Abajarnos
para poder llegar hasta Jesús y su evangelio, para vivir en su pobreza y
humildad, para entender el camino de la cruz que es camino de entrega y de amor
Génesis 13, 2.5-18; Sal 14; Mateo 7,6.12-14
Recuerdo que en mi peregrinación a
Tierra Santa ya hace unos años hubo algo que me impresionó y me llamó la
atención, aunque también hay que decir que cada paso que damos recordando los
pasos de Jesús por aquella tierra nos van llenando de intensa emoción y van
dejando una huella honda en nuestra alma. Pero al hecho al que quería hacer
referencia fue la entrada a la Basílica de la Natividad del Señor en Belén.
Desde fuera se nos presenta como un inmenso edificio que luego en su interior
se manifiesta también de forma grandiosa, pero la puerta de entrada en muy
pequeña de manera que hay que agacharse profundamente para poder pasar por
ella.
Dejando a un lado las motivaciones
estratégicas que a lo largo de los siglos hicieron que tuviera ese pequeño
tamaño como defensa frente a invasiones externas en el detalle de tener que
agacharnos para poder atravesarla puede haber también un hermoso sentido
espiritual para el cristiano que allí peregrina. Llegamos a Jesús en el lugar
de su nacimiento haciéndonos pequeños y tratando de abajarnos de muchas de esas
monturas en las que en la vida queremos subirnos tantas veces. Igualmente nos
encontraremos que para entrar en el habitáculo del santo sepulcro y lugar de la
resurrección también tenemos que humillar nuestra cerviz agauchándonos por una
puerta que también se nos vuelve angosta.
Como los guerreros que desde lo alto de
sus monturas no podían conquistar aquel lugar porque el paso era angosto y
estrecho así nosotros para acercarnos a Jesús y a su evangelio también tenemos
que hacerlo desde caminos de humildad y también desde exigencia interior donde
tenemos que desprendernos de todas aquellas cosas que nos impedirían avanzar
por un lugar angosto y estrecho.
Muchas veces queremos buscar altos
razonamientos filosóficos o teológicos, queremos confrontarlo todo desde una visión
científica y excesivamente intelectual, vamos con nuestros orgullos y con
nuestros ‘saberes’ y si no somos capaces de entrar en caminos de humildad no
sentiremos cómo se nos revela el Señor que se manifiesta a los pobres y a los
sencillos y que tiene el Reino reservado para los que son pobres de espíritu,
como nos enseñará en las bienaventuranzas. Tenemos que aprender a dejarnos
conducir por el Espíritu del Señor que es quien se nos revela en el corazón.
Hoy nos habla Jesús de puerta estrecha
y de angosto camino. Alguien pudiera pensar que Jesús lo que hace es ponernos
dificultades, como si no quisiera que llegáramos a la salvación. Ni mucho
menos. Simplemente nos está recordando las exigencias porque aunque la gracia
es un don de Dios, un regalo que en su amor nos hace, no nos salvamos por lo
que nosotros hagamos, sino por pura gracia del Señor; emprender ese camino de
salvación significa una transformación de nuestra vida. Y eso siempre nos
cuesta, porque primero que nada tenemos que luchar con nosotros mismos y esas
posturas egoístas en las que tantas veces queremos envolvernos. La respuesta al
regalo de la gracia nos pide un nuevo sentido de vivir, que entonces nos
exigirá despojarnos de muchas cosas que no casan con esa vida de gracia y
santidad que el Señor nos ofrece.
Abajarnos para entrar hasta Jesús, para
bajar hasta Belén, para introducirnos entre las estrechas paredes de aquel
humilde establo para poder acercarnos a Jesús y vivir su humildad y su pobreza.
Poner humildad en nuestra vida, entrar en los caminos de la solidaridad y del
servicio, buscar nuestro crecimiento interior para aprender a superarnos,
buscar primero que nada el reino de Dios y su justicia, olvidarnos de nosotros
mismos y nuestros intereses particulares para aprender a mirar por el otro, ser
capaces de perder la vida para poder ganarla, porque no hay amor mas grande que
el de quien es capaz de dar su vida por el amado. Es el camino de Jesús, que
fue camino de cruz porque fue camino de entrega y de amor. Así tiene que ser también
nuestro camino.
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