Hemos
de despertar, quitarnos esa máscara de la indiferencia con que tantas veces nos
vestimos para dejarnos impresionar por Jesús y poner más coherencia en la vida
1Corintios 12, 31 – 13,13; Sal 32; Lucas 7,
31-35
‘¿A quién, pues, compararé los
hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes?’ una pregunta que se hace Jesús con la gente de su
tiempo. ¿Valdrá esta pregunta también para definir o para buscar una definición
de la gente de nuestro tiempo? Jesús habla de los niños que indiferentes están
en la plaza y parece que nada les motiva. Suena la música, hay una invitación a
la fiesta y a la alegría, surge quien les invita a los juegos y quiere poner un
poco de animación a sus caras aburridas e indiferentes, y parece que nada les
mueve. Como dice también vienen gentes con sus lamentaciones – era muy propio
en aquel tiempo lo de las plañideras – e indiferentes se quedan también sin que
surja una lágrima de sus ojos.
Lo que se nos está planteando es cuál
es nuestra reacción ante las diferentes situaciones de la vida que van
surgiendo y que a todos en cierto modo nos van afectando, aunque también hemos
de reconocer que el planteamiento va mucho más allá. Pero vayamos por partes.
Nos podemos encontrar a esos espectadores de la vida, pero que la contemplan fríamente
y parece que nada les inmuta como si no fuera con ellos. Como los que se ponen
al borde de la plaza en la hora de la fiesta y en nada participan, pero sí
están quizá con ojo avizor para ver donde está el fallo, lo que puede salir
mal, y hacer no hacen nada, pero criticar a los que hacen es la tarea más fácil
que saben hacer. Ven la vida como un desfile que pasa ante ellos pero que ni
les va ni les viene.
Tenemos el peligro de perder la
sensibilidad, de acostumbrarnos a las cosas, de no darle importancia a nada
mientras a mí no me afecte y sobre todo mientras no me toque los bolsillos, y
todos entendemos. Nos contentamos quizá con decir es que la vida es así. Pero
no somos sensibles ante lo que puedan estar sufriendo esas personas, vamos
perdiendo sentido de humanidad, que no es solo la compasión que podamos sentir
por el sufrimiento de los demás, sino que parece como si no nos sintiéramos
miembros y participes de una misma humanidad. Y caemos en la pendiente
resbaladiza de insensibilidad que nos lleva a la insolidaridad más cruel. Eso
que lo resuelvan otros, nos decimos y como quien dice así nos quitamos el
muerto de encima.
Es cierto que vemos surgir en la
sociedad hermosas corrientes de solidaridad y aunque no fuera por otros motivos
van surgiendo numerosas organizaciones, esas que llamamos no gubernamentales,
cuya finalidad es la solidaridad, crear campañas ante situaciones de miseria o
de injusticia que podemos encontrar en cualquier rincón del mundo pero que
siempre pensamos en los llamados países del Tercer Mundo. Van aflorando muchos movimientos asociativos
para la gente reunirse para trabajar por mejorar su entorno o para hacer por
los demás, pero en el fondo seguimos contemplando mucha insolidaridad, mucha
insensibilidad ante problemas y personas que quizá en ocasiones tenemos bien
cerca de nosotros pero que no terminamos de ver.
Creo que ya con esto nos estaríamos
haciendo una hermosa reflexión a la que nos ha dado pie las palabras de Jesús
que mencionábamos al principio. Pero ya dejábamos pendiente otros aspectos a
los que nos podría estar haciendo referencia Jesús con sus palabras. Y es la
actitud que tienen ante su persona. Sabemos del entusiasmo de los pobres y de
los enfermos, de todos aquellos que veían renacer sus esperanzas en el corazón
en la espera de la pronta venida del Mesías; pero sabemos también de tantos que
están a la distancia, tantos a los que quizá no les dice nada las palabras de Jesús,
como tantos que hay en la vida que parece que siempre vienen de vuelta y ya por
nada se impresionan.
Sabemos bien cuántos estaban al acecho
de lo que Jesús dijera o hiciera. Estaban los que se oponían abiertamente y
abiertamente venían con sus dudas, con sus problemas de increencia, con su
oposición manifiesta. Pero estaban también los indiferentes, los que pasaban de
largo – qué bien los define Jesús con sus parábolas – a los que nada les llama
la atención ni se dejan impresionar por las obras de Jesús. Recordemos que en
su propio pueblo se pusieron en contra y terminaron rechazándole a pesar de los
orgullos patrios que en principio sentían por las palabras y las obras de Jesús;
quisieron despeñarlo por un barranco.
Pero bien, lo que tenemos ahora
nosotros que plantearnos es cómo estamos nosotros ante Jesús, ante la Iglesia,
ante la vivencia religiosa de la fe, ante el compromiso que se nos exigiría
como cristianos. Y reconozcamos que hasta incluso los que vamos a la Iglesia
muchas veces vivimos fríamente nuestra fe, con mucha tibieza, no terminamos de
implicarnos, queremos en muchas ocasiones ver los toros desde la barrera.
¿Qué necesitamos para despertarnos? ¿Cómo
vamos a quitarnos esas máscaras de indiferencia con que nos manifestamos tantas
veces? ¿Tendremos que poner más sinceridad en lo que hacemos, más congruencia,
coherencia en nuestra vida? ¿Vamos a dejarnos impresionar por las palabras y la
obra de Jesús?
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