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miércoles, 11 de septiembre de 2019

Siguen sorprendiéndonos las palabras de Jesús que nos cuesta entender, pareciéndonos una paradoja y seguimos corriendo detrás de risas vacías y de vanidades


Siguen sorprendiéndonos las palabras de Jesús que nos cuesta entender, pareciéndonos una paradoja y seguimos corriendo detrás de risas vacías y de vanidades

Colosenses 3, 1-11; Sal 144; Lucas 6, 20-26
Queremos vivir en un mundo de risas. Entendámonos. Soy de los que dicen que una sonrisa en el semblante hace agradable la vida de aquellos con los que te encuentras en el camino aunque su camino sea costoso y duro. Ojalá sepamos ir con una agradable sonrisa en nuestros labios aunque nos llore el corazón, pero porque queremos hacer felices a los demás. Pero ahora estamos queriendo decir otra cosa.
Un mundo de risas, decíamos. La risa, es cierto, es expresión de alegría pero tanto una como no siempre tiene la verdad de lo autentico. Reímos porque nos sentimos satisfechos y llenos quizás de nosotros mismos, de nuestros orgullos o de esas cosas en que decimos que vencemos porque nos parece tenerlo todo; nos sentimos llenos pero con una riqueza, podríamos decir, externa y muchas veces vacía, porque simplemente nos apoyamos en nuestros tesoros, en nuestros poderes, en esos ‘prestigios’ con los que queremos estar por encima de los demás. No queremos ni aceptamos ningún tipo de sufrimiento o de lagrimas y quizá queremos ocultarnos con esos sucedáneos que se nos puedan ofrecer desde el poder del dinero, por ejemplo.
Y ocultamos ese vació interior con una carcajada, con una ostentación, con mucha vanidad porque nos creemos estar por encima de todo, de sufrimientos, de carencias y no endiosamos con esos poderes que creemos que tenemos. Es por eso por lo que diferencio una sonrisa de una risa, aunque quizá cueste entenderlo o nos parezca contradictorio lo que estoy diciendo.
Hablando de contradicciones es lo que parece decirnos Jesús hoy en el evangelio. Las palabras de Jesús forman parte de lo que solemos llamar el sermón del monte, aunque en este caso nos las ofrece Lucas, con sus características especiales. Por eso digo que las palabras de Jesús pueden sonarnos contradictorias porque llama felices a los pobres, los que lloran, los que nada tienen, los que están hambrientos o los que son perseguidos. Por el contrario dice que no pueden ser felices ni los ricos ni los que se sienten satisfechos en si mismos porque se sienten saciados de todo, ni los que convierten su vida en una risa superficial y vacía.
Son las paradojas del evangelio. Unas palabras que cuando las pronunció Jesús en medio de aquella multitud que le seguía y quería escucharle en medio de tantos sufrimientos pero también de aquellos que en la orilla estaban al acecho y en actitud distante porque no se iban a mezclar con toda clase de gentes, tenían que haber sonado como un aldabonazo muy fuerte, una campanada que restallaba en sus oídos pero sobre todo en sus corazones.
Todos se verían sorprendidos aunque no todos lo escucharan de la misma manera. Sorpresa en cierto modo llena de dudas en principio, con esperanza después al ir asimilando el mensaje la gran mayoría de los que allí estaban; estupor por otro lado en quienes allí estaban satisfechos de si mismos que no comprendían lo que Jesús les quería decir o que rompía todos sus esquemas y maneras de entender la vida y las cosas.
Ahí estaba el mensaje de Jesús. Era la novedad del Reino de Dios para el que había que convertirse para creer en él. Porque si Dios es en verdad el Rey y Señor las cosas tienen que cambiar; Dios no se hace sordo al gemido de los que sufren y de los que lloran, son los preferidos del Señor y para ellos Jesús tiene una palabra de vida, que no son solo palabras sino que es en verdad salvación, salir de ese estado de sufrimiento para ofrecerles una dicha y una alegría verdadera.
Claro que esas palabras de Jesús lo cambian todo, porque quienes creemos en El, quienes queremos pertenecer a su Reino otras tienen que ser ya para siempre sus actitudes, su manera de ver la vida y de ver a los demás, la manera de actuar. También nosotros tenemos que estar al lado de los pobres y de los que sufren, también nosotros vamos a transformar todo en esa alegría nueva; también nosotros tenemos que comenzar por despojarnos de esas grandezas y de esas vanidades con que tantas veces queremos llenar la vida, tenemos que vaciarnos de nosotros mismos y de esos orgullos nuestros para sentirnos pobres ante de Dios y dejar que solo sea El quien llene nuestro corazón.
Siguen sorprendiéndonos las palabras de Jesús que nos cuesta entender, siguen pareciéndonos una paradoja y todavía seguimos corriendo detrás de esas risas vacías y de esos orgullos nuestros. ¿Cuándo cambiaremos para vivir todo el sentido del evangelio de Jesús?

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