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jueves, 23 de julio de 2020

Aspiramos a la mayor plenitud de nuestra propia identidad pero es en Cristo donde el hombre encuentra la verdad del hombre y alcanzamos la mayor dignidad


Aspiramos a la mayor plenitud de nuestra propia identidad pero es en Cristo donde el hombre encuentra la verdad del hombre y alcanzamos la mayor dignidad

Gálatas 2, 19-20; Sal 33; Juan 15, 1-8
Somos celosos de nuestra propia identidad, queremos ser nosotros mismos. Es nuestra autonomía, es nuestro propio ser e identidad, somos lo que somos por nosotros mismos. Decimos que no tenemos que estar pareciéndonos a nadie, porque cada uno tiene su propia estima, su propio sello y las reivindicaciones que escuchamos en nuestra vida moderna que decimos tan llena de libertades son para ser nosotros mismos, aunque luego bien sabemos que andamos imitando a este o al otro, queremos seguir sus modos, vestir a su manera, presentarnos incluso con su imagen. Incongruencias en las que algunas veces nos vemos metidos cuando tanto reclamamos por otra parte.
A algunos, entonces, se les atraviesan las palabras que escuchamos hoy tanto en el evangelio como en la carta de san Pablo, cuando se nos habla de vivir tan unidos a Cristo que seamos una sola cosa con El y sin El nada podríamos ser ni nada podríamos conseguir. ‘Ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mi’, que nos dice san Pablo, por ejemplo. O lo que nos habla Jesús de la vid y los sarmientos y nos dice que somos los sarmientos que hemos de estar necesariamente unidos a la vid.
¿Paradojas? ¿Cosas sin sentido para el mundo de hoy? ¿Se trata quizá que desde nuestra fe en Jesús nos sentimos como anulados para no ser nosotros mismos? Si no sabemos escuchar bien lo que nos dice el evangelio pueden surgir esas dudas dentro de nosotros, porque nos podría parecer que nuestra fe nos anula.
De ninguna manera. Hay un principio de interpretación bíblica que nos dice que el evangelio o la palabra de Dios se explica y se entiende con el mismo evangelio o la misma Sagrada Escritura. Y es que ya nos repite muchas veces Jesús que El ha venido para que tengamos vida y tengamos vida en plenitud. Luego el evangelio no nos anula, sino que precisamente nos lleva por caminos de plenitud, de que seamos más nosotros mismos.
Cuando Jesús viene a hacerse vida nuestra lo que quiere es que vivamos nuestra vida pero con la mayor perfección; Él viene precisamente a arrancar de nosotros todo eso que se nos ha metido dentro para anularnos o para destruirnos, todo eso que puede mermar nuestro ser porque como rémoras se van pegando a nuestra vida nos dejan vivir en plenitud. El barco al que se la han pegado muchas rémoras en su casco ya no tendrá la ligereza ni la rapidez original para surcar el mar, para surcar las aguas, porque esas rémoras con como frenos que impiden esa ligereza y rapidez con que se ha de mover. Así nos pasa a nosotros.
Por eso la imagen que Jesús nos propone en el evangelio. Hemos de estar unidos a Cristo como el sarmiento está unido a la cepa, está unido a la vid. Pero ya sabemos cómo hay sarmientos que son como chupones que le quitan la fuerza al conjunto de la planta, hay sarmientos que no dan frutos porque todo se le va en ramaje y en hojas; se necesita la poda, la limpieza de esas ramas inútiles, de esos ramajes que le quitan la fuerza a la vid para que pueda producir abundantes y generosos frutos.
Todos conocemos, o al menos los que vivimos más cerca de las actividades agrícolas, del trabajo que el agricultor ha de realizar todos los años con la poda. ¿Para qué? Para que la vid sea más autentica, podríamos decir, para que cumpla en verdad su función, para que dé esos ricos frutos que todos esperamos.
Así en nuestra vida unidos a Cristo, purificados de todas aquellas rémoras que nos dejan vivir en plenitud porque nos arrastran, nos merman los ideales de la vida, nos impiden vivir en toda esa plenitud del amor que es donde alcanzamos la verdadera felicidad, el verdadero sentido de nuestro ser. Nos unimos a Cristo para que en verdad podamos desarrollar todos nuestros valores, todas nuestras cualidades, todo eso que hay como en potencia en nosotros y que desarrollándolo nos llevarán a esa plenitud de nuestro ser. Seremos más nosotros mismos porque entonces si van a brillar todas nuestras cualidades y valores.
Y es que en Cristo como tantas veces nos repetía san Juan Pablo II está la verdad del hombre, en Cristo el hombre encuentra su plenitud, con Cristo alcanzaremos la mayor y mejor dignidad.
Hoy hemos escuchado estos textos de la Palabra saltándonos la continuidad del tiempo ordinario porque celebramos a una de las patronas de Europa, santa Brígida de Suecia.

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