Es
necesario saber sintonizar mejor con los demás, y para ello necesitamos
detenernos para escuchar dejando a un lado prejuicios e insensibilidades
Lamentaciones 2, 2. 10-14. 18-19; Sal 73; Mateo 8, 5-17
‘Señor, tengo en casa un
criado que está en cama paralítico y sufre mucho’. Hermosa oracion, hermosa súplica aunque
en sus palabras pareciera que no pide nada. Simplemente está contando lo que
sucede, está hablándole a Jesús del sufrimiento del criado que tiene en casa
discapacitado. Por supuesto que en sus palabras está la intención de la
súplica; pero destaca la sencillez y la humildad; destaca su sensibilidad, su
preocupación por los que tiene cerca de sí. Luego manifestará la fe grande que
tiene que merecerá incluso la alabanza de Jesús.
Pero creo que este primer
pensamiento ya nos tendría que llevar a más reflexiones. Su sensibilidad y su
preocupación. Parece como si lo sintiera como algo propio, lo está sufriendo él
también. Ya sé que este texto en ocasiones ha dado pie a comentarios muy
interesados desde ciertos sectores queriendo ver más allá de lo que realmente
nos dice el evangelio. Como si el sentir o sufrir como algo propio el
sufrimiento de otra persona solo se pudiera tener desde ciertos estilos de vida
que hoy se tratan mucho de justificar. Cuesta incluso desligar una amistad
sincera y limpia de otros llamémoslo intereses en la relacion entre las
personas.
Yo quiero mirar la
sensibilidad del centurión por el sufrimiento de su criado simplemente desde la
sensibilidad de un corazón que sabe estar abierto a los demás. Muchas veces en
la vida vamos demasiado insensibles en medio de un mundo de sufrimientos que
nos rodea y ante el que intentamos cerrar los ojos para que no nos compliquen;
demasiadas veces en nuestra insensibilidad hasta querer culpabilizar a esas
personas que sufren de su propio sufrimiento, quizá para disculparnos con
disculpan que no nos valen de nuestra insensibilidad.
Es necesario saber
sintonizar mejor con los demás, y para ello necesitamos detenernos para
escuchar, pero eso nos cuesta en nuestro mundo de prisas; y así vamos con
nuestros prejuicios, con las valoraciones que nosotros nos hemos hecho sin
haberlos escuchado, con cierto racismo en el interior de nuestro corazón en
tantas ocasiones. Conocer y comprender, y para eso es necesario escuchar, nos
complica la vida; por aquello de que ojos que no ven corazón que no siente, no
queremos saber y juzgamos y hasta condenamos de antemano. Si abriéramos los oídos
de nuestro corazón un poquito más seguro que nos llevaríamos grandes sorpresas.
Jesús se detuvo junto a aquel
hombre que venia con su súplica. No era un judío en este caso, porque era un
centurión romano; para más perteneciente al ejército que los dominaba y que les
hacia sentirse tan mal a los judíos. No entraban en sus casas, porque incluso
era causa de una impureza legal, los rechazaban ya de antemano por ser
extranjeros. El judío como miembro del pueblo elegido ya se sentía superior de
todo extranjero al que llamaban gentil y tenían otros epítetos muy fuertes para
referirse a ellos – recordemos el episodio de la mujer cananea -.
Pero Jesús se ofreció a ir
a su casa para curar al paralítico, como haría en tantas otras ocasiones como
en el caso de Jairo, y ante las protestas de humildad de aquel hombre que no se
consideraba digno de que Jesús entrara en su casa, Jesús se detiene a
escucharle. Y aquí está la sorpresa, Jesús va a alabar la fe de aquel hombre. ‘No he encontrado en Israel una fe
tan grande’. Y dirá Jesús entonces palabras que tendrían muy en cuenta
todos los que estaban en su contra porque parece que los elegidos del pueblo de
Dios van a ser sustituidos por los que vienen de otras partes. ‘Os digo que
vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob
en el reino de los cielos; en cambio, a los hijos del reino los echarán fuera,
a las tinieblas’.
Aprendamos el hermoso
mensaje de este evangelio. Tengamos siempre la sensibilidad de escuchar a los
demás y sentir como propio el sufrimiento de nuestros hermanos.
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