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martes, 11 de febrero de 2020

Démosle autenticidad, veracidad a lo que hacemos, que no sean nunca pura rutina o costumbre, sino que en verdad sea vida en nosotros

Démosle autenticidad, veracidad a lo que hacemos, que no sean nunca pura rutina o costumbre, sino que en verdad sea vida en nosotros

1Reyes 8, 22-23. 27-30; Sal 83;  Marcos 7, 1-13
La autenticidad con que nos manifestamos, la veracidad de la vida donde no nos quedamos en la apariencia y la vanidad exterior son valores muy importantes que nos manifiestan la madurez humana de la persona. Esa incongruencia que aparece en la vida cuando nuestras palabras van por un lado, pero lo que llevamos en el interior se queda lejos es algo que produce rechazo y desconfianza. ¿Cómo nos vamos a fiar de quien solo tiene gestos de cara a la galería pero de quien sabemos de la superficialidad que lleva dentro de si aunque nos parezca contradictoria la frase?
Son por otra parte en los que se quedan en las costumbres que convierten en reglas de su vida, pero que no saben ni que sentido darle a lo que están haciendo. Es que eso siempre se ha hecho así, nos dicen, y si les preguntas qué sentido tiene no saben darnos una respuesta. Está bien tener buenas costumbres porque son las que pueden hacer madurar nuestras virtudes, pero es necesario hacer las cosas con sentido dándole su auténtico valor. Hacer las cosas simplemente porque repetimos lo que siempre hemos hecho no siempre da la autenticidad de la persona y de lo que hacemos.
Costumbres que nacieron en unas circunstancias concretas y que entonces sirvieron para orientar el sentido de lo que hacíamos, no significa que por si mismas tengamos que seguir repitiendo lo mismo. Muchas veces se pueden convertir en reglas implacables a las que podemos darle mayor importancia incluso que a la humanidad con que hemos de tratar a los demás. Todo ha de servirnos para hacer crecer nuestras humanidad, hacer que nuestras relaciones sean humanas y entonces sepamos tratar con ese respeto pero también con esa bondad a los que están a nuestro lado.
Hoy en el evangelio vemos que le echan en cara a Jesús porque sus discípulos al regresar de la plaza comen sin lavarse las manos. Está bien las normas y reglas de higiene, pero llegar a convertir su cumplimiento o no en causa de una impureza del espíritu, es algo que llega a pasarse de la raya, podíamos decir. Fue necesario quizá en un tiempo educar al pueblo en esa higiene, viviendo además como vivían una vida errante de un lado para otro y donde no era fácil además tener lo suficiente para la higiene personal.
Por eso en la respuesta de Jesús les insiste en la necesaria pureza interior, que va mucho más allá de lavarse o no las manos, porque hayamos tocado algo que se considera impuro y nos puede volver impuros. Nos preocupamos de lo externo, pero no le prestamos la misma atención por lo menos al interior del hombre, nos preocupamos de esas impurezas legales, pero nos importa poco que nuestro corazón esté lleno de maldad y queramos más a los demás o los tratemos injustamente. ¿Qué será lo verdaderamente importante?
Les recuerda Jesús lo anunciado por el profeta. Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres’.
Es la autenticidad con que hemos de mostrarnos en la vida, en todas las facetas de la vida, también en este aspecto religioso o cristiano. Tenemos que darle autenticidad, veracidad a aquello que hacemos, que no solo sean con nuestros labios, con gestos externos que hagamos como mera costumbre, pero que interiormente no nos significan nada.
Y en esto quiero resaltar algo que parece lo más normal, nuestras prácticas religiosas, ya desde nuestras oraciones personales, como nuestra participación en las celebraciones litúrgicas. Muchas veces se nos quedan en una rutina; es cierto que no nos podemos pasar sin hacer nuestras oraciones, y como dicen algunos no me puedo dormir sin rezar mis oraciones, pero cuidado que sea solo como una cantinela que nos adormece; no tengo sueño y me pongo a rezar para que me dé sueño. Y eso nos pasa, y eso es la manera como hacemos muchas veces las cosas.
Y lo mismo tendríamos que decir de nuestra participación en las celebraciones litúrgicas, como la misa por ejemplo. Yo fui a Misa, yo estaba en Misa, decimos, tu cuerpo, pero tu mente, ¿dónde estaba? ¿Aquellas oraciones en verdad eran tu oración porque tú lo estabas sintiendo por dentro, viviendo por dentro? Mucho tenemos que revisar en la vida en este sentido, no me quiero ahora alargar en este comentario y reflexión.


Démosle autenticidad, veracidad a lo que hacemos, que no sean nunca pura rutina, sino que en verdad sea vida en nosotros.

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