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domingo, 9 de febrero de 2020

Necesitamos nuevas posturas y actitudes que poner en la vida para poder brillar en las tiniebla como una luz


Necesitamos nuevas posturas y actitudes que poner en la vida para poder brillar en las tiniebla como una luz

Isaías 58, 7-10; Sal 111; 1Corintios 2, 1-5; Mateo 5, 13-16
¿Para qué queremos la sal si ya no nos vale ni para dar sabor a la comida ni para conservar aquello que se puede estropear? ¿Para qué queremos una luz que no ilumine por lo escondida que está en el lugar que la hemos colocado? Ha de tener su sitio adecuado para que con su luz podamos ver; hemos de poner la sal necesaria para que resalte debidamente el sabor de la comida.
Son las imágenes y comparaciones que hoy nos pone Jesús en el evangelio. Y no hay que darle más vueltas ni hacerle decir lo que no nos quiere decir. Pero es que Jesús nos está diciendo que nosotros tenemos que ser sal, que nosotros tenemos que ser luz. ‘Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo… no se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte…’ Porque además no se trata de ser candeleros bien adornados y que llamen la atención; lo importante es la luz, pero la luz no es nuestra, la luz con la que nosotros tenemos que alumbrar es con la luz de Jesús. No se tienen que fijar en nosotros, sino que el mundo tiene que dejarse iluminar por la luz.
Tantas veces nos quejamos de las oscuridades de nuestro mundo; tanto decimos del sin sentido, como a la loco, que viven tantos en nuestro entorno. Nos parecen desorientados, nos parece que nuestro mundo camina sin rumbo, nos parece que hay un sin sentido en tanta superficialidad y tanta insolidaridad, en tanta corrupción y en tanta violencia, en tantas manipulaciones de los que se sienten poderosos de alguna manera y de tanto borreguismo en los que vemos que caminan sin sentido dejándose influir y dejándose arrastrar por banalidades o sueños que otros les meten en la cabeza.
Contemplamos todo eso, hacemos análisis de la realidad, manifestamos quizá nuestra insatisfacción pero de ahí o pasamos cuando nosotros tenemos en nuestras manos esa sal y esa luz que de sentido y sabor y que ilumine con un nuevo sentido el devenir de la humanidad y de la historia. ¿No estaremos siendo nosotros esa luz que se oculta o esa sal que se corrompe y ya no da sabor ni libera de la corrupción? Nos quedamos en palabras y no llegamos al ser. Podemos decir cosas hermosas y tener maravillosas ideas en la cabeza pero quizá nuestro corazón está frío y en total oscuridad.
Los cristianos que llevamos veinte siglos con el evangelio en nuestras manos no hemos terminado de meterlo en la vida y en el corazón para convertirlo a través de nuestras vidas en esa sal de nuestro mundo, en esa luz que ilumina la vida de los hombres. Y es que cada vez que hemos encerrado nuestro corazón en la insolidaridad o en la insensibilidad ante los problemas de los que nos rodean y pasamos indiferentes ante los sufrimientos de los otro, hemos ocultado la luz. Cada vez que nos hemos dejado envolver por la violencia y gritan nuestras palabras llenas de ira, gritan nuestros gestos envueltos en maldad, gritan  nuestros actos y nuestras actitudes injustas haciendo daño a los demás, estamos ocultando la luz y echando a perder la sal.
Por eso nos decía el profeta hoy ‘parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre a quien ves desnudo y no te desentiendas de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora…’ y continuaba luego insistiendo una vez más ‘cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía’.
Ahí tenemos la forma concreta de cómo tenemos que ser luz, de cómo tenemos que llevar esa sal que libere de la corrupción nuestro mundo. Y cuidado no seamos nosotros culpables porque nos creíamos muy seguros de nosotros mismos pero nada concreto hicimos quedándonos solo en buenas palabras. Porque tantas veces vamos muy deprisa por la vida, quizás por llevar temprano al templo, pero pasamos de largo por aquel que estaba caído en la vera del camino.
Nos hemos preocupado mucho de embellecer y adornar nuestros templos, porque decimos que son para el culto al Señor, pero pasamos de largo por ese templo vivo de Dios que vemos a nuestro lado en el camino de la vida, desnudo o en solitario, con el sufrimiento de su corazón reflejado en sus rostros o con la mano tendida esperando no solo la limosna de una ayuda material sino la mano tendida de la atención y de la escucha, la mirada que tantas veces bajamos al suelo para no enfrentarnos con las lágrimas de su angustia o de su soledad.
Unas nuevas actitudes y posturas de vida tenemos que saber poner en nuestra vida para que podamos brillar en las tinieblas como una luz. ¿Qué haremos este domingo con los que nos crucemos en la puerta de la Iglesia?

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