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miércoles, 22 de julio de 2020

Sepamos sintonizar con las lágrimas de los que lloran para aprender a sintonizar con la voz del Señor que en nuestras lágrimas nos llama por nuestro nombre


Sepamos sintonizar con las lágrimas de los que lloran para aprender a sintonizar con la voz del Señor que en nuestras lágrimas nos llama por nuestro nombre

Cantar de los Cantares 3, 1-4ª; Sal 62; Juan 20, 1. 11-18
‘Mujer, ¿por qué lloras?’, es la pregunta que dos veces hemos escuchado en el relato evangélico. Habían ido al sepulcro y el sepulcro estaba vacío. María Magdalena ha corrido hasta donde están los discípulos para llevar la noticia de que se han robado el cuerpo de Jesús, porque no lo han encontrado en el sepulcro. Y allí a la entrada del sepulcro sigue con sus lágrimas; le preguntan los ángeles que están dentro y la pregunta se repetirá de parte de quien ella cree que es el que cuida del huerto. ‘Se han llevado el cuerpo del Señor... ¿Dónde lo has puesto?’
¿Nos habrán hecho alguna vez esa pregunta cuando nos ha encontrado alguien envuelto en nuestras lágrimas? ¿Habremos hecho la pregunta a quien nos hemos encontrado llorando? La pregunta puede ser importante para quien la recibe; alguien se interesa por nuestras lágrimas; porque habrá alguna razón o algún motivo y si se quiere consolar tendríamos que saber cual es el sufrimiento que provoca esas lágrimas.
¿Por qué lloras? Será quizá la tristeza cuando hemos visto partir de nuestro lado a quien amábamos, será el desgarro de la muerte y de la pérdida de un ser querido; pero puede ser la soledad o la orfandad en que nos sentimos en la vida aunque quizá estemos rodeados de mucha gente; será el corazón roto y desgarrado en los desengaños y en los fracasos, ya sea de unas ilusiones que hemos perdido, ya sea en la imposibilidad de conseguir lo que tanto habíamos soñado, ya sea en las amistades que se pierden en unas lejanías que comienzan a sentirse donde antes había otra confianza y cercanía, ya sea en tantas frustraciones que sufrimos en la vida por las incomprensiones, los malos tratos, los desprecios o marginaciones que podamos estar sufriendo cuando sentimos que ya no contamos, ya no cuentan con nosotros.
¿Nos habremos interesado de verdad por el llanto del que está a nuestro lado que no solo lo provocan las carencias materiales, la pobreza de medios para subsistir o para vivir una vida digna, sino también de otras pobrezas y de otros vacíos interiores que no sabemos cómo llenar? Hay quizá un vacío espiritual que sentimos en lo más hondo de nosotros mismos sin saber muchas veces qué nos pasa pero que nos producen angustias y lágrimas; hay quizá otra ausencia que también nos duele cuando no hemos encontrado a Dios o cuando nos parece que Dios se ha alejado y desentendido de nosotros; será la falta de fe o la pobreza con que la vivimos quizá alguna vez de forma interesada o egoísta con lo que al final nos sentimos más vacíos y con soledades más grandes.
Son dramas en nuestro interior que si no hacen brotar lágrimas físicas de nuestros ojos, si sentiremos cómo se arrancan esas lágrimas dolosamente de nuestro corazón. Las podemos haber vivido nosotros o quizá haya muchos a nuestro alrededor que las están viviendo, pero nunca nos hemos interesado por ellas. Nos falta una sintonía para escuchar el por qué de los llantos y lágrimas de los demás pero también de la voz que nos puede llamar por nuestro propio nombre.
Porque aunque andemos desorientados y confundidos como le estaba pasando a Magdalena en ese aparente hortelano – y puede ser de muchas maneras cómo ese hortelano va a aparecer en nuestra vida – Jesús va a venir a nuestro encuentro y nos va a llamar por nuestro nombre. Y cuando estamos pensando también en si nos hemos o no interesado por las lágrimas de los demás seamos conscientes de que somos la figura de ese hortelano que se acerca al hermano también para llamarlo por su nombre. Será una nueva experiencia luminosa la que vamos a vivir, es la experiencia que tanto necesitamos para poder llenarnos de verdad por dentro. Podemos además y tenemos que ser ese signo, esa señal que haga presente al Señor.
Hoy estamos celebrando la fiesta de Santa María Magdalena, la que no huyó ante el dolor y el sufrimiento sino que supo estar a los pies de la cruz en el Calvario, la que luego siguió buscando intensamente al amor de su vida aunque lo buscara entre las sombras de los sepulcros de muerte, pero la que a pesar de sus lágrimas supo sintonizar con la voz del Señor que la llamaba por su nombre para que su vida se llenará de la luz de la vida y la resurrección para siempre.

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