Aspiramos a la mayor plenitud de nuestra propia identidad
pero es en Cristo donde el hombre encuentra la verdad del hombre y alcanzamos
la mayor dignidad
Gálatas 2, 19-20; Sal 33; Juan 15, 1-8
Somos celosos de
nuestra propia identidad, queremos ser nosotros mismos. Es nuestra autonomía,
es nuestro propio ser e identidad, somos lo que somos por nosotros mismos.
Decimos que no tenemos que estar pareciéndonos a nadie, porque cada uno tiene
su propia estima, su propio sello y las reivindicaciones que escuchamos en
nuestra vida moderna que decimos tan llena de libertades son para ser nosotros
mismos, aunque luego bien sabemos que andamos imitando a este o al otro,
queremos seguir sus modos, vestir a su manera, presentarnos incluso con su
imagen. Incongruencias en las que algunas veces nos vemos metidos cuando tanto
reclamamos por otra parte.
A algunos, entonces,
se les atraviesan las palabras que escuchamos hoy tanto en el evangelio como en
la carta de san Pablo, cuando se nos habla de vivir tan unidos a Cristo que seamos
una sola cosa con El y sin El nada podríamos ser ni nada podríamos conseguir.
‘Ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mi’, que nos dice san
Pablo, por ejemplo. O lo que nos habla Jesús de la vid y los sarmientos y nos
dice que somos los sarmientos que hemos de estar necesariamente unidos a la
vid.
¿Paradojas? ¿Cosas sin
sentido para el mundo de hoy? ¿Se trata quizá que desde nuestra fe en Jesús nos
sentimos como anulados para no ser nosotros mismos? Si no sabemos escuchar bien
lo que nos dice el evangelio pueden surgir esas dudas dentro de nosotros,
porque nos podría parecer que nuestra fe nos anula.
De ninguna manera. Hay
un principio de interpretación bíblica que nos dice que el evangelio o la
palabra de Dios se explica y se entiende con el mismo evangelio o la misma
Sagrada Escritura. Y es que ya nos repite muchas veces Jesús que El ha venido
para que tengamos vida y tengamos vida en plenitud. Luego el evangelio no nos
anula, sino que precisamente nos lleva por caminos de plenitud, de que seamos
más nosotros mismos.
Cuando Jesús viene a
hacerse vida nuestra lo que quiere es que vivamos nuestra vida pero con la
mayor perfección; Él viene precisamente a arrancar de nosotros todo eso que se nos
ha metido dentro para anularnos o para destruirnos, todo eso que puede mermar
nuestro ser porque como rémoras se van pegando a nuestra vida nos dejan vivir
en plenitud. El barco al que se la han pegado muchas rémoras en su casco ya no
tendrá la ligereza ni la rapidez original para surcar el mar, para surcar las
aguas, porque esas rémoras con como frenos que impiden esa ligereza y rapidez
con que se ha de mover. Así nos pasa a nosotros.
Por eso la imagen que Jesús
nos propone en el evangelio. Hemos de estar unidos a Cristo como el sarmiento
está unido a la cepa, está unido a la vid. Pero ya sabemos cómo hay sarmientos
que son como chupones que le quitan la fuerza al conjunto de la planta, hay
sarmientos que no dan frutos porque todo se le va en ramaje y en hojas; se
necesita la poda, la limpieza de esas ramas inútiles, de esos ramajes que le
quitan la fuerza a la vid para que pueda producir abundantes y generosos frutos.
Todos conocemos, o al
menos los que vivimos más cerca de las actividades agrícolas, del trabajo que
el agricultor ha de realizar todos los años con la poda. ¿Para qué? Para que la
vid sea más autentica, podríamos decir, para que cumpla en verdad su función,
para que dé esos ricos frutos que todos esperamos.
Así en nuestra vida
unidos a Cristo, purificados de todas aquellas rémoras que nos dejan vivir en
plenitud porque nos arrastran, nos merman los ideales de la vida, nos impiden
vivir en toda esa plenitud del amor que es donde alcanzamos la verdadera
felicidad, el verdadero sentido de nuestro ser. Nos unimos a Cristo para que en
verdad podamos desarrollar todos nuestros valores, todas nuestras cualidades,
todo eso que hay como en potencia en nosotros y que desarrollándolo nos
llevarán a esa plenitud de nuestro ser. Seremos más nosotros mismos porque
entonces si van a brillar todas nuestras cualidades y valores.
Y es que en Cristo
como tantas veces nos repetía san Juan Pablo II está la verdad del hombre, en
Cristo el hombre encuentra su plenitud, con Cristo alcanzaremos la mayor y
mejor dignidad.
Hoy hemos escuchado
estos textos de la Palabra saltándonos la continuidad del tiempo ordinario
porque celebramos a una de las patronas de Europa, santa Brígida de Suecia.
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