No es una convivencia meramente formal que se pueda quedar en apariencias sino es la acogida generosa de un corazón grande donde todos hemos de tener un lugar
1 Reyes 11, 4-13; Sal 105; Marcos 7, 24-30
En nuestras relaciones entre vecinos, aunque todos queramos llevarnos
bien y tener una buena convivencia es muy humano que nos hagamos algunas
distinciones y seamos más amigos de unos que de otros y hasta mantengamos
ciertas reticencias unas veces por ser de la familia que son, o bien en
ocasiones por su lugar de procedencia. Se marcan esas diferencias de manera
notable cuando somos de pueblos vecinos entre los que siempre existe cierta
rivalidad por progresos que podamos ver en el pueblo vecino o bien porque
recordemos datos de historias pasadas; aquí en Canarias bien sabemos las
diferencias que nos marcamos entre islas que van en ocasiones más allá de una
rivalidad festiva que nos pueda hacer echar en cara cosas de un lugar o de
otro.
Los judíos marcaban fuertemente esas diferencias, viviendo en un
territorio en el que habitaban otras etnias o también incluso desde razones de
religión porque al considerarse el pueblo elegido por Dios se sentían en otro
nivel de los otros pueblos a los que consideraban como gentiles; eran marcadas
las diferencias entre los de Judea y los de Galilea, mucho más las diferencias
que tenían con los samaritanos con los que había también un cisma religioso y
mucho más con los pueblos más allá de sus fronteras a los que consideraban
paganos y para quienes tenían fuertes gestos de desprecio y discriminación.
Hoy Jesús anda por tierras de paganos; se había salido de los límites
de Israel y andaba por la región fenicia, lo que hoy serian territorios del
Líbano. Trata de pasar desapercibido, nos dice el evangelista, pero hasta allí
había llegado su fama y pronto tras de El corre una mujer gritando que tenga
piedad de su hija que está enferma. Ya decíamos que trata Jesús de pasar
desapercibido y se hace oídos sordos a aquella petición aunque la mujer fenicia
sigue con insistencia tras Jesús hasta introducirse en la casa y postrarse a
los pies de Jesús.
Surge un diálogo que a nosotros nos puede parecer duro pero que era la
forma como se trataban unos y otros. De ahí la imagen del perro al que no se le
echa la comida de los hijos, pero en la fe y confianza de aquella mujer el
perrito come las migajas que caen de la mesa de sus amos. Se sorprende Jesús de
la fe y la confianza de aquella mujer y le dice que por esa fe ya su hija está
curada. Se rompen las barreras porque la salvación que nos viene a traer Jesús
no se va a quedar reducida solo a un pueblo determinado porque es una salvación
con carácter universal.
Se rompen las barreras, porque todos somos hijos; se rompen las
barreras porque lo que tiene que prevalecer es el amor; se rompen las barreras
porque el sentido y el estilo que nos quiere ofrecer Jesús es bien nuevo, no
caben las discriminaciones, no cabe que tengamos marcado con un sambenito a
alguien para siempre porque en un determinado momento haya podido hacer algo o
sea de tal o cual condición; se rompen las barreras porque Jesús nos ofrece un
mundo nuevo, donde todos nos escuchemos, nunca seamos capaces de darle la
espalda a alguien, ni vayamos con disimulos por la vida para no encontrarnos
con este o con aquel que nos pueda caer mejor o peor.
Creo que el evangelio es una invitación a que vivamos el sentido de
ese mundo nuevo donde todos hemos de caber y del que hemos de desterrar todo
tipo de discriminación. Es un mundo nuevo de puertas abiertas, de corazones
grandes y generosos para la acogida donde todos hemos de caber. Es el sentido
del Reino de Dios que Jesús nos proclama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario