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viernes, 26 de junio de 2020

Los leprosos se veían obligados a vivir confinados, pero tendríamos que pensar en los que realmente hoy en nuestra sociedad viven una situación también de confinamiento



Los leprosos se veían obligados a vivir confinados, pero tendríamos que pensar en los que realmente hoy en nuestra sociedad viven una situación también de confinamiento

2Reyes 25, 1-12; Sal 136; Mateo 8, 1-4
Nos habla hoy de un leproso, y de un leproso que se atreve a acercarse hasta Jesús para pedirle que tenga misericordia con él y lo cure. Ya conocemos todo cuanto sucede y el breve diálogo entre Jesús y el leproso. Pero quería fijarme en este aspecto que hemos mencionado de que se atreve a acercarse hasta donde estaba Jesús.
En tiempos de confinamiento como los que estamos es bueno subrayar este aspecto. En el mundo antiguo toda enfermedad era como un castigo de Dios. ‘¿Quién pecó, éste o sus padres para que naciera ciego?’ recordamos que le preguntaban los discípulos de Jesús en las calles de Jerusalén cuando con aquel ciego de nacimiento que pedía limosna que era el destino más pronto de los ciegos para poder sobrevivir. ¿Una maldición de Dios? algo así pensaban y mucho más de aquellas enfermedades que eran propensas al contagio. Los leprosos se veían marginados totalmente de la sociedad porque tenían que vivir en lugares apartados, no podían acercarse ni permitir que nadie se acercara a ellos. Así los vemos habitualmente en el evangelio.
‘Ni este pecó ni sus padres para que naciera ciego, sino para que se manifieste la gloria de Dios’, respondería Jesús en el caso del ciego de nacimiento de Jerusalén cuya curación también iba a producir tanto revuelo entre los judíos. Ahora solo hay el gesto de Jesús que extiende su mano y que dirá ‘quiero, queda limpio’.
Aquel hombre no teme, no tiene vergüenza de reconocer su enfermedad, que le llevaba incluso a una situación de impureza legal. No se esconde, no se queda lejos, se mete en medio de la gente arriesgándose incluso a que pudieran apedrearle, no teme el rechazo de nadie ni menos de Jesús. En su concepto también incluso podría considerarse pecador aunque no supiera cual era su pecado, pero si conocía su sufrimiento, pero allí va con esa impureza legal, con esa enfermedad propensa al contagio, pero se postra ante Jesús. En El tiene toda su confianza.
¿Habrán situaciones semejantes entre nosotros? y al hablar de situación semejante pienso en todo lo que era el sufrimiento de aquel hombre alejado de la sociedad, discriminado y despreciado por todos, que llevaba a la inmensa mayoría a esconderse de los demás y refugiarse en aquellos lugares de muerte que les estaban reservados. Normalmente es cierto que decimos que sentimos compasión por los enfermos, pero pensemos si acaso entre nosotros pudiera haber actitudes un tanto parecidas a lo que vemos reflejados en aquel mundo antiguo.
¿No tendremos también muchos miedos ante todo lo que signifique sufrimiento y soledad? O también quizá tendríamos que preguntarnos a cuantos condenamos a la soledad porque tienen unas limitaciones físicas o síquicas, porque son dependientes y ya pesa sobre ellos la debilidad de los años. Es cierto que van surgiendo en la sociedad diversas instituciones y organismos que dicen cuidar y preocuparse por estas personas discapacitadas y dependientes por sus limitaciones físicas o síquicas o por sus muchos años, pero ¿no significará una condena de soledad que desde nuestras familias, desde el funcionamiento de la sociedad estamos haciendo de todas esas personas? No tenemos tiempo, no hay lugar en nuestros hogares modernos o en nuestros pisos pequeños, no somos capaces de hacer por ellos desde la cercanía de una familia y de un hogar.
Nos duele el tener que estar confinados en este estado de alarma que hemos vivido o seguimos aun viviendo – mucha gente dice que lo ha pasado muy mal al verse así confinados en su propio hogar -, pero no pensamos en tantos seres que por una razón o por otra también confinamos en residencias, asilos, o lugares a los que queremos dar el hombre de hogares de nuestros mayores, y realmente porque no queremos complicarnos la vida; exigencias de la vida moderna, decimos en tantas ocasiones.
Mucho tendrían que hacernos pensar estas cosas. Y también de esta situación dolorosa que hemos venido viviendo tendríamos que sacar muchas lecciones, aprender muchas cosas, valorar lo que verdaderamente es principal en nuestras vidas. Quizá aprendamos a dejar que ‘el leproso’ se acerque a nosotros diciéndonos que podemos limpiarlo y aprendamos a tender la mano como Jesús pero decir que sí, que queremos hacerlo y hacer que otras actitudes nuevas surjan en nuestros corazones. Claro que tendríamos que preguntamos cual es el pecado de nuestra sociedad.

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