Nos ponemos en camino para anunciar la Buena Nueva de la misericordia de Dios para todos los hombres
2Timoteo 4,9-17ª; Sal 144; Lucas
10,1-9
Cuando decimos que nos ponemos en camino no es simplemente para un
paseo, para dar una vuelta. Ponerse en camino significa que vamos a algo, que
tenemos una meta a donde queremos llegar, que queremos o tenemos que hacer
algo. Y nos ponemos en camino no de
cualquier manera, hacemos nuestras previsiones,
nos preparamos de alguna manera, buscamos que es lo que llevamos porque
podemos necesitar para el camino, no queremos ir a lo loco.
La vida en cierto modo es un ponerse en camino, un estar en camino. Es
una semejanza que empleamos con frecuencia para referirnos a nuestro vivir. Es
la referencia para la responsabilidad con que nos tomamos la vida, porque vivir
no es vivir a lo loco. Tenemos un sentido, una razón, buscamos o queremos
conseguir algo, unas metas, nos trazamos consciente o inconscientemente unos
objetivos, que es ese plan de vida que tenemos.
Continuamente nos estamos poniendo en camino porque nos renovamos
buscando mayor altura cada vez, no nos contentamos con poco, con lo que hayamos
conseguido o tengamos ahora, sino que queremos ir más allá. Algunos lo cifran
en lo material, pero sabemos que es algo más hondo y más alto que lo económico
o lo material. Es la grandeza de las metas que nos trazamos en la vida, del
sentido que le queremos dar a nuestra vida.
Son unos pensamientos que se han ido ahora desgranando por mi mente,
cuando he escuchado en el evangelio que Jesús puso en camino a sus discípulos. Había
escogido a setenta y dos entre todos los que lo seguían y los había enviado de
dos en dos por delante a donde pensaba ir luego él. Y les decía: ‘Poneos en
camino…’
Y Jesús les habla del mensaje de paz que han de trasmitir como les
habla también de la austeridad con que han de hacer el camino. Es la
generosidad del corazón, la disponibilidad que les pide para ser fuertes
también aunque muchas puedan ser las dificultades. Por eso les habla que les envía
como ovejas en medio de lobos, pero no han de temer, el Espíritu de Jesús les
acompaña.
Hoy estamos escuchando este mensaje cuando la Iglesia celebra a san
Lucas, el evangelista. Transmisor del Evangelio que no solo lo hizo con su vida
y con su palabra, sino que nos lo dejo por escrito con todo detalle para que conociéramos
bien las misericordias del Señor. Es el evangelio de la misericordia. Ya desde
el principio nos trae el mensaje de Isaías porque la Buena Nueva ha de ser
anunciada a los pobres y a los oprimidos; el amor de Dios se iba a derramar
sobre todos para liberarnos de cuanto nos oprime y nos esclaviza, como se nos
dice en el texto proclamado en la sinagoga de Nazaret.
‘Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol
que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de
muerte…’ cantaba Zacarías. ‘Auxilia a Israel su siervo – como lo había
prometido a nuestros padres – a favor de Abrahán y su descendencia para
siempre’, cantaría también María en el Magnificat. Es bien significativo
que ya desde el inicio del evangelio se cante la misericordia de Dios que se va
a derramar sobre nosotros.
Es la Buena Nueva del Evangelio de Jesús. Es la Buena Nueva que
nosotros también hemos de anunciar. Una misericordia que tiene que hacerse
presente en nuestro mundo por nuestras actitudes y comportamientos, por los
gestos de nuestra vida, por la cercanía con que nosotros hemos de estar junto a
los demás especialmente de los que sufren. Podemos hablar mucho de la
misericordia pero no siempre los gestos y actitudes que tenemos con los demás,
que la misma Iglesia tiene, lo manifiestan de verdad. Muchos hay que no sienten
que llega a ellos esa misericordia desde la actitud de los que seguimos a
Jesús. Es la Buena Nueva que el mundo necesita escuchar y palpar en nuestra
vida, en la Iglesia, en todos los que nos llamamos discípulos de Jesús.
Es a lo que Jesús nos pone en camino en el hoy de nuestra Iglesia y
nuestro mundo. Es el mensaje que recibimos y que nosotros hemos de trasmitir.
Muchas veces nos entretenemos hablando de muchas cosas, pero nos olvidamos de
anunciar esa misericordia de Dios que tanto necesitamos. No necesitamos muchas cosas en nuestras manos,
sino los gestos de nuestra vida, la ternura de nuestro corazón que se tiene que
desbordar.
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