Hay que salir a todos los terrenos a sembrar la semilla no
temiendo las dificultades de acogida que podamos encontrar porque Jesús nos
envió a todos sin distinción
Jeremías 3, 14-17; Sal.: Jer 31, 10.
11-12ab. 13; Mateo 13, 18-23
Al romperse el ritmo
de la lectura continuada en esta semana por distintas celebraciones parece que
nos queda a trasmano la explicación de la parábola del sembrador que hoy
escuchamos en el evangelio. Cuando los discípulos llegaron a casa con Jesús le
preguntaron por el sentido de las parábolas, por qué les hablaba en parábolas y
el significado en este caso concreto de la parábola del sembrador.
Muy propio del
lenguaje oriental es ser muy expresivos en sus imágenes para explicarnos
cualquier cosa; incluso en el lenguaje ordinario en los saludos de los
encuentros, por ejemplo, el interesarse por la familia o los seres queridos
solía ir acompañado de grandes párrafos llenos de imágenes para expresar el
aprecio que sentían por la familia.
De todas maneras son
válidas en todos los lugares y en todos los tiempos las imágenes para
expresarnos las cosas y en el mundo de comunicación en que vivimos y de medios
audiovisuales de todo tipo bien sabemos como aquello que se nos presenta con
unas imágenes determinadas está pensado para trasmitirnos un mensaje, para
decirnos de una forma agradable o de una forma sutil muchas cosas que nos
puedan interesar o ayudar. No es cuestión solo de imaginación de una riqueza
del lenguaje que así quizá de manera sencilla sin embargo se hace profundo en
sus contenidos que llegamos a comprender mejor.
Ya esta misma página
con la que me comunico con ustedes la misma titulación ya está expresada con
una imagen, la semilla que sembramos cada día (http://la-semilla-de-cada-dia.blogspot.com/), para indicar la intención y el mejor deseo de hacer
que estas reflexiones sean semilla que llegue a nuestra vida y nos ayude a
tener los mejores frutos de nuestra existencia y en este caso concreto de
nuestro seguimiento de Jesús.
La semilla está ahí
con todo su potencial, podríamos decir, en sí encierra un misterio de vida pero
que tenemos que hacer germinar para que surja la nueva planta que un día nos dé
los mejores frutos. Ni podemos dejar guardaba para siempre esa semilla porque podría
perder su virtualidad, ni la podemos sembrar de cualquier manera si luego esa
nueva planta que surge no le prestamos los necesarios cuidados para que pueda
no solo brotar sino crecer y un día nos ofrezca las flores anuncio de los prometidos
y ansiados frutos.
Es cierto que el
sembrador de la parábola va sembrando a voleo, que es la forma habitual de
sembrarla, porque quiere que llegue esa semilla a todos los campos y a todos
los terrenos. Y es que la Palabra de Dios no la podemos encerrar ni podemos
estar escogiendo a quien se la ofrecemos sino que su riqueza de vida es para
todos y a todos se ha de ofrecer. Y aunque en la parábola nos encontramos con
la dificultades de esos diversos terrenos donde ha caído la semilla que no
siempre va a tener el cuidado necesario para que germine y llegue a
fructificar, sin embargo ese hecho nos está también queriendo decir mucho a los
cristianos de hoy a la hora de hacer esa siembra.
Quizá muy obsesionados
por tener el terreno bueno y bien preparado muchas veces nos hemos quedado
demasiado encerrados en los nuestros, en nuestro campo, en el recinto de
nuestras iglesias o nuestros templos, esperando quizá que vengan todos deseosos
de esa semilla de esa Palabra para escucharla. Que también tenemos que ser
conscientes de cuáles sean las actitudes con que vienen a nuestros templos, a
nuestros centros parroquiales, a nuestras catequesis, porque bien sabemos la
cantidad de condicionamientos sociales que rodean muchas de nuestras acciones
pastorales.
Y tenemos que darnos
cuenta de que tenemos que salir a todos los campos, a todos los terrenos aunque
nos encontremos con la dificultad de la acogida o no que pueda tener ese
anuncio que nosotros queremos hacer. Pero Jesús nos envió al mundo, hasta los
confines de la tierra, y no puso límites, ni dijo que fuéramos solo allí donde sabíamos
que nos iban a escuchar.
El Papa Francisco nos
lo ha estado repitiendo, como se suele decir, por activa y por pasiva, cómo
tenemos que salir a las periferias, o sea tenemos que salir de nuestros lugares
de siempre para llevar ese anuncio de la Buena Nueva a todo el mundo. Por
muchas cosas que digamos, por muchos planes pastorales que nos hagamos,
seguimos encerrados en hacer lo de siempre y el evangelio tiene que oírse con
otra voz, y tiene que llegar a todos, y por todos tiene que hacerse entender.
Gastamos muchas energías
hacia dentro y nos falta el impulso para ir de verdad a los de fuera. Repetimos
una y otra vez las mismas cosas a los que tenemos siempre dentro de nuestras
comunidades, pero no hemos encontrado la forma para saber ir a los que están más
lejos y nunca vienen. Un nuevo coraje y un nuevo ardor nos faltan en el
corazón. Dejemos que el Espíritu del Señor se meta dentro de nosotros y nos
revuelve para hacernos despertar.
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