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martes, 16 de octubre de 2018

Convertimos en absolutos cosas que solo tienen una importancia relativa


Convertimos en absolutos cosas que solo tienen una importancia relativa

Gálatas 5,1-6; Sal 118; Lucas 11,37-41

‘El fariseo se sorprendió al ver que Jesús no se lavaba las manos antes de comer’. Convertimos en absolutos cosas que solo tienen una importancia relativa. Lo de lavarse o no lavarse las manos es cuestión de higiene. Es cierto que cuando estamos educando a los pequeños les imponemos y algunas veces con cierta exigencia lo de lavarse las manos antes de comer; los niños juegan con todas las cosas y tocan todo lo que esté a su alcance, y con la misma espontaneidad cuando van a comer en lo que menos piensan es que las manos no estén limpias para coger la comida; en la tarea de la educación hay que acostumbrarlos, poco menos que se exigentes con su higiene, pero eso es suficiente.
Así se había impuesto esa norma higiénica a un pueblo errante por desiertos y por campos y donde quizá el agua no fuera tan fácil de tener, pero que con una falta de higiene se podían provocar enfermedades y hasta epidemias. Pero eso lo habían convertido en ley absoluta, de manera que incluso hasta la pureza espiritual podía depender del cumplimiento de esa norma higiénica. Y los fariseos eran especialmente escrupulosos con estas normas y preceptos.
Es lo que Jesús ahora quiere hacerles comprender. La pureza del corazón, nos dirá en otro momento, no depende de lo que entre por la boca, porque hay maldades que llevamos dentro del corazón y eso si que hace daño no solo a si mismo sino también a los demás. De dentro del corazón del hombre salen las maldades, odios, envidias, malquerencias, etc… por eso lo que hemos de tener puro y limpio de maldad es el corazón, no importa lo exterior y la apariencia.
Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo’. En otros momentos del evangelio Jesús será aun más duro con los fariseos a los que llama sepulcros blanqueados. Por fuera con el blanco de la cal, pero ya sabemos la podredumbre que hay dentro de un sepulcro. Así les dice que es su corazón que es el que tienen que purificar para que luego puedan resplandecer de verdad las buenas obras.
Cuantas apariencias fantasiosas ofrecemos tantas veces en la vida. Queremos siempre aparentar de buenos, que como tales nos tengan siempre los demás, pero miremos la pureza de nuestro corazón. Y tenemos que ser sinceros con nosotros mismos, porque bien sabemos cómo fácilmente aparecen en nuestra mente y en nuestro corazón las sospechas y desconfianzas, cómo la envidia nos corroe por dentro cuando vemos lo bueno que hay en los demás, cómo se enciende en nosotros el amor propio y el orgullo cuando nos dicen algo que no nos gusta, cómo se nos suben a la cabeza las cosas buenas que podamos hacer y enseguida nos subimos a pedestales buscando reconocimientos y cuando no los encontramos nos sentimos heridos por dentro. Pero aunque hierven esas cosas en nuestro interior procuramos mantener la fachada, la apariencia, que nos tengan siempre por buenos.
Purifiquemos nuestro corazón. Pongamos humildad, amor, sencillez, generosidad, buenos deseos en nuestro corazón. Desterremos suspicacias y desconfianzas, nunca juzguemos a los demás porque no sabemos lo que de verdad hay en su corazón. Un corazón generoso y humilde nos hace agradables a aquellos con los que convivimos y es lo que nos dará la más honda y sana satisfacción.


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