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jueves, 13 de febrero de 2020

No es una convivencia meramente formal que se pueda quedar en apariencias sino es la acogida generosa de un corazón grande donde todos hemos de tener un lugar


No es una convivencia meramente formal que se pueda quedar en apariencias sino es la acogida generosa de un corazón grande donde todos hemos de tener un lugar

1 Reyes 11, 4-13; Sal 105; Marcos 7, 24-30
En nuestras relaciones entre vecinos, aunque todos queramos llevarnos bien y tener una buena convivencia es muy humano que nos hagamos algunas distinciones y seamos más amigos de unos que de otros y hasta mantengamos ciertas reticencias unas veces por ser de la familia que son, o bien en ocasiones por su lugar de procedencia. Se marcan esas diferencias de manera notable cuando somos de pueblos vecinos entre los que siempre existe cierta rivalidad por progresos que podamos ver en el pueblo vecino o bien porque recordemos datos de historias pasadas; aquí en Canarias bien sabemos las diferencias que nos marcamos entre islas que van en ocasiones más allá de una rivalidad festiva que nos pueda hacer echar en cara cosas de un lugar o de otro.
Los judíos marcaban fuertemente esas diferencias, viviendo en un territorio en el que habitaban otras etnias o también incluso desde razones de religión porque al considerarse el pueblo elegido por Dios se sentían en otro nivel de los otros pueblos a los que consideraban como gentiles; eran marcadas las diferencias entre los de Judea y los de Galilea, mucho más las diferencias que tenían con los samaritanos con los que había también un cisma religioso y mucho más con los pueblos más allá de sus fronteras a los que consideraban paganos y para quienes tenían fuertes gestos de desprecio y discriminación.
Hoy Jesús anda por tierras de paganos; se había salido de los límites de Israel y andaba por la región fenicia, lo que hoy serian territorios del Líbano. Trata de pasar desapercibido, nos dice el evangelista, pero hasta allí había llegado su fama y pronto tras de El corre una mujer gritando que tenga piedad de su hija que está enferma. Ya decíamos que trata Jesús de pasar desapercibido y se hace oídos sordos a aquella petición aunque la mujer fenicia sigue con insistencia tras Jesús hasta introducirse en la casa y postrarse a los pies de Jesús.
Surge un diálogo que a nosotros nos puede parecer duro pero que era la forma como se trataban unos y otros. De ahí la imagen del perro al que no se le echa la comida de los hijos, pero en la fe y confianza de aquella mujer el perrito come las migajas que caen de la mesa de sus amos. Se sorprende Jesús de la fe y la confianza de aquella mujer y le dice que por esa fe ya su hija está curada. Se rompen las barreras porque la salvación que nos viene a traer Jesús no se va a quedar reducida solo a un pueblo determinado porque es una salvación con carácter universal.
Se rompen las barreras, porque todos somos hijos; se rompen las barreras porque lo que tiene que prevalecer es el amor; se rompen las barreras porque el sentido y el estilo que nos quiere ofrecer Jesús es bien nuevo, no caben las discriminaciones, no cabe que tengamos marcado con un sambenito a alguien para siempre porque en un determinado momento haya podido hacer algo o sea de tal o cual condición; se rompen las barreras porque Jesús nos ofrece un mundo nuevo, donde todos nos escuchemos, nunca seamos capaces de darle la espalda a alguien, ni vayamos con disimulos por la vida para no encontrarnos con este o con aquel que nos pueda caer mejor o peor.
Creo que el evangelio es una invitación a que vivamos el sentido de ese mundo nuevo donde todos hemos de caber y del que hemos de desterrar todo tipo de discriminación. Es un mundo nuevo de puertas abiertas, de corazones grandes y generosos para la acogida donde todos hemos de caber. Es el sentido del Reino de Dios que Jesús nos proclama.

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