Limpiemos
los cristales de nuestra ventana para no mirar en negativo sino ser capaces de
ver todo lo positivo de la vida de los demás
1Timoteo 1, 1-2. 12-14; Sal 15; Lucas 6, 39-42
Conocida es la anécdota de la señora
que comentaba a su marido cada mañana que su vecina era una persona descuidada
y nada limpia; le decía que mirara por la ventana desde la que se veía el patio
de la vecina con su ropa tendida a secar y le decía que se fijara en lo mal
lavada que tendía su ropa hasta que un día el marido abrió la ventana y le
señaló que la ropa no estaba sucia, sino que eran los cristales de su ventana
los que había que limpiar porque era mirando a través de ellos como se veía
manchado todo lo que estaba en el exterior. Eran los cristales a través de los
que miraba los que tenían falta de limpieza.
Mucho de esto nos pasa en la vida;
cuando miramos a los demás con qué facilidad lo vemos llenos de defectos, de
cosas que no nos gustan y con qué facilidad criticamos la vida y lo que hacen
los demás. ¿Pero no serán nuestros ojos, o más bien nuestro corazón los que no
están límpidos para mirar a los demás? Vemos a través de nuestros ojos, vemos a
través de lo que hay en nuestro corazón y con qué frecuencia la malicia de la
que hemos llenado nuestro corazón es lo que nos hace ver malicia en la vida de
los demás.
Nuestros propios sentimientos, las
actitudes o las posturas que tengamos dentro de nosotros hacia los demás marcan
la mirada que tenemos hacia los otros. De la misma manera que nos dejamos
influenciar por lo que nos dicen los otros, cualquier cosa que nos digan y que
siembre duda en nosotros en relación a los demás, hará que nuestra postura sea
diferente, que ya estemos con recelos hacia lo que los otros hacen, y esas
dudas que siembran en nosotros con comentarios y murmuraciones interesadas
corroen muchas veces una amistad hasta hacerla desaparecer.
Ojalá fuéramos capaces de ir siempre
con buen corazón hacia los demás, arrancando de nosotros sentimientos de desconfianza,
olvidando y borrando viejas cicatrices para que nuestra mirada sea limpia y
seamos así capaces de ver todo lo bueno que hay en los otros. Sabemos que no
somos perfectos y todos tenemos nuestras debilidades y flaquezas, pero ¿por qué
fijarnos en eso y no ser positivos para ver lo bueno que hay en los demás? Digo
muchas veces que seamos capaces de ir siempre con una sonrisa en nuestro
semblante, porque eso puede significar lo positivo con que andamos en la vida y
no solo nos hacemos agradables a los
demás, sino que también seremos capaces de ver todo lo positivo que hay en los
otros.
Hoy nos dice Jesús en el evangelio que
cómo un ciego puede guiar a otro ciego. Y ciegos vamos caminando por la vida
cuando la pupila de los ojos de nuestra vida los tenemos enturbiados por la
malicia que hay en nosotros. Seamos capaces de arrancar esa malicia de nuestro
corazón, pongámonos ese colirio del amor que todo lo limpia para que nuestra
vida y nuestra postura al lado de los demás sean siempre positiva.
Nos habla Jesús de que quitemos esas
vigas que llevamos en nuestros ojos, antes de querer limpiar las pequeñas
pajuelas que pueda haber en los ojos de los demás. Así no seremos ciegos guía
ciegos, sino que con luz y claridad, la luz y la claridad del amor, de la
ternura, de la comprensión, de la humildad podremos caminar junto a los otros y
ayudarnos mutuamente.
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