El
árbol bien cuidado y cultivado que florece con belleza y nos muestra su madurez
en hermosos frutos embellece y da riqueza a nuestro jardín
Génesis 15,1-12.17-18; Sal 104; Mateo
7,15-20
Hay gente a la que todo se le va por la
boca. Hablando dicen maravillas, hasta son poetas en sus palabras y teóricamente
saben mucho. Pero eso, bellas palabras, teorías o doctrinas bien aprendidas,
porque luego en su vida no vemos nada. Buenos maestros de teoría, pero poco
ejemplarizantes en su vida; no apreciamos en ellos nada. Con apariencia de
sabios son insustanciales en su vida, no tienen la profundidad de lo vivido, y
demuestran una incongruencia en su vida.
La madurez que tengamos en nuestros
conocimientos o en los principios que proclamamos tenemos que descubrirlos en
los frutos de su vida. Lo que nos hace ver una superficialidad encubierta,
disimulada con palabras hermosas, pero poco sustancial en el vivir. Una comida
muy apetitosa en su apariencia y presentación, pero luego insípida, sin sabor,
y hasta sin verdadero contenido alimenticio.
¿Será así nuestra vida? ¿Seremos así los cristianos? ¿Será
por eso por lo que no hacemos atrayente nuestra fe y nuestra vida? ¿Se
marcharán desencantados los que nos ven o los que ven lo que es la vida de la
Iglesia? Esto es algo serio y en gran parte la descristianizacion que vemos hoy
de nuestra sociedad en la que no son los valores cristianos los que priman,
depende en gran parte de la superficialidad de tantos de nosotros en la manera
de nuestro ser y vivir como cristianos. Así no convencemos. Es la incongruencia
con que tantas veces nos presentamos.
Tenemos una responsabilidad muy grande.
Y es que tenemos que comenzar por crecer interiormente, profundizando en una
verdadera espiritualidad cristiana. Tenemos que cuidar nuestro interior para
sentirnos en verdad fortalecidos. Eso exige una maduración de nuestra vida,
cuidar actitudes, cuidar gestos y detalles, cuidar nuestra verdadera unión con
Dios con una oración profunda, una oración auténtica, que sea en verdad un
llenarnos de Dios.
Al árbol o a la planta que queremos que
de flores y frutos la cuidamos. No nos preocupamos solamente de echar la
semilla a la tierra sino que realizamos todo un proceso; el verdadero
agricultor lo sabe, tiene que limpiar la tierra de malas hierbas que ahoguen
nuestra planta, tenemos que abonar y tenemos que podar, para fortalecer, para
quedarnos con lo mejor de la planta porque las ramas que simplemente se chupan
la sabia no nos valen. Es todo el cultivo de nuestra espiritualidad, de
purificación, de oración, de vida sacramental, de maduración interior, de
escucha de la Palabra de Dios rumiándola en nuestro interior. Solo así podremos
dar buenos frutos, solo así no nos quedaremos en la apariencia sino que
podremos ir al buen fruto que nos alimenta y que nos enriquece.
De eso nos está hablando hoy Jesús en
el evangelio. De esos buenos frutos que darán cuenta de lo que llevamos en
nuestro interior, que manifestarán la profundidad y la madurez de nuestra vida,
que serán los que atraigan y los que convenzan a los demás de cual es el
verdadero camino. Así nuestra vida se convertirá en evangelio para los demás,
en buena noticia de salvación para todos.
El árbol bien cuidado y cultivado que
florece con belleza y nos muestra su madurez en hermosos frutos es el que en
verdad embellece el jardín. Así tenemos que ser nosotros que en los frutos que
demos mostremos la belleza de nuestro interior y la madurez de nuestra vida y
que serán los que en verdad embellecen nuestro mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario