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lunes, 22 de junio de 2020

Que el colirio del amor limpie y llene de luminosidad nuestros ojos para mirar con mirada limpia y saber poner siempre el amor por delante en nuestras relaciones mutuas


Que el colirio del amor limpie y llene de luminosidad nuestros ojos para mirar con mirada limpia y saber poner siempre el amor por delante en nuestras relaciones mutuas

2Reyes 17, 5-8. 13-15a. 18; Sal 59; Mateo 7, 1-5
Es cierto que nos pueden gustar o no las cosas que vemos. Incluso la manera de actuar de los demás; cada uno tenemos nuestros criterios, nuestros principios, nuestra manera de hacer las cosas, y podremos estar de acuerdo o no, podremos tener distintos enfoques, podremos estar profundamente en desacuerdo, pero no nos podemos meter en el interior de la persona, no somos nadie para juzgar su manera de actuar con un juicio que signifique condena; y a eso es a lo más que estamos acostumbrados, es quizás lo que nos es más fácil hacer. Tratar de comprender su punto de vista, el por qué hace las cosas como las hace, respetar la decisión de la persona, por mucho que pensemos que está equivocada eso es algo que nos cuesta mucho.
Tenemos que aprender a vivir en un mundo de respeto y comprensión, que es mucho más que eso que ahora se dice tanto de la tolerancia. Porque nosotros podemos presentar con la misma libertad nuestra opinión, nuestra manera de hacer las cosas, pero tenemos que respetar, no podemos nunca condenar.
Además si vemos errores, o nos parece a nosotros, en la otra persona que pueden afectar a lo moral, aparte de esa comprensión y respeto, que también con humildad podemos acercarnos a esa persona sin juzgar ni condenar y hacerle ver lo que a nosotros nos parece que hace mal; pero eso nos hace mirarnos también a nosotros mismos.
¿Es que somos perfectos? ¿Es que todo siempre lo hacemos bien y no cometemos errores? ¿Seríamos capaces de aceptar esa corrección fraterna que nos puede venir del otro que nos quiere hacer ver en qué también nosotros nos hemos equivocado? Y sabemos que salta enseguida nuestro amor propio y nuestro orgullo y no pasamos por eso que consideramos una humillación cuando nos corrigen por muy bien que lo hagan.
Creo que a pensamientos así nos tiene que llevar lo que hoy Jesús nos está enseñando en el evangelio. Porque en ese mundo de amor que es el Reino de Dios que El nos anuncia, ese respeto y esa comprensión tienen que brillar fuertemente en nuestras vidas. Cuando amamos de verdad y entre nosotros tendríamos que sentirnos verdaderamente hermanos sabemos ayudarnos mutuamente, nos dejamos ayudar también por los demás porque nunca con soberbia nos ponemos en el pedestal de querer ser siempre los perfectos.
Creo que no son necesarios muchos más razonamientos sino ser capaces de tener ese espíritu de humildad, ese corazón generoso y lleno de amor para lograr que nuestras relaciones sean siempre hermosas porque estén llenas de paz y porque sepamos colaborar los unos con los otros para ir haciendo que el mundo sea mejor. Y no se trata de hacer grandes cosas, sino esas pequeñas cosas que son nuestras relaciones de cada día con aquellos que más cercanos están a nosotros con los que sabemos ser comprensivos, para los que no estamos teniendo siempre palabras de condena, sino siempre ha de ser palabras y gestos de estímulo, para que nos sintamos bien interiormente, para que no nos falta la paz, para que sepamos aceptarnos aquello que tenemos que decirnos, para que haya siempre una relación de humildad y de sencillez.
Seremos capaces entonces de ir con delicadeza a tratar el ojo del hermano pero también de dejarnos limpiar nuestros ojos que tantas veces llenamos de pedruscos o los enturbiamos demasiado para no ver con claridad. De eso nos habla Jesús cuando habla de la mota o de la viga que puede haber en nuestros ojos. Que el colirio del amor llene de luminosidad nuestros ojos.

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