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sábado, 14 de septiembre de 2019

Celebramos hoy la Cruz de Jesús; miramos a Jesús y miramos su cruz, y aprendemos a mirar la cruz con una mirada de amor


Celebramos hoy la Cruz de Jesús; miramos a Jesús y miramos su cruz, y aprendemos a mirar la cruz con una mirada de amor

Números 21, 4b-9; Sal 77; Juan 3, 13-17
Todo es una historia de amor. Es así como tenemos que contemplar la cruz de Jesús. Hoy celebramos la fiesta de la Exaltación de la Cruz. Desde el sentido de la liturgia de la Iglesia para este día hoy celebramos en muchos lugares y también en los días cercanos la fiesta de Cristo Crucificado.
Aunque para algunos les pudiera parecer un contrasentido celebrar una fiesta donde contemplamos a Alguien muerto en una cruz o celebrar la misma fiesta de la cruz por lo que para ellos significa de muerte, para nosotros los cristianos es un día grande, un día glorioso, un día de victoria porque por esa muerte por amor nosotros nos sentimos vencedores con Cristo de la muerte y del pecado.
Y lo celebramos con alegría de fiesta, lo celebramos con la alegría de quienes quieren dar gracias porque contemplamos la victoria del amor sobre el pecado. A ese Cristo que contemplamos atravesado y muerto en la cruz nosotros no dejamos de contemplarlo victorioso, porque lo contemplamos resucitado y vencedor de la muerte.
Es cierto que en si misma la imagen de la cruz implica sufrimiento y muerte, castigo e ignominia, aparentemente fracaso y derrota. A nadie le gusta el sufrimiento, rehuimos si pudiéramos la muerte y hasta quisiéramos ocultarla y alejarla de la vida ordinaria; eran los reos más ignominiosos los que eran condenados a tan duro suplicio, y era señal del fracaso de la vida que había merecido tal castigo. Y no ponemos la cruz en si misma delante de nosotros como paradigma de nada, porque a nadie queremos ver en tan cruel sufrimiento. Humanamente, es cierto, es algo horrible que rehuimos como no queremos ni para nosotros ni para nadie tal tipo de sufrimiento.
Pero cuando contemplamos nosotros a Jesús en la cruz, aunque le vemos atormentado por tan crueles sufrimientos en El contemplamos otro sentido y otro valor que daría sentido y valor a los dolores y sufrimientos que en la vida tengamos que soportar y hasta en el sentido de la propia muerte. Y es que en Jesús estamos contemplando el amor y la obediencia al Padre.
Todo en Jesús es amor, porque El es la manifestación más excelsa de lo que es el amor de Dios por nosotros. Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su propio Hijo. Jesús es pues el rostro de amor y de misericordia de Dios. Y Jesús pasó en medio nuestro derrochando amor, enseñándonos el camino del amor, hablándonos del amor más sublime de aquel que es capaz de dar la vida por los otros. Nadie tiene amor más grande. Y es lo que contemplamos en Jesús.
No busca Jesús la muerte sino la vida y lo que quiere es que nosotros tengamos vida en abundancia. Fue su evangelio, fue la buena nueva de salvación que nos ofrecía, es la buena nueva del camino que traza para nosotros cuando nos habla del Reino de Dios. Y si Jesús llegó a la suprema entrega de su vida es por su fidelidad a su misión, al anuncio y construcción del Reino de Dios. El poder de las tinieblas rechaza la luz y pretende apagarla. Es lo que querían hacer con Jesús todos aquellos que no llegaron a comprender su mensaje. Por eso tramaron la muerte de Jesús. Pero Jesús fue fiel en su amor hasta el final, hasta su entrega suprema en el más sublime sacrificio de su vida en su muerte en la cruz.
Y la cruz se convirtió para nosotros en el signo del amor, en la prueba suprema de lo que es el amor que Dios nos tiene manifestado en Cristo Jesús. En el amor se subliman todos aquellos sufrimientos y toda aquella muerte, en el amor manifestado en la entrega de Jesús se transforma nuestra vida con un nuevo sentido y con un nuevo valor; para nosotros tiene pues valor de salvación eterna, de triunfo de la vida sobre la muerte, de triunfo del amor sobre el pecado, de lluvia de gracia y de vida para nosotros.
Fue la entrega de Jesús, fue su sangre derramada. Es el nuevo valor y sentido que tiene para nosotros la cruz del sufrimiento que se convierte en camino de vida desde esa ofrenda de amor. Lo fue en Jesús y lo tiene que ser en nosotros en el sentido nuevo que le vamos a dar a nuestra vida, en el valor que le vamos a dar a nuestros dolores y sufrimientos, en el sentido último que tiene la muerte que es ya para nosotros un abrirnos las puertas a la vida.
Celebramos hoy la Cruz de Jesús; miramos a Jesús y miramos su cruz, que es contemplar su amor, que es sentir como se derrama sobre nosotros la gracia de la salvación. Celebramos la Cruz de Jesús y aprendemos a mirar a la cruz con una mirada de amor que es responder a la mirada de amor infinito de Dios para todos los hombres.

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