Nos
habla Jesús de la necesaria profundidad que tenemos que darle a nuestra vida
poniéndole verdaderos cimientos fundamentados en lo que es la voluntad de Dios
Génesis 16, 1-12. 15-16; Sal 105; Mateo
7,21-29
‘Eso ya lo sé, pero…’ habremos escuchado más de una vez que nos responden
cuando le decimos o comentamos algo sobre lo que debe hacer o cual es el
sentido de lo que hacemos o tenemos que hacer. Ya lo saben, ya lo sabemos, nos
decimos nosotros también en tantas ocasiones, pero luego no actuamos conforme a
eso que decimos que sabemos sino que ponemos ‘peros’, decimos que las
circunstancias, que no siempre se pueden hacer las cosas, que la gente hace o
quiere otra cosa… y al final nuestro actuar está bien distante de aquello que
sabemos que deberíamos hacer.
Incongruencias de la vida, en las que
todos podemos caer, porque quizá estamos más pendientes de qué dirán, o
aparecen nuestros intereses muy personales o muy egoístas como queramos
llamarlos, pero quizá olvidamos la rectitud en nuestro actuar, de unos principios
o valores que tendrían que motivar nuestra vida, y así vamos con el pensamiento
por un lado y la vida en su actuar por otro.
Nos falta firmeza quizá en nuestras
convicciones, nos falta una profundidad en la vida porque nos es más fácil
dejarnos arrastrar por cosas superficiales que no llegan a comprometernos, nos
falta un compromiso serio en la vida. Y hablamos de muchos aspectos humanos de
la vida, en el trabajo, en el familia, en las relaciones sociales, o de lo más
intimo de nuestro yo, como podemos hablar de nuestra fe y de nuestro
seguimiento de Jesús que muchas veces es muy frió y poco comprometido.
Nos habla Jesús de la necesaria
profundidad que tenemos que darle a nuestra vida poniéndole verdaderos
cimientos. La casa edificada sobre roca o sobre arena, como hoy nos dice. ¿En
qué verdaderamente fundamentamos nuestra vida? ¿Cuáles son sus verdaderos
cimientos? Por esa superficialidad con que actuamos, vamos y venimos como una
veleta llevada por el viento. Y cuando hay superficialidad pronto nos
cansaremos de todo y terminaremos abandonando. Cómo tendríamos que cuidar esa
espiritualidad de nuestra vida que le dé verdadera hondura.
Tenemos que pararnos mucho a pensar, a
rumiar dentro de nosotros lo que vamos viendo y lo que nos va sucediendo. Será así
cómo aprendamos, como le sacaremos verdaderas lecciones a la vida, pero con
unos criterios bien formados. Y para un cristiano el criterio de nuestro actuar
está en el evangelio. No siempre lo conocemos lo suficiente, no siempre lo
hemos rumiado en nuestro corazón, no siempre sabemos pasar la vida o lo que nos
sucede por ese tamiz del evangelio para confrontar así lo que hacemos con los
valores que nos enseña Jesús. Por eso parece que andamos muchas veces como
cojos o como ciegos, porque por falta de profundidad para que no tenemos donde
apoyarnos de verdad y en todo tropezamos.
Por eso hoy nos dice Jesús que no nos
basta que digamos ‘¡Señor, Señor!’. Es necesario algo más. Nuestro
reconocimiento de que Jesús es el Señor de nuestra vida no se puede quedar en
palabras, tendrá que traducirse en los hechos de nuestra vida; y la norma y el
criterio que tenemos que seguir son los mandamientos del Señor. Cumplir los
mandamientos, porque de lo contrario nuestra vida estaría vacía de contenido.
Somos muy dados a mantenernos solamente
en una religiosidad natural, que podríamos llamar así. ‘Yo soy muy
religioso’ decimos tantas veces porque visitamos un santuario de la Virgen,
le llevamos unas flores o encendemos unas luces, no nos perdemos quizá una
procesión o rezamos todas las noches a nuestros muertos.
Pero luego seguimos con nuestra vida de
siempre y nuestros criterios están bien lejos del sentir del evangelio, nuestra
manera de actuar está bien lejana de lo que es el cumplimiento de los
mandamientos. No traducimos en nuestra vida concreta y de cada día esa
religiosidad que manifestamos en algunos actos de nuestra vida. Es lo que
tenemos que plantearnos seriamente y es a lo que Jesús hoy nos está invitando
en el evangelio.
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