Siguen
sorprendiéndonos las palabras de Jesús que nos cuesta entender, pareciéndonos
una paradoja y seguimos corriendo detrás de risas vacías y de vanidades
Colosenses 3, 1-11; Sal 144; Lucas 6, 20-26
Queremos vivir en un mundo de risas.
Entendámonos. Soy de los que dicen que una sonrisa en el semblante hace
agradable la vida de aquellos con los que te encuentras en el camino aunque su
camino sea costoso y duro. Ojalá sepamos ir con una agradable sonrisa en
nuestros labios aunque nos llore el corazón, pero porque queremos hacer felices
a los demás. Pero ahora estamos queriendo decir otra cosa.
Un mundo de risas, decíamos. La risa,
es cierto, es expresión de alegría pero tanto una como no siempre tiene la
verdad de lo autentico. Reímos porque nos sentimos satisfechos y llenos quizás
de nosotros mismos, de nuestros orgullos o de esas cosas en que decimos que
vencemos porque nos parece tenerlo todo; nos sentimos llenos pero con una
riqueza, podríamos decir, externa y muchas veces vacía, porque simplemente nos
apoyamos en nuestros tesoros, en nuestros poderes, en esos ‘prestigios’ con los
que queremos estar por encima de los demás. No queremos ni aceptamos ningún
tipo de sufrimiento o de lagrimas y quizá queremos ocultarnos con esos sucedáneos
que se nos puedan ofrecer desde el poder del dinero, por ejemplo.
Y ocultamos ese vació interior con una
carcajada, con una ostentación, con mucha vanidad porque nos creemos estar por
encima de todo, de sufrimientos, de carencias y no endiosamos con esos poderes
que creemos que tenemos. Es por eso por lo que diferencio una sonrisa de una
risa, aunque quizá cueste entenderlo o nos parezca contradictorio lo que estoy
diciendo.
Hablando de contradicciones es lo que
parece decirnos Jesús hoy en el evangelio. Las palabras de Jesús forman parte
de lo que solemos llamar el sermón del monte, aunque en este caso nos las
ofrece Lucas, con sus características especiales. Por eso digo que las palabras
de Jesús pueden sonarnos contradictorias porque llama felices a los pobres, los
que lloran, los que nada tienen, los que están hambrientos o los que son
perseguidos. Por el contrario dice que no pueden ser felices ni los ricos ni
los que se sienten satisfechos en si mismos porque se sienten saciados de todo,
ni los que convierten su vida en una risa superficial y vacía.
Son las paradojas del evangelio. Unas
palabras que cuando las pronunció Jesús en medio de aquella multitud que le seguía
y quería escucharle en medio de tantos sufrimientos pero también de aquellos
que en la orilla estaban al acecho y en actitud distante porque no se iban a
mezclar con toda clase de gentes, tenían que haber sonado como un aldabonazo
muy fuerte, una campanada que restallaba en sus oídos pero sobre todo en sus
corazones.
Todos se verían sorprendidos aunque no
todos lo escucharan de la misma manera. Sorpresa en cierto modo llena de dudas
en principio, con esperanza después al ir asimilando el mensaje la gran mayoría
de los que allí estaban; estupor por otro lado en quienes allí estaban
satisfechos de si mismos que no comprendían lo que Jesús les quería decir o que
rompía todos sus esquemas y maneras de entender la vida y las cosas.
Ahí estaba el mensaje de Jesús. Era la
novedad del Reino de Dios para el que había que convertirse para creer en él.
Porque si Dios es en verdad el Rey y Señor las cosas tienen que cambiar; Dios
no se hace sordo al gemido de los que sufren y de los que lloran, son los
preferidos del Señor y para ellos Jesús tiene una palabra de vida, que no son
solo palabras sino que es en verdad salvación, salir de ese estado de
sufrimiento para ofrecerles una dicha y una alegría verdadera.
Claro que esas palabras de Jesús lo
cambian todo, porque quienes creemos en El, quienes queremos pertenecer a su
Reino otras tienen que ser ya para siempre sus actitudes, su manera de ver la
vida y de ver a los demás, la manera de actuar. También nosotros tenemos que
estar al lado de los pobres y de los que sufren, también nosotros vamos a
transformar todo en esa alegría nueva; también nosotros tenemos que comenzar
por despojarnos de esas grandezas y de esas vanidades con que tantas veces
queremos llenar la vida, tenemos que vaciarnos de nosotros mismos y de esos
orgullos nuestros para sentirnos pobres ante de Dios y dejar que solo sea El
quien llene nuestro corazón.
Siguen sorprendiéndonos las palabras de
Jesús que nos cuesta entender, siguen pareciéndonos una paradoja y todavía
seguimos corriendo detrás de esas risas vacías y de esos orgullos nuestros.
¿Cuándo cambiaremos para vivir todo el sentido del evangelio de Jesús?
Es muy bueno , pero tienen que dejarlo por parafos así se entenderia mejor
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