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miércoles, 26 de junio de 2019

El árbol bien cuidado y cultivado que florece con belleza y nos muestra su madurez en hermosos frutos embellece y da riqueza a nuestro jardín



El árbol bien cuidado y cultivado que florece con belleza y nos muestra su madurez en hermosos frutos embellece y da riqueza a nuestro jardín

Génesis 15,1-12.17-18; Sal 104; Mateo 7,15-20
Hay gente a la que todo se le va por la boca. Hablando dicen maravillas, hasta son poetas en sus palabras y teóricamente saben mucho. Pero eso, bellas palabras, teorías o doctrinas bien aprendidas, porque luego en su vida no vemos nada. Buenos maestros de teoría, pero poco ejemplarizantes en su vida; no apreciamos en ellos nada. Con apariencia de sabios son insustanciales en su vida, no tienen la profundidad de lo vivido, y demuestran una incongruencia en su vida.
La madurez que tengamos en nuestros conocimientos o en los principios que proclamamos tenemos que descubrirlos en los frutos de su vida. Lo que nos hace ver una superficialidad encubierta, disimulada con palabras hermosas, pero poco sustancial en el vivir. Una comida muy apetitosa en su apariencia y presentación, pero luego insípida, sin sabor, y hasta sin verdadero contenido alimenticio.
¿Será así  nuestra vida? ¿Seremos así los cristianos? ¿Será por eso por lo que no hacemos atrayente nuestra fe y nuestra vida? ¿Se marcharán desencantados los que nos ven o los que ven lo que es la vida de la Iglesia? Esto es algo serio y en gran parte la descristianizacion que vemos hoy de nuestra sociedad en la que no son los valores cristianos los que priman, depende en gran parte de la superficialidad de tantos de nosotros en la manera de nuestro ser y vivir como cristianos. Así no convencemos. Es la incongruencia con que tantas veces nos presentamos.
Tenemos una responsabilidad muy grande. Y es que tenemos que comenzar por crecer interiormente, profundizando en una verdadera espiritualidad cristiana. Tenemos que cuidar nuestro interior para sentirnos en verdad fortalecidos. Eso exige una maduración de nuestra vida, cuidar actitudes, cuidar gestos y detalles, cuidar nuestra verdadera unión con Dios con una oración profunda, una oración auténtica, que sea en verdad un llenarnos de Dios.
Al árbol o a la planta que queremos que de flores y frutos la cuidamos. No nos preocupamos solamente de echar la semilla a la tierra sino que realizamos todo un proceso; el verdadero agricultor lo sabe, tiene que limpiar la tierra de malas hierbas que ahoguen nuestra planta, tenemos que abonar y tenemos que podar, para fortalecer, para quedarnos con lo mejor de la planta porque las ramas que simplemente se chupan la sabia no nos valen. Es todo el cultivo de nuestra espiritualidad, de purificación, de oración, de vida sacramental, de maduración interior, de escucha de la Palabra de Dios rumiándola en nuestro interior. Solo así podremos dar buenos frutos, solo así no nos quedaremos en la apariencia sino que podremos ir al buen fruto que nos alimenta y que nos enriquece.
De eso nos está hablando hoy Jesús en el evangelio. De esos buenos frutos que darán cuenta de lo que llevamos en nuestro interior, que manifestarán la profundidad y la madurez de nuestra vida, que serán los que atraigan y los que convenzan a los demás de cual es el verdadero camino. Así nuestra vida se convertirá en evangelio para los demás, en buena noticia de salvación para todos.
El árbol bien cuidado y cultivado que florece con belleza y nos muestra su madurez en hermosos frutos es el que en verdad embellece el jardín. Así tenemos que ser nosotros que en los frutos que demos mostremos la belleza de nuestro interior y la madurez de nuestra vida y que serán los que en verdad embellecen nuestro mundo.

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