De la
misma manera que valoramos y cuidamos la dignidad y santidad de nuestros
templos hemos de cuidar la santidad de quienes somos morada de Dios y templos
del Espíritu
Ezequiel 47,1-2.8-9.12; Sal 45; 1Corintios
3,9-11.16-17; Juan 2,13-22
¿Cuál seria nuestra reacción si alguien nos avisa de que quiere venir a hospedarse en nuestra casa? Tenemos que reconocer que depende de cuáles serían nuestras actitudes y los valores que tengamos en la vida. Está, por supuesto, la sorpresa de lo inesperado, pero también podamos tener una reacción negativa ante el hecho de que alguien sin saber por qué quiera venir a introducirse en la intimidad de lo nuestro, de nuestro hogar; y surgirán mil disculpas, cuando no queremos ser violentamente negativos, de que ya andamos bien apretados en casa y no tenemos lugar (sobre todo con aquello de que hoy nuestros hogares tienen escasos metros), que si andamos muy ocupados y no podríamos atenderlo debidamente, que tenemos previsto hacer otras cosas y no tenemos ni tiempo ni espacio y así nos buscaríamos muchas disculpas ante el temor, imaginario quizá, de lo que pueda significar la presencia de ese intruso.
Pero puede haber también una apertura
de nuestras puertas, sintiéndonos gozosos y honrados con la presencia de esa
persona entre nosotros, y aunque nos cueste quizás sacrificio estamos
dispuestos a apretarnos un poco si es necesario para rendir la mejor
hospitalidad a quien ha querido darnos el honor de venir a estar con nosotros y
compartir la interioridad de nuestro hogar. En nuestros buenos deseos
hospitalarios revolvemos lo que sea para acoger y hacer agradable la estancia
de aquella persona con nosotros.
Me lleva a pensar en estas cosas que
pueden rondarnos muchas veces dentro de nosotros la sorpresa inesperada de
Zaqueo cuando Jesús se detuvo ante la higuera para decirle que quería
hospedarse en su casa. ‘Hoy quiero hospedarme en tu casa’. Muchas
consideraciones nos hemos hecho en otras ocasiones de las circunstancias de
Zaqueo y lo que significó para El la presencia de Jesús en su hogar con todo el
cambio que se realizó en su vida.
En esta ocasión quiero quedarme en esa auto
invitación de Jesús. ‘Hoy quiero hospedarme en tu casa’. ¿No podríamos
decir que eso es lo que ha significado la Encarnación de Dios en el seno de
María para hacerse hombre y ser Dios con nosotros? Creo, sí, que podemos ver en
el misterio de la Encarnación esa invitación que Dios nos hace para que abramos
las puertas porque El quiere plantar su tienda entre nosotros, como nos dice el
inicio del evangelio de Juan. Claro que ahora depende también de nosotros,
igual que contó con María para encarnarse en sus entrañas, de las actitudes y
valores que nosotros tengamos, como decíamos anteriormente. Porque ya nos dice
también el evangelio de Juan que ‘vino a los suyos y los suyos no lo
recibieron’.
Me estoy haciendo esta consideración a
partir de uno de los evangelios que se nos ofrecen en la fiesta litúrgica que
hoy celebramos. Hoy es el día de la Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán
en Roma, que como bien sabemos es la catedral de Roma, la catedral del Papa. Un
momento que nos hace pensar en el valor del templo cristiano como signo de la
presencia de Dios, como imagen de la Iglesia que en el templo se congrega para
alabar y bendecid al Señor y alimentarnos de su Palabra y de su gracia, pero
que tiene que llevarnos aun más allá.
Cuando Jesús quiso purificar el templo
de Jerusalén expulsando a los vendedores del templo al pedirle los judíos
razones de su actuar les respondió: ‘Destruid este templo y en tres días lo
reedificaré’. Y aunque los judíos entonces no entendieron las palabras de Jesús
que adujeron incluso en su testimonio contra El para condenarlo a muerte, el
evangelista nos dice que se refería al templo de su cuerpo.
Dios vino a habitar en medio de
nosotros y se encarnó en el seno de Maria. Jesús es ese verdadero templo de
Dios, que así mismo se convirtió en sacerdote, victima y altar al ofrecerse por
nosotros en oblación de sacrificio en la cruz. Pero es que Jesús quizá además
habitar en nosotros, convertirnos a nosotros por pura gracia en morada de Dios,
en templos del Espíritu.
Y es aquí cuando viene aquella invitación
de la que hablábamos al principio. ‘Quiero hospedarme en tu casa’, nos
dice a nosotros también. No es a cualquiera a quien tenemos que hospedar en
nuestra casa, en nuestra vida, en nuestro corazón, es a Jesús, es a Dios mismo
que quiere habitar en nosotros. ‘Vendremos y haremos morada en él’, nos
dice Jesús en otro momento del evangelio. También podríamos pensar que cuando
estamos acogiendo al hermano, sea quien sea, es Dios que viene a nuestra vida.
Es la consideración que hemos de
hacernos, es el reconocimiento de ‘ese honor’ que Dios nos ha otorgado cuando
quiere hospedarse en nuestra casa, en el templo de nuestra vida. Que no seamos
de aquellos que no lo recibieron, porque a los que le reciben les da el poder
de ser hijos de Dios. Nos preocupamos por la dignidad y santidad de nuestros
templos ¿nos preocupamos igualmente por la dignidad y santidad con que hemos de
vivir nosotros que hemos sido convertidos en templos del Espíritu?
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