que demos ha de tener mayor altura dejando atrás muchas cosas. En ocasiones nos cansamos, aunque tengamos clara cual es nuestra meta; quizá no la alcanzamos a ver, pero sabemos que ahí está y que tenemos que esforzarnos por alcanzarla.

Al decir estas palabras me veo a mi mismo subiendo a una montaña con el ansia de llegar a la cima aunque nos cueste, y digo me veo subiendo a una montaña como tantas veces ascendí a lo más alto de nuestro Teide, quizá sintiendo el vértigo de la altitud pero queriendo poner todo mi esfuerzo por alcanzar la cima. Allí en lo alto estaba la meta. Siempre hay una esperanza en nuestra vida.

Es una imagen con la que he querido iniciar esta reflexión que por una parte me hace mirar la referencia de la primera lectura que nos habla del pueblo hebreo en la larga y costosa travesía por el desierto. Muchos cansancios, muchas carencias y dificultades, muchas luchas que tuvieron que mantener incluso con los pueblos por los que hacían la travesía, la dureza y sequedad del desierto en que escaseaba el agua o se veían atacados por plagas como en el caso a que hoy se hace referencia de las serpientes venenosas; muchos momentos de dudas, de deseos de volver atrás o de no haber emprendido aquella aventura por la libertad, muchas protestas incluso contra Dios. ¿No nos pasa a nosotros igual muchas veces en nuestras luchas? ¿Habremos perdido alguna vez la esperanza?

Moisés levantó como un estandarte en medio del campamento aquella señal de la serpiente para que mirando hacia lo alto su mirada fuera más allá para poner toda su confianza en el Señor. Aquel estandarte como a los soldados en la batalla les dio valor para seguir adelante y se sentían sanados y salvados. Pero todo eso se convierte en un signo para nosotros. Jesús hace referencia a ello en el evangelio que escuchamos. ‘Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna’. Así renace en la cruz para nosotros la esperanza.

‘Así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre’, nos dice. Hoy estamos celebrando la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz y hacia ella nosotros elevamos nuestros ojos. Pero miramos a la cruz para ver quien en ella está crucificado. Porque es Jesús quien es nuestro Salvador y hacia El elevamos nuestros ojos. La cruz se convierte para nosotros en ese estandarte, como lo de la serpiente en el desierto o como la bandera que llevan los soldados en la batalla que levanta su ánimo para la lucha y se sienten fuertes.

Es lo que nosotros necesitamos en ese camino de ascensión, como decíamos al principio para que no desistamos en nuestro empeño, en nuestro esfuerzo. Frente a los momentos de desánimo que podamos sentir en la lucha de la vida de cada día, frente a esos momentos de decaimiento en que nos parece que nos sentimos sin fuerzas para seguir avanzando, frente a esos momentos en que parece que todo está en contra nuestra y las dificultades se multiplican, frente a esos momentos de oscuridad en que nos llenamos de dudas o en que nos cuesta ver con claridad hacia donde vamos, tenemos ante nosotros la enseña, el signo, la bandera de la cruz que nos está gritando la Buena Nueva de la Salvación que nos viene por Jesús. Es el signo del amor y es la bandera de la esperanza.

No miramos la cruz como signo tenebroso y de muerte. A muchos no les gusta que le hablen de la cruz, olvidándose quizá de la cruz que llevan en su carne día a día, porque además siempre en nuestra vida estará presente el sufrimiento. A muchos les parece cruel y sanguinario el signo de la cruz, pero se olvidan del amor que en ella puso Jesús para ser nuestra salvación. No hay amor más grande. La cruz para nosotros significa el amor más grande. Y El se dio con el amor más grande, porque entregó su vida, porque se dio totalmente por nosotros pasando por la cruz y por la muerte pero a quien contemplamos para siempre resucitado y glorioso.

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