No nos quedemos en formalismos ni en ritualismos sino que
busquemos siempre el encuentro vivo y sincero, el encuentro lleno de amor que
nos llenará de vida
1Corintios 15, 1-11; Sal 117; Lucas 7, 36-50
Algunas veces hay
cosas que en si mismas tendrían un hondo sentido humano, de cercanía y de
amistad, pero que sin embargo tenemos el peligro de desvirtuar cuando no
ponemos algo en aquello que hacemos como meramente formal. Una comida es signo
y una muestra de amistad, sentamos en nuestra mesa a aquellos que apreciamos, y
el encuentro en torno a una comida más que la comida en sí vale por lo que
significa de encuentro y de tender lazos de amistad. Es algo de lo que vemos en
el evangelio de hoy que además tiene muy hondos significados.
¿Por qué invitó aquel
fariseo a Jesús a comer a su casa? No queremos entrar en juicios
descalificatorios del actuar del fariseo, pero nos atenemos a lo allí sucedido.
¿Era una muestra de amistad y aprecio hacia Jesús? Bien sabemos que también
había fariseos que querían escucharle y vemos cómo Nicodemo acude de noche a Jesús.
¿Quedar bien ante aquella situación que se iba desarrollando aunque aún no
entendiera plenamente lo que Jesús pretendía? ¿Acaso poner a prueba a Jesús
para ver sus reacciones, tal como vemos que en otras ocasiones hay fariseos y
escribas al acecho de lo que hace Jesús?
Apreciamos sin embargo
que aquella comida era meramente formal; quizá se sintiera presionado por sus
otros compañeros fariseos que estaban también invitados a la misma mesa por
aquello de los respetos humanos. No había cercanía porque le veremos luego con
sus pensamientos y sospechas en su interior ante lo que va sucediendo y lo que Jesús
realiza. La acogida con el agua que se ofrecía al huésped según llegara a la
puerta, los besos de saludo a los que eran tan dados los orientales y los
mismos fariseos habían faltado, los perfumes como era habitual para hacer más
agradable la estancia de sus invitados brillaban por su ausencia. Esos ritos,
llamémoslo así, que se ofrecían como signo de hospitalidad en esta ocasión no
se habían realizado. Algo hondo había faltado en lo que se suponía tenía que
ser un hermoso encuentro.
Pero lo sorprendente
fue la presencia de aquella mujer, una pecadora pública, que se atreve a
introducirse en la sala del banquete y llegar hasta los pies de Jesús. Tales
son sus lágrimas que se ven lavados los pies cuando agua antes no se le había
ofrecido; los besos humildes de amor se multiplicaban en los pies de Jesús y el
frasco de alabastro lleno de caro perfume se derramó sobre los pies de Jesús
inundando su perfume toda la estancia y a los comensales.
Por el interior del
corazón y la mente del fariseo que había invitado a Jesús su sucedían imágenes
contrapuestas y los deseos de expulsar a aquella mujer, pero también la
sorpresa de ver que Jesús se dejaba tocar así por una mujer pecadora que le
besaba de tal manera sus pies. ‘Si supiera quién es esta mujer…’ pensaba
el fariseo en su interior, en un interior lleno quizá de rabia y de impotencia
por no saber qué hacer o cómo actuar.
Pero es Jesús el que
conoce los pensamientos de Simón y el que se adelanta a tomar la palabra. Ya
conocemos la pequeña parábola que Jesús le propone de los dos hombres que
fueron perdonados y donde pregunta Jesús quién le amará más. Resalta Jesús que
sí conoce que aquella mujer es pecadora, pero que ha tenido los gestos de
hospitalidad y cercanía que Simón no había tenido, porque aunque era pecadora
había ahora mucho amor en su corazón y todas aquellas muestras eran de
arrepentimiento. En aquella mujer no había formalidades sino que en aquella
mujer había sinceridad y había amor. Por eso sus muchos pecados le eran
perdonados, porque amaba mucho.
Hermosa lección la que
podemos aprender hoy en este evangelio. Unos gestos y unos signos que nos están
invitando a la sinceridad y a la autenticidad. Somos pecadores, pero seamos
capaces de poner mucho amor en nuestra vida y en nuestro arrepentimiento. Quizá tendría que hacernos pensar en cómo es
la manera con que nos acercamos nosotros a Jesús buscando su perdón, cómo nos
acercamos y vivimos el mismo sacramento de la Penitencia.
Cuántas veces vamos
por puro formalismo, porque toca confesarnos, porque llega la semana santa o
acaso hace tiempo que no lo hacemos y pensamos que tendríamos que hacerlo; pero
quizá vamos por cumplir, porque nos falta en que queramos de verdad ir al
encuentro del Señor que sabemos que nos ama y que nos ofrece su perdón. Se nos
queda quizá muchas veces en ritualismo pero no hay encuentro, confesamos es
cierto nuestros pecados, pero vamos a ver como terminamos lo más pronto posible
y nos falta esa apertura del corazón, esas muestras verdaderas de amor para un
auténtico arrepentimiento. Quizá mucho en este aspecto nos puede hacer pensar
este pasaje del evangelio.
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