Nos
pide Jesús que hagamos lo mismo que El hizo viviendo su misma entrega y
entrando en la misma sintonía de amor
Génesis 14, 18-20; Sal
109; 1Corintios 11, 23-26; Lucas 9, 11b-17
‘Esto es mi cuerpo, que
se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía… Por eso, cada vez que
coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta
que vuelva…’
Es lo que san Pablo nos transmite
como una Tradición que a su vez él mismo ha recibido del Señor. Es lo que se
convierte en el centro de nuestra celebración y de nuestra vida. Es lo que hoy
de manera especial, pero siempre queremos vivir cada vez que celebramos la
Eucaristía.
Es la entrega del Señor.
‘El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo… se entregó El’. Podría
parecer que son los hombres los que entregan a Jesús cuando atentan contra su
vida y lo llevan ante Pilato para ser ejecutado, pero es El quien se entrega.
Ya lo había expresado, ‘nadie me quita mi vida sino que yo la entrego
libremente’ y así lo contemplaremos en Getsemaní que se adelanta a los que
le buscan. ‘¿A quién buscáis?... Yo soy’ y da el paso adelante, se
entrega.
Por eso en la noche de la
cena pascual, se adelanta. ‘Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros…
Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre’. Es la entrega de
Jesús camino y ejemplo de nuestra entrega. ‘Haced esto en memoria mía’,
les dice y nos dice. Hacemos memoria del Señor, hacemos memoria de su entrega,
hacemos memoria de su vida, hacemos memoria de su amor.
Hoy está de moda hablar de la
memoria histórica, y quien no hace memoria de su historia parece que está
olvidándose de sus orígenes, de sus raíces, de valor y del sentido de su vida,
porque nacemos y vivimos en un momento de la historia que tiene su continuidad
como tiene sus raíces, lo pasado, lo vivido que ha construido el presente. Y
quien olvida su historia está olvidando algo muy importante de la razón de ser
de su vida; por eso hemos de hacer buena memoria y no tergiversar tampoco la
historia, como muchas veces quizá queremos hacer a nuestra conveniencia. Mal
construimos así nuestra vida y la vida de nuestro pueblo.
Jesús nos pide hacer
memoria suya porque en esa vida de Jesús y de su entrega de amor estamos
hundiendo nuestra vida en Dios. Y no podemos desdecirnos de esa historia de
amor y de entrega, sino que precisamente eso nos está pidiendo que nosotros
hagamos lo mismo que Jesús. Porque Jesús nos está pidiendo que hagamos lo
mismo. ‘Haced esto…’, nos dice
¿Qué hemos visto hoy en el
evangelio? Jesús que cuando llega a aquel lugar se encuentra con una multitud
hambrienta y dolorida. Se detiene con ellos, les habla, les cura y finalmente
los alimenta, podemos resumir el evangelio. Pero en medio hay algo que le está
diciendo a los discípulos, que nos está diciendo a nosotros. ‘Dadles
vosotros de comer’. Los discípulos le habían manifestado con compasión que
aquella gente está hambrienta, que están lejos de poblados, que no tienen allí
con qué alimentarlos y lo mejor es que regresen a sus hogares, pero Jesús les
dice: ‘Dadles vosotros de comer’.
Hoy nos dice ‘haced esto
en memoria mía’. ¿Qué ha hecho Jesús? Es el momento de su entrega, de la
entrega de amor infinito y nos está pidiendo que nosotros vivamos también en
esa entrega de amor. Es abrir entonces nuestros ojos a la compasión, es poner
el corazón en sintonía de amor, es ser capaces de captar donde está la
necesidad, es ponernos manos a la obra ante la tarea inmensa del mundo
hambriento que nos rodea.
Nos lo está recordando hoy
con su Palabra en esta fiesta grande de la Eucaristía. Litúrgicamente
llevaremos en procesión el Sacramento del Cuerpo de Cristo por nuestras calles.
Tiene que ser todo un signo de cómo nosotros salimos también por nuestras
calles, por nuestro mundo al encuentro de nuestros hermanos, al encuentro del sufrimiento
de los hombres y mujeres de hoy, al encuentro de tantas almas tristes y sin
esperanza, al encuentro de ese mundo donde hay tanto sufrimiento porque falta
paz, al encuentro de tantos que indiferentes pasan por la vida sin sensibilidad
para tener compasión en el corazón, al encuentro de los hermanos que creen y de
aquellos que han perdido toda esperanza y les parece que ya no tienen nada en
qué creer, al encuentro de los que quizá confundidos en la orientación que le
dan a sus vidas crean guerras y violencias allí donde están o con aquellos con
los que conviven o viven solo pensando en si mismos, al encuentro de ese mundo
que nos rodea que muchas veces parece que se nos vuelve hostil.
La procesión de este día es
el signo de todo ese trabajo que tenemos que realizar cuando nos dice Cristo
que les demos de comer, o cuando nos manda hoy que hagamos lo mismo que El hizo
en memoria suya. No es una memoria de la mente, tiene que ser una memoria hecha
desde el corazón porque nos tiene que llevar a un compromiso serio e
importante, porque ahí a ese mundo con esos sufrimientos tenemos que alimentar,
tenemos que iluminar con una nueva luz. Es el anuncio del Evangelio de Jesús
que tenemos que realizar, pero un evangelio de Jesús que tenemos que presentar
plasmado en nuestras vidas.
No sean solo unos adornos
los que pongamos en nuestras calles con nuestras flores o con nuestro arte –
que también tenemos que hacerlo, ¿por qué no? – pero que tiene que llevarnos a
un compromiso más grande para hacer lo mismo que hizo Jesús, para vivir la
misma entrega que vivió Jesús. No olvidemos que estamos proclamando la muerte
de Jesús hasta que El vuelva.
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