Quizás los cristianos estamos perdiendo la oportunidad de ser esos profetas en medio del mundo
Miqueas 6, 1-4. 6-8; Sal 49; Mateo 12, 38-42
Queremos ver milagros pero no sabemos descubrir ni apreciar las
señales de Dios en nuestra historia. Cuando hablamos de milagros pensamos en
hechos extraordinarios, maravillosos, espectaculares y quizá nos olvidamos del
milagro de la vida de cada día, de las cosas que suceden en nuestro entorno; tendríamos
que aprender a descubrir las huellas y los signos que Dios va dejando en el
camino de la vida para que sepamos apreciar su presencia. No es solo en esas
cosas extraordinarias donde se nos manifiesta Dios, sino en lo pequeño y en lo
sencillo de cada día.
Pensamos que necesitamos esas cosas extraordinarias para alimentar de
verdad nuestra fe y corremos de un lado para otro cuando escuchamos que si en
un lugar determinado ha habido algún tipo de manifestaciones prodigiosas. Pero
Dios nos va hablando la historia de cada día, la nuestra personal o en los
aconteceres de nuestra sociedad, y es ahí donde tenemos que abrir los ojos de la
fe para descubrir que más dice o que nos pide el Señor. Y es ahí donde nuestra
fe se hace grande, donde se fortalece de verdad, porque nos ayudará a descubrir
el verdadero sentido de la vida.
Hemos estado pasando momentos difíciles y dramáticos que tenemos que
reconocer que aún no han terminado; momentos que han hecho surgir dentro de nosotros
quizás grandes interrogantes, porque el mundo al que nos habíamos habituado
parecía que se nos venía abajo viéndonos obligados a hacer un cambio de ritmo
en la vida, a centrarnos en la vida en lo que era lo más importante en aquel
momento, e incluso nos han obligado a prescindir de muchas comodidades de las
que llamábamos la sociedad del bienestar.
Las dudas y los interrogantes siguen planteándose en nuestro interior
porque seguimos preguntándonos por dónde vamos a salir y quizá está una
pregunta fundamental sobre cuál es la sociedad que en verdad tendríamos que
construir. Es algo serio. Si todo aquel castillo que habíamos levantado se
parece a un castillo de naipes que de nada se viene abajo, es señal de que algo
nuevo y con más fundamento hemos de construir, algo más profundo, con más
fundamento tenemos que darle a la vida.
Hay mucha gente se lo pregunta y se lo plantea buscando nuevos caminos.
Yo diría que se necesita profetas con una visión nueva, distinta, creativa,
para saber leer los caminos de la historia, de nuestra historia de hoy y con
visión de futuro abrir nuevos horizontes. ¿Y no sería aquí dónde nosotros como
creyentes fuéramos esos profetas que hiciéramos una lectura de Dios de cuanto
nos sucede y nos dejáramos conducir por ese espíritu profético para señalar eso
nuevos caminos que tendríamos que emprender?
Quizás los cristianos estamos perdiendo la oportunidad de ser esos
profetas en medio del mundo. Y no digamos que no nos toca, que eso les
corresponde a otros. Nadie puede autoexcluirse de la construcción de ese mundo
nuevo que necesitamos; nadie puede quedarse al margen. Los cristianos tenemos mucho
que decir. No olvidemos que hemos sido ungidos en nuestro bautismo como
sacerdotes, profetas y reyes. Ejerzamos, pues, nuestra función.
Cuando le piden a Jesús – hoy lo escuchamos en el evangelio – signos y
milagros el les recuerda a Jonás, el profeta que no quería ser profeta, que
incluso se embarcó con distinto rumbo para escaquearse de su misión pero que
con una serie de señales tuvo que asumir su misión y predicar en Nínive. Y su
palabra profética fue una señal que llamó a la conversión, a emprender un
camino nuevo de vida, a los habitantes de Nínive. Y Jesús nos dice que eso será
señal para nosotros cuando andamos pidiendo milagros.
Asumamos nuestra misión. Abramos los
ojos de la fe para hacer una buena lectura de la vida, de la historia, de nuestro
mundo, de lo que ahora estamos viviendo y descubrir las señales de Dios. Unas
señales que nos van a abrir caminos y horizontes nuevos. Necesitamos en verdad
abrir los ojos de la fe y seguir haciéndonos una profunda reflexión sobre
cuanto nos pasa para que descubramos ese sentir de Dios, eso es que es la
voluntad de Dios para el hoy de nuestras vidas. De nosotros depende su abrimos
nuestra mente y nuestro corazón.
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