No
dejemos que se oscurezca el mensaje del evangelio sino mostrémoslo al mundo con
alegría, con elegancia, con valentía, porque tenemos la fuerza del Espíritu
Romanos 15,14-21; Sal 97; Lucas 16,1-8
Camarón que se duerme se lo lleva la
corriente, es un dicho popular que
nos quiere decir que tenemos que andar despiertos en la vida. Así vemos cómo
muchos se aplican y con fervor este dicho y así van por la vida poco menos que
parece que se quieren comer el mundo apabullando todo lo que encuentren por
delante.
Despiertos tenemos que estar, es
cierto, pero una cosa que no podemos olvidar son los métodos que empleemos para
ello. Todos quieren acaparar para si, todos quieren tener muchas cuotas de
poder sea como sea, todos quieren convertirse en reyes y señores para dominar y
vemos tantas veces para manipular a los demás. Lo vemos continuamente en la
vida social, en las relaciones de unos y otros, en la vida política; cuánta
corrupción se nos va metiendo en la vida, en la sociedad; no nos damos cuenta
que al final terminamos destruyéndonos solo por tener quizás unos minutos de
gloria.
Lo malo es que todos tenemos la tentación
de caer en esas redes, de hacer de la misma manera, porque como piensan algunos
si los otros sí ¿por qué yo no? Y nos deslumbramos fácilmente y comenzamos a
actuar de la misma manera. Es una tentación frecuente y muy presente en la
vida. Y hasta en nuestros ámbitos eclesiales nos podemos encontrar con
situaciones así de manipulación, de dominio desmedido, de imposición de mis
formas de ver las cosas, de sobresalir con mis orgullos y mis vanidades. Y al
final caemos en un desprestigio total, y la fe y el evangelio se oscurecerán
con estas tinieblas con las que nos envolvemos y lo que tendría que ser un buen
testimonio se convierte en un contratestimonio.
Hoy el evangelio nos presenta una
parábola desconcertante. En una primera lectura nos cuesta entenderla porque
nos hacemos una interpretación superficial sin llegar a caer en la cuenta de lo
que realmente Jesús nos quiere decir. Parece como si se alabara la corrupción
de aquel hombre que se busca el ganarse el afecto de los que le rodean y no le
importa de qué manera. El amo del que habla la parábola habla de la sagacidad
de aquel hombre, pero la parábola nos quiere decir que seamos capaces de ser sagaces,
despiertos, pero para el anuncio del evangelio, para el buen testimonio de los
valores cristianos, de la vida cristiana.
Ojalá pusiéramos nosotros tanto empeño
en el anuncio del evangelio como los sagaces de este mundo lo hacen para sus
planes. Tenemos que estar despiertos porque en ese deseo de hacer que nuestro
mundo sea mejor según los parámetros del evangelio no podemos dejar que otros
hagan, sino que nosotros tenemos que poner todo nuestro esfuerzo y voluntad.
Sabemos que no es fácil porque quizá a
muchos haya otras cosas que le atraigan más, pero es cuando nosotros hemos de
hacer valer ese mensaje del evangelio porque en el testimonio de lo que
nosotros vivamos podamos enseñar a los demás la plenitud de vida, de dicha, de
realización de nuestra persona que nosotros podemos alcanzar viviendo esos
valores del Evangelio.
Pero parece en ocasiones que vamos como
acobardados o avergonzados y no damos la cara, no mostramos nuestra alegría, no
nos mostramos valientes y con fuerza para hacer ese anuncio del evangelio. Nos
dejamos comer el terreno, nos dejamos comer por esas fuerzas de nuestro mundo y
algunas veces andamos incluso con componendas que pueden desvirtuar el mensaje
del evangelio. No podemos dejar que se oscurezca, tenemos que mostrarlo a plena
luz, con energía, con valentía, con elegancia, con alegría honda en el corazón.
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