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sábado, 9 de noviembre de 2019

De la misma manera que valoramos y cuidamos la dignidad y santidad de nuestros templos hemos de cuidar la santidad de quienes somos morada de Dios y templos del Espíritu




De la misma manera que valoramos y cuidamos la dignidad y santidad de nuestros templos hemos de cuidar la santidad de quienes somos morada de Dios y templos del Espíritu

Ezequiel 47,1-2.8-9.12; Sal 45; 1Corintios 3,9-11.16-17; Juan 2,13-22

¿Cuál seria nuestra reacción si alguien nos avisa de que quiere venir a hospedarse en nuestra casa? Tenemos que reconocer que depende de cuáles serían nuestras actitudes y los valores que tengamos en la vida. Está, por supuesto, la sorpresa de lo inesperado, pero también podamos tener una reacción negativa ante el hecho de que alguien sin saber por qué quiera venir a introducirse en la intimidad de lo nuestro, de nuestro hogar; y surgirán mil disculpas, cuando no queremos ser violentamente negativos, de que ya andamos bien apretados en casa y no tenemos lugar (sobre todo con aquello de que hoy nuestros hogares tienen escasos metros), que si andamos muy ocupados y no podríamos atenderlo debidamente, que tenemos previsto hacer otras cosas y no tenemos ni tiempo ni espacio y así nos buscaríamos muchas disculpas ante el temor, imaginario quizá, de lo que pueda significar la presencia de ese intruso.
Pero puede haber también una apertura de nuestras puertas, sintiéndonos gozosos y honrados con la presencia de esa persona entre nosotros, y aunque nos cueste quizás sacrificio estamos dispuestos a apretarnos un poco si es necesario para rendir la mejor hospitalidad a quien ha querido darnos el honor de venir a estar con nosotros y compartir la interioridad de nuestro hogar. En nuestros buenos deseos hospitalarios revolvemos lo que sea para acoger y hacer agradable la estancia de aquella persona con nosotros.
Me lleva a pensar en estas cosas que pueden rondarnos muchas veces dentro de nosotros la sorpresa inesperada de Zaqueo cuando Jesús se detuvo ante la higuera para decirle que quería hospedarse en su casa. ‘Hoy quiero hospedarme en tu casa’. Muchas consideraciones nos hemos hecho en otras ocasiones de las circunstancias de Zaqueo y lo que significó para El la presencia de Jesús en su hogar con todo el cambio que se realizó en su vida.
En esta ocasión quiero quedarme en esa auto invitación de Jesús. ‘Hoy quiero hospedarme en tu casa’. ¿No podríamos decir que eso es lo que ha significado la Encarnación de Dios en el seno de María para hacerse hombre y ser Dios con nosotros? Creo, sí, que podemos ver en el misterio de la Encarnación esa invitación que Dios nos hace para que abramos las puertas porque El quiere plantar su tienda entre nosotros, como nos dice el inicio del evangelio de Juan. Claro que ahora depende también de nosotros, igual que contó con María para encarnarse en sus entrañas, de las actitudes y valores que nosotros tengamos, como decíamos anteriormente. Porque ya nos dice también el evangelio de Juan que ‘vino a los suyos y los suyos no lo recibieron’.
Me estoy haciendo esta consideración a partir de uno de los evangelios que se nos ofrecen en la fiesta litúrgica que hoy celebramos. Hoy es el día de la Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán en Roma, que como bien sabemos es la catedral de Roma, la catedral del Papa. Un momento que nos hace pensar en el valor del templo cristiano como signo de la presencia de Dios, como imagen de la Iglesia que en el templo se congrega para alabar y bendecid al Señor y alimentarnos de su Palabra y de su gracia, pero que tiene que llevarnos aun más allá.
Cuando Jesús quiso purificar el templo de Jerusalén expulsando a los vendedores del templo al pedirle los judíos razones de su actuar les respondió: ‘Destruid este templo y en tres días lo reedificaré’. Y aunque los judíos entonces no entendieron las palabras de Jesús que adujeron incluso en su testimonio contra El para condenarlo a muerte, el evangelista nos dice que se refería al templo de su cuerpo.
Dios vino a habitar en medio de nosotros y se encarnó en el seno de Maria. Jesús es ese verdadero templo de Dios, que así mismo se convirtió en sacerdote, victima y altar al ofrecerse por nosotros en oblación de sacrificio en la cruz. Pero es que Jesús quizá además habitar en nosotros, convertirnos a nosotros por pura gracia en morada de Dios, en templos del Espíritu.
Y es aquí cuando viene aquella invitación de la que hablábamos al principio. ‘Quiero hospedarme en tu casa’, nos dice a nosotros también. No es a cualquiera a quien tenemos que hospedar en nuestra casa, en nuestra vida, en nuestro corazón, es a Jesús, es a Dios mismo que quiere habitar en nosotros. ‘Vendremos y haremos morada en él’, nos dice Jesús en otro momento del evangelio. También podríamos pensar que cuando estamos acogiendo al hermano, sea quien sea, es Dios que viene a nuestra vida.
Es la consideración que hemos de hacernos, es el reconocimiento de ‘ese honor’ que Dios nos ha otorgado cuando quiere hospedarse en nuestra casa, en el templo de nuestra vida. Que no seamos de aquellos que no lo recibieron, porque a los que le reciben les da el poder de ser hijos de Dios. Nos preocupamos por la dignidad y santidad de nuestros templos ¿nos preocupamos igualmente por la dignidad y santidad con que hemos de vivir nosotros que hemos sido convertidos en templos del Espíritu?

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