Jesús nos está ofreciendo que encontremos el verdadero sentido y sabor de la vida, no en las cosas sino en la capacidad de donación de nosotros mismos
Sabiduría 7, 7-11; Sal. 89;
Hebreos 4, 12-13; Marcos 10, 17-30
Podríamos comenzar diciendo que es de hombre sabio buscar y encontrar
el verdadero valor y sentido de la vida. No son las cosas las que le dan ese
sentido a la vida; las cosas son caducas y cuando las perdemos y no las tenemos
¿se habrá perdido entonces el sentido de la vida?
Buscamos quizá seguridades, la seguridad que me pueda dar el poder o
la riqueza, pero eso es también efímero, porque hoy lo tenemos y mañana podemos
no tenerlo, ¿se nos acaba entonces el valor de nuestra vida? Por eso, me atrevía a comenzar diciendo que
es una verdadera sabiduría encontrar ese valor y ese sentido.
Es estabilidad aunque no sea necesariamente una seguridad de apoyo,
porque siempre buscamos y en esa búsqueda tenemos también que crecer y es lo
que nos irá haciendo llegar cada vez más a la verdadera madurez. Está en
nosotros, pero no lo es por nosotros mismos, pero es dentro de nosotros donde
tenemos que buscar esos valores que nos den ese sentido, ese rumbo, por así
decirlo, a nuestra vida. No son, pues, simplemente las cosas que hacemos o no
es hacer cosas por hacer, sino que todo eso que hacemos o que vivimos parte de
ese sentido y de ese valor que le damos a nuestra existencia.
Hoy el evangelio nos habla de un joven, al que quizá podríamos
considerar un insatisfecho. Era bueno y era cumplidor, pero tenía una aspiración
en su corazón porque en él había ansias de algo grande, aunque no sabía bien
cómo. Le pregunta a Jesús qué es lo que tiene que hacer para alcanzar la vida
eterna. No se andaba con chiquitas, y por eso cuando le manifiesta a Jesús lo
que era su vida, Jesús se le queda mirando con cariño.
No era erróneo el camino que estaba haciendo, pero le faltaba
encontrar unas metas más altas que le dieran esa profundidad a su vida. No podía
quedarse simplemente contento con lo que hacía – por allí podían ir apareciendo
unos atisbos de orgullos personales que lo hacían sentirse ya bueno porque era
cumplidor desde chiquito de los mandamientos -, ni tampoco quedarse en las
seguridades que le daba la vida por los bienes que poseía – que como luego
veremos se convertirán en apegos del corazón -.
Y Jesús le pide que se despoje de sus seguridades, que no tenga el
corazón apegado a las cosas que poseía, que para poder volar bien alto hay que
liberarse de todas esas cosas que pesan y que por la gravedad siempre tirarán de
nosotros hacia abajo, que la felicidad no está en las cosas que poseemos sino
en el uso que hagamos de ellas en bien no ya de nosotros mismos sino en bien de
los demás. Lo que Jesús le pide no es que viva en la miseria, sino que viva con
un corazón de pobre porque el pobre lo que tiene lo reparte y lo comparte y se
siente libre en lo más hondo de sí. Lo que Jesús le está ofreciendo es que
encuentre el verdadero sentido y sabor de la vida, que no está en las cosas
sino que está en la capacidad de donación de nosotros mismos.
Las palabras de Jesús suenan a radicalidad porque son el camino de esa
sabiduría que nos hace encontrar el verdadero valor y sentido de nuestra vida. ‘Una cosa te falta: anda, vende lo que
tienes, dale el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo–, y
luego sígueme’.
Aquel joven decía que tenía deseos de vida eterna, pero parecía que quería
comprarla con las cosas terrenas y temporales. Quería seguir a Jesús pero
llevando consigo sus riquezas, es decir, sin cambiar de vida. Un día Jesús había
pedido a unos pescadores de Galilea que lo siguieran y ellos dejaron atrás sus
pobres barcas, sus remendadas redes, aquellas pocas cosas que tenían y que les servían
para ganarse su sustento. Pero cuando Jesús les invita lo dejan todo.
Por eso Jesús cuando los envíe a anunciar el Reino les dice que ni siquiera
lleven una túnica de repuesto, que no se preocupen de llevar calderilla en el
bolsillo por lo que pudieran necesitar, que no estuvieran preocupándose donde
iban a vivir sino que allí donde los acogieran allí se quedaran, porque el Hijo
del Hombre tampoco tenía donde reclinar su cabeza.
Y ahora este joven se lo piensa, se queda triste, hay muchas cosas que
pesan mucho en su bolsillo y la gravedad de ese lastre le impedirán volar. No
quería soltar sus apoyos y lo que él creía que eran sus seguridades. ‘¡Qué
difícil, dirá Jesús, les va a ser a los ricos entrar en el Reino de los
cielos!’
Todo esto ha de traducirse en muchas cosas para nuestra vida. Porque
no estamos aquí para juzgar y condenar a aquel joven del evangelio. Tenemos que
ver todo esto plasmado en nuestras vidas. También hemos de encontrar esa
verdadera sabiduría, también hemos de buscar esos verdaderos valores de nuestra
existencia.
Tentados estamos a buscar seguridades, a buscar apegos, a cortar
nuestros sueños de volar muy alto, a permitir que haya lastre en nuestra vida
que nos arrastre hacia abajo, a estar contando cuantos instrumentos tenemos
para realizar nuestra tarea, también podemos estar contabilizando lo que hacemos
de bueno para ver cuántas ganancias tenemos. Fue de alguna manera la reacción
de los discípulos que le plantean a Jesús que ellos un día lo habían dejado
todo por seguirle. ¿Estarían buscando también seguridades y premios?
Ya Jesús por otra parte en el evangelio nos ha enseñado a confiar en
la providencia de Dios que cuida de nosotros. Es el Padre bueno que alimenta a
los pajarillos del campo o lo embellece haciendo florecer las hierbas del
campo. Y la semilla no va a producir más fruto porque tengamos no sé cuantos
medios electrónicos para sembrarla, sino que lo importante es por una parte ese
anuncio y esa siembra que hemos de hacer en todo momento con la totalidad de
nuestra vida, y la apertura de unos corazones que quieren sembrar en ella la
Palabra de Dios.
¿Qué estamos haciendo? ¿Cuál es el desprendimiento que hay en nuestro
corazón? Mucho tendría que hacernos pensar este evangelio.
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