Convertimos en absolutos cosas que solo tienen una importancia relativa
Gálatas 5,1-6; Sal 118; Lucas
11,37-41
‘El fariseo se sorprendió al ver que Jesús no se lavaba las manos
antes de comer’. Convertimos en absolutos cosas que solo tienen una
importancia relativa. Lo de lavarse o no lavarse las manos es cuestión de
higiene. Es cierto que cuando estamos educando a los pequeños les imponemos y
algunas veces con cierta exigencia lo de lavarse las manos antes de comer; los
niños juegan con todas las cosas y tocan todo lo que esté a su alcance, y con
la misma espontaneidad cuando van a comer en lo que menos piensan es que las
manos no estén limpias para coger la comida; en la tarea de la educación hay
que acostumbrarlos, poco menos que se exigentes con su higiene, pero eso es
suficiente.
Así se había impuesto esa norma higiénica a un pueblo errante por
desiertos y por campos y donde quizá el agua no fuera tan fácil de tener, pero
que con una falta de higiene se podían provocar enfermedades y hasta epidemias.
Pero eso lo habían convertido en ley absoluta, de manera que incluso hasta la
pureza espiritual podía depender del cumplimiento de esa norma higiénica. Y los
fariseos eran especialmente escrupulosos con estas normas y preceptos.
Es lo que Jesús ahora quiere hacerles comprender. La pureza del
corazón, nos dirá en otro momento, no depende de lo que entre por la boca,
porque hay maldades que llevamos dentro del corazón y eso si que hace daño no
solo a si mismo sino también a los demás. De dentro del corazón del hombre
salen las maldades, odios, envidias, malquerencias, etc… por eso lo que hemos
de tener puro y limpio de maldad es el corazón, no importa lo exterior y la
apariencia.
‘Vosotros, los fariseos, limpiáis por
fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades.
¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Dad limosna de
lo de dentro, y lo tendréis limpio todo’.
En otros momentos del evangelio Jesús será aun más duro con los fariseos a los
que llama sepulcros blanqueados. Por fuera con el blanco de la cal, pero ya
sabemos la podredumbre que hay dentro de un sepulcro. Así les dice que es su
corazón que es el que tienen que purificar para que luego puedan resplandecer
de verdad las buenas obras.
Cuantas apariencias fantasiosas ofrecemos
tantas veces en la vida. Queremos siempre aparentar de buenos, que como tales
nos tengan siempre los demás, pero miremos la pureza de nuestro corazón. Y
tenemos que ser sinceros con nosotros mismos, porque bien sabemos cómo
fácilmente aparecen en nuestra mente y en nuestro corazón las sospechas y
desconfianzas, cómo la envidia nos corroe por dentro cuando vemos lo bueno que
hay en los demás, cómo se enciende en nosotros el amor propio y el orgullo
cuando nos dicen algo que no nos gusta, cómo se nos suben a la cabeza las cosas
buenas que podamos hacer y enseguida nos subimos a pedestales buscando
reconocimientos y cuando no los encontramos nos sentimos heridos por dentro.
Pero aunque hierven esas cosas en nuestro interior procuramos mantener la
fachada, la apariencia, que nos tengan siempre por buenos.
Purifiquemos nuestro corazón. Pongamos
humildad, amor, sencillez, generosidad, buenos deseos en nuestro corazón.
Desterremos suspicacias y desconfianzas, nunca juzguemos a los demás porque no
sabemos lo que de verdad hay en su corazón. Un corazón generoso y humilde nos
hace agradables a aquellos con los que convivimos y es lo que nos dará la más
honda y sana satisfacción.
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