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domingo, 19 de julio de 2020

Pongamos verdadera humanidad en la vida porque entonces amamos, hacemos el bien, brillará la verdad, resplandecerá la justicia y haremos un mundo de paz


Pongamos verdadera humanidad en la vida porque entonces amamos, hacemos el bien, brillará la verdad, resplandecerá la justicia y haremos un mundo de paz

Sabiduría 12, 13. 16-19; Sal 85;  Romanos 8, 26-27; Mateo 13, 24-30
La gloria y el poder del Señor se manifiestan en la misericordia. No lo podemos olvidar. No podemos pensar que el poder de Dios todopoderoso se manifiesta en una justicia implacable y vengativa que no deja lugar a la misericordia y al perdón.
Quizás nos choque este pensamiento con nuestra manera de actuar. Si no, pensemos, en cómo nos ponemos de violentos cuando constatamos algunas de las injusticias que los hombres cometemos y como gritamos cuando quizá no podemos hacer otra cosa porque vemos algo que no nos gusta, no nos agrada y pensamos que está mal. Allí quisiéramos descargar todo nuestro poder lleno de violencia, si lo tuviéramos, para que se corrija eso que consideramos injusto y si estuviera de nuestra parte haríamos desaparecer a quien así se comporte.
Esa justicia que a veces reclamamos tendríamos que llamarla venganza porque llenamos nuestro corazón y nuestros actos de violencia y de destrucción. Repito,  ¿qué es lo que hacemos cuando reclamamos algo o cuando queremos que se enmiende o corrija aquello que consideramos que no está bien si no lo conseguimos tan pronto como nosotros lo pensamos?
Pero como comenzamos diciendo la gloria y el poder del Señor se manifiestan en su misericordia. Es lo que hoy nos enseña la Palabra de Dios proclamada en este domingo. Tanto esas bellas consideraciones del libro de la Sabiduría como luego la parábola del evangelio. Porque tu fuerza es el principio de la justicia y tu señorío sobre todo te hace ser indulgente con todos… tú, dueño del poder, juzgas con moderación y nos gobiernas con mucha indulgencia… Actuando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano…’ Indulgencia, moderación, humanidad han de ser la forma de actuar. Así se manifiesta el poder del Señor.
Vuelve a hablarnos Jesús en parábolas y emplea de nuevo la imagen de la semilla. Ha sido la buena semilla que se ha sembrado en el campo, pero en el que de pronto aparecen brotes de malas semillas. El enemigo en la noche las había sembrado. Ahí estás los buenos deseos de los jornaleros que trabajan aquel campo para en su buena voluntad querer ir arrancando una a una aquellas plantas de cizaña que han brotado en medio del trigo.
Una imagen de la vida, del mundo en el que vivimos. Como nos dice el Génesis cuando Dios lo creó vio que todo era bueno. Pero ahora constatamos el mal que anda metido en medio del mundo. Pronto había aparecido si seguimos aquellas primeras páginas del Génesis porque por allí estaba la serpiente tentadora que hizo caer a Eva y a Adán; por allá aparecieron los orgullos y las envidias de Caín que le llevaron a la muerte de su hermano, y así podríamos seguir contemplando página a página de la Biblia.
Es nuestra vida, es nuestro mundo, porque ni nosotros somos tan buenos que tantas veces se nos mete la malicia en el corazón traducida en nuestros orgullos y violencias, y al mismo tiempo contemplamos la realidad del mundo que nos rodea tan lleno de las cizañas de las injusticias y la violencias, de insolidaridad y desamor.
También en nosotros cuando se nos despierta la conciencia surgen los deseos de arreglar nuestro mundo, de arrancar tanta mala cizaña como contemplamos, pero ya sabemos bien la forma cómo reaccionamos en muchas ocasiones ante ese mal que envuelve nuestro mundo. Un poco aquello que ya reflexionábamos al principio. Clamamos justicia que muchas veces es venganza o es alimentar más las violencias de la vida que nada solucionan.
Tenemos que escuchar las palabras del amo de aquel campo de la parábola que nos pide paciencia hasta el final no vayamos a arrancar mezclados la buena y la mala simiente. No significa eso un cruzarnos de brazos ante ese mal que nos rodea porque tenemos que luchar contra el mal buscando caminos que nos ayuden a hacer un mundo mejor. Porque esa es la transformación que tenemos que realizar.
El amor y la paz de los que queremos llenar nuestro mundo no se imponen a la fuerza sino que se contagian. Por eso la grandeza de nuestra vida que tenemos que manifestar lo tenemos que hacer a través de la misericordia, la indulgencia, la moderación, el verdadero amor que haga crecer nuestra humanidad pero también la humanidad de los que están a nuestro lado, como nos enseñaba el libro de la Sabiduría que hoy hemos escuchado.
Ojalá aprendamos la lección. Ojalá aprendamos a poner más humanidad en nuestra vida. Ojalá llenemos nuestras entrañas de misericordia para que con la dulce miel del amor sepamos atraer a los que se ven envueltos en caminos de violencia, de insolidaridad e injusticia a cambiar su corazón y a poner verdadera humanidad en su vida. Porque cuando somos humanos de verdad amamos, hacemos el bien por encima de todo, haremos brillar la verdad, resplandecerá la justicia, tendremos un mundo lleno de armonía y de paz.
La gloria y el poder del Señor se manifiestan en la misericordia. No lo podemos olvidar. Es en lo que tiene que resplandecer también nuestra vida.


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