Pongamos verdadera humanidad en la vida porque entonces amamos, hacemos el bien, brillará la verdad, resplandecerá la justicia y haremos un mundo de paz
Sabiduría 12, 13. 16-19; Sal 85;
Romanos 8, 26-27; Mateo 13, 24-30
La gloria y el poder
del Señor se manifiestan en la misericordia. No lo podemos olvidar. No podemos
pensar que el poder de Dios todopoderoso se manifiesta en una justicia
implacable y vengativa que no deja lugar a la misericordia y al perdón.
Quizás nos choque este
pensamiento con nuestra manera de actuar. Si no, pensemos, en cómo nos ponemos
de violentos cuando constatamos algunas de las injusticias que los hombres
cometemos y como gritamos cuando quizá no podemos hacer otra cosa porque vemos
algo que no nos gusta, no nos agrada y pensamos que está mal. Allí quisiéramos
descargar todo nuestro poder lleno de violencia, si lo tuviéramos, para que se
corrija eso que consideramos injusto y si estuviera de nuestra parte haríamos
desaparecer a quien así se comporte.
Esa justicia que a
veces reclamamos tendríamos que llamarla venganza porque llenamos nuestro
corazón y nuestros actos de violencia y de destrucción. Repito, ¿qué es lo que hacemos cuando reclamamos algo
o cuando queremos que se enmiende o corrija aquello que consideramos que no
está bien si no lo conseguimos tan pronto como nosotros lo pensamos?
Pero como comenzamos
diciendo la gloria y el poder del Señor se manifiestan en su misericordia. Es
lo que hoy nos enseña la Palabra de Dios proclamada en este domingo. Tanto esas
bellas consideraciones del libro de la Sabiduría como luego la parábola del evangelio.
‘Porque tu fuerza es el principio de la justicia y
tu señorío sobre todo te hace ser indulgente con todos… tú, dueño del
poder, juzgas con moderación y nos gobiernas con mucha indulgencia… Actuando
así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano…’ Indulgencia, moderación, humanidad han de ser la forma de
actuar. Así se manifiesta el poder del Señor.
Vuelve a
hablarnos Jesús en parábolas y emplea de nuevo la imagen de la semilla. Ha sido
la buena semilla que se ha sembrado en el campo, pero en el que de pronto
aparecen brotes de malas semillas. El enemigo en la noche las había sembrado.
Ahí estás los buenos deseos de los jornaleros que trabajan aquel campo para en
su buena voluntad querer ir arrancando una a una aquellas plantas de cizaña que
han brotado en medio del trigo.
Una imagen
de la vida, del mundo en el que vivimos. Como nos dice el Génesis cuando Dios
lo creó vio que todo era bueno. Pero ahora constatamos el mal que anda metido
en medio del mundo. Pronto había aparecido si seguimos aquellas primeras
páginas del Génesis porque por allí estaba la serpiente tentadora que hizo caer
a Eva y a Adán; por allá aparecieron los orgullos y las envidias de Caín que le
llevaron a la muerte de su hermano, y así podríamos seguir contemplando página
a página de la Biblia.
Es nuestra
vida, es nuestro mundo, porque ni nosotros somos tan buenos que tantas veces se
nos mete la malicia en el corazón traducida en nuestros orgullos y violencias,
y al mismo tiempo contemplamos la realidad del mundo que nos rodea tan lleno de
las cizañas de las injusticias y la violencias, de insolidaridad y desamor.
También en
nosotros cuando se nos despierta la conciencia surgen los deseos de arreglar
nuestro mundo, de arrancar tanta mala cizaña como contemplamos, pero ya sabemos
bien la forma cómo reaccionamos en muchas ocasiones ante ese mal que envuelve
nuestro mundo. Un poco aquello que ya reflexionábamos al principio. Clamamos
justicia que muchas veces es venganza o es alimentar más las violencias de la
vida que nada solucionan.
Tenemos
que escuchar las palabras del amo de aquel campo de la parábola que nos pide
paciencia hasta el final no vayamos a arrancar mezclados la buena y la mala
simiente. No significa eso un cruzarnos de brazos ante ese mal que nos rodea
porque tenemos que luchar contra el mal buscando caminos que nos ayuden a hacer
un mundo mejor. Porque esa es la transformación que tenemos que realizar.
El amor y
la paz de los que queremos llenar nuestro mundo no se imponen a la fuerza sino
que se contagian. Por eso la grandeza de nuestra vida que tenemos que
manifestar lo tenemos que hacer a través de la misericordia, la indulgencia, la
moderación, el verdadero amor que haga crecer nuestra humanidad pero también la
humanidad de los que están a nuestro lado, como nos enseñaba el libro de la
Sabiduría que hoy hemos escuchado.
Ojalá
aprendamos la lección. Ojalá aprendamos a poner más humanidad en nuestra vida.
Ojalá llenemos nuestras entrañas de misericordia para que con la dulce miel del
amor sepamos atraer a los que se ven envueltos en caminos de violencia, de
insolidaridad e injusticia a cambiar su corazón y a poner verdadera humanidad
en su vida. Porque cuando somos humanos de verdad amamos, hacemos el bien por
encima de todo, haremos brillar la verdad, resplandecerá la justicia, tendremos
un mundo lleno de armonía y de paz.
La gloria y el poder
del Señor se manifiestan en la misericordia. No lo podemos olvidar. Es en lo
que tiene que resplandecer también nuestra vida.
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