Los leprosos se veían obligados a vivir confinados, pero
tendríamos que pensar en los que realmente hoy en nuestra sociedad viven una
situación también de confinamiento
2Reyes 25, 1-12; Sal 136; Mateo 8, 1-4
Nos habla hoy de un
leproso, y de un leproso que se atreve a acercarse hasta Jesús para pedirle que
tenga misericordia con él y lo cure. Ya conocemos todo cuanto sucede y el breve
diálogo entre Jesús y el leproso. Pero quería fijarme en este aspecto que hemos
mencionado de que se atreve a acercarse hasta donde estaba Jesús.
En tiempos de
confinamiento como los que estamos es bueno subrayar este aspecto. En el mundo
antiguo toda enfermedad era como un castigo de Dios. ‘¿Quién pecó, éste o
sus padres para que naciera ciego?’ recordamos que le preguntaban los discípulos
de Jesús en las calles de Jerusalén cuando con aquel ciego de nacimiento que
pedía limosna que era el destino más pronto de los ciegos para poder
sobrevivir. ¿Una maldición de Dios? algo así pensaban y mucho más de aquellas
enfermedades que eran propensas al contagio. Los leprosos se veían marginados
totalmente de la sociedad porque tenían que vivir en lugares apartados, no podían
acercarse ni permitir que nadie se acercara a ellos. Así los vemos
habitualmente en el evangelio.
‘Ni este pecó ni
sus padres para que naciera ciego, sino para que se manifieste la gloria de
Dios’, respondería Jesús
en el caso del ciego de nacimiento de Jerusalén cuya curación también iba a
producir tanto revuelo entre los judíos. Ahora solo hay el gesto de Jesús que
extiende su mano y que dirá ‘quiero, queda limpio’.
Aquel hombre no teme,
no tiene vergüenza de reconocer su enfermedad, que le llevaba incluso a una
situación de impureza legal. No se esconde, no se queda lejos, se mete en medio
de la gente arriesgándose incluso a que pudieran apedrearle, no teme el rechazo
de nadie ni menos de Jesús. En su concepto también incluso podría considerarse
pecador aunque no supiera cual era su pecado, pero si conocía su sufrimiento,
pero allí va con esa impureza legal, con esa enfermedad propensa al contagio,
pero se postra ante Jesús. En El tiene toda su confianza.
¿Habrán situaciones
semejantes entre nosotros? y al hablar de situación semejante pienso en todo lo
que era el sufrimiento de aquel hombre alejado de la sociedad, discriminado y
despreciado por todos, que llevaba a la inmensa mayoría a esconderse de los
demás y refugiarse en aquellos lugares de muerte que les estaban reservados.
Normalmente es cierto que decimos que sentimos compasión por los enfermos, pero
pensemos si acaso entre nosotros pudiera haber actitudes un tanto parecidas a
lo que vemos reflejados en aquel mundo antiguo.
¿No tendremos también
muchos miedos ante todo lo que signifique sufrimiento y soledad? O también
quizá tendríamos que preguntarnos a cuantos condenamos a la soledad porque
tienen unas limitaciones físicas o síquicas, porque son dependientes y ya pesa
sobre ellos la debilidad de los años. Es cierto que van surgiendo en la
sociedad diversas instituciones y organismos que dicen cuidar y preocuparse por
estas personas discapacitadas y dependientes por sus limitaciones físicas o
síquicas o por sus muchos años, pero ¿no significará una condena de soledad que
desde nuestras familias, desde el funcionamiento de la sociedad estamos
haciendo de todas esas personas? No tenemos tiempo, no hay lugar en nuestros
hogares modernos o en nuestros pisos pequeños, no somos capaces de hacer por
ellos desde la cercanía de una familia y de un hogar.
Nos duele el tener que
estar confinados en este estado de alarma que hemos vivido o seguimos aun
viviendo – mucha gente dice que lo ha pasado muy mal al verse así confinados en
su propio hogar -, pero no pensamos en tantos seres que por una razón o por
otra también confinamos en residencias, asilos, o lugares a los que queremos
dar el hombre de hogares de nuestros mayores, y realmente porque no queremos
complicarnos la vida; exigencias de la vida moderna, decimos en tantas
ocasiones.
Mucho tendrían que
hacernos pensar estas cosas. Y también de esta situación dolorosa que hemos
venido viviendo tendríamos que sacar muchas lecciones, aprender muchas cosas,
valorar lo que verdaderamente es principal en nuestras vidas. Quizá aprendamos
a dejar que ‘el leproso’ se acerque a nosotros diciéndonos que podemos
limpiarlo y aprendamos a tender la mano como Jesús pero decir que sí, que
queremos hacerlo y hacer que otras actitudes nuevas surjan en nuestros
corazones. Claro que tendríamos que preguntamos cual es el pecado de nuestra
sociedad.
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