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miércoles, 6 de noviembre de 2019

Ya es hora de que no seamos unos cristianos descafeinados y superficiales sino que con radicalidad sepamos comprometernos por el evangelio


Ya es hora de que no seamos unos cristianos descafeinados y superficiales sino que con radicalidad sepamos comprometernos por el evangelio

Romanos 13,8-10; Sal 111; Lucas 14,25.33
Hay un dicho popular que creo que puede reflejar la novelería – podríamos llamarlo así – con que vamos muchas veces por la vida. ‘¿A dónde vas, Vicente? A donde va la gente’.
Fijémonos, por ejemplo en una calle cualquiera de nuestros pueblos o ciudades. Vemos gente que va de acá para allá, cada uno con sus preocupaciones, deseoso de realizar sus tareas o sus encargos, caminamos deprisa los unos al lado de los otros y casi no nos vemos ni nos percatamos de la existencia de los demás. Pero basta que haya un pequeño accidente, que sucede algo que llame la atención, y pronto quienes íbamos de carrera de un lado para otro nos detenemos y poco a poco se va aglomerando en torno a aquel suceso o aquel hecho multitud de personas, que pronto Irán engrosando su número porque de aquí o de allá van apareciendo nuevas personas atraídas por lo sucedido. Bastó que uno se detuviera ante algo extraño para que pronto a su alrededor se aglomeraran multitud de personas.
Y si lo sucedido no es en aquel lugar en que nos encontramos y oímos que fue más allá, pronto correremos curiosos a ver qué es lo que ha pasado. Vemos incluso aglomeraciones en manifestaciones y nos preguntamos qué hace toda aquella gente allí,  y serán muchos los que se apuntan casi sin tener mucho conocimiento de la razón de lo que se hace, sino simplemente porque todos van nosotros vamos también. Habría, pues, que preguntarse si realmente vamos allí porque es algo de nuestro interés, o lo hacemos solamente por curiosidad, o por dejarnos arrastrar por lo que hacen los demás.
Hoy escuchamos en el evangelio que era mucha gente la que seguía a Jesús, en ocasiones incluso trasladándose en búsqueda de Jesús o simplemente caminando con El, pero parece que Jesús da algo así como un golpe sobre la mesa para plantear seriamente lo que tendría que significar ir con Jesús.
Discípulo es el que sigue el camino de su maestro. No es el que simplemente escucha en una ocasión pero al momento nos vamos tras otra cosa. Ser discípulo es hacer una camino; ser discípulo es no solo escuchar sino asumir los planteamientos que hace el maestro siendo fiel a su enseñanza. Ser discípulo entraña unas exigencias, empezando por querer conocer en profundidad lo que nos plantea el maestro; ser discípulo no es querer ir por varios caminos a la vez, sino radicalmente decidirse a seguir un único camino; ser discípulo no es estar de acuerdo en una cosas pero en otras nos hacemos nuestras rebajas, nuestros arreglos o ponemos nuestras condiciones. Ser discípulo es comenzar a pensar y a obrar de una manera nueva conforme lo que vamos recibiendo de nuestro maestro.
Es lo que nos cuesta entender a la mayoría de los cristianos que nos lleva a vivir un cristianismo descafeinado, una vida cristiana superficial y poco comprometida, una tibieza espiritual tan peligroso que nos lleva a la pendiente de la indiferencia y el abandono, una vida llena de componendas y de arreglos, de estar siempre poniendo mis condiciones para hacer simplemente lo que me sea fácil y para no llegar nunca a compromiso serio, un estilo conformista de decir esto lo hemos hecho siempre así pero sin la ilusión y el coraje de ver lo que tiene que ser mejor o los nuevos campos que se nos abren delante de nosotros.
Nos habla Jesús de radicalidad para ponernos a su lado siendo capaces de renunciar a todo aquello que no entra en la órbita del evangelio, nos habla del que se siente a calcular bien lo que va a hacer para no dejar las cosas a medios y quedarse luego en el ridículo, nos habla de renuncias y saber decirnos no para saber encontrar lo que es fundamental, de buscar unas raíces fuertes y hondas para que haya una verdadera profundidad en la vida, nos habla de una confianza porque sabemos que el camino es exigente siempre estará con nosotros la fuerza del Espíritu que nos ayudará en el camino.
¿Seremos capaces de vivir una vida cristiana exigente y comprometida? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?

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