Hacen
falta cristianos valientes y nos dice Jesús: no tengáis miedo a los que matan
el cuerpo
Efesios 1,11-14; Sal 32; Lucas 12,1-7
Muchas veces en la vida los miedos nos paralizan. Cuántas cosas
dejamos de hacer cuando se nos mete el miedo en el cuerpo, como solemos decir.
Y hay personas que parece que van siempre en la vida con miedo, con temor. Y
ante cualquier cosa nueva que tienen que hacer se quedan como paralizados sin
saber qué hacer o como hacer; cuando tienen que expresar una opinión, se
callan, dan vueltas y disculpas continuamente, responden con vaguedades, pero
tienen miedo de manifestar claramente su opinión, lo que piensan o lo que
desean de la vida.
Miedos ante el qué dirán, a la opinión de los demás, a lo que puedan
pensar de nosotros y no nos manifestamos con claridad ni sinceridad. Miedos
ante el futuro, ante el mañana, ante lo incierto y así nunca se atreven a
emprender nada. Miedo a lo que puedan encontrar en contra, la oposición de los
demás, la opinión distinta con que se van a encontrar y no se atreven a entrar
en un diálogo. Miedo porque lo que vamos a hacer o decir nos traerá
consecuencias, y claro no queremos sufrir y somos contradictorios entre lo que
pensamos y cómo nos manifestamos. Miedo que muchas veces es una cobardía que
nos encierra en nosotros mismos.
También los cristianos en muchas ocasiones nos manifestamos con miedo
y no damos un claro testimonio de nuestra fe. Nos acobardamos porque sabemos
que nos vamos a encontrar un mundo adverso y tratamos de pasar desapercibidos,
tratamos de diluirnos en medio del mundo que es la mejor manera de que pronto
lleguemos a perder nuestra identidad, y nuestra fe se nos enfríe y se nos
muera.
Hoy nos dice Jesús: ‘A
vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero
no pueden hacer más’. Nos
pide Jesús valentía para anunciar el evangelio, que alejemos de nosotros los
temores, que seamos capaces de levantar la voz en la plaza publica para
anunciar y dar testimonio de lo que hemos recibido. Ya en otro momento nos dirá
que no somos aceptamos, que tendremos incluso persecuciones, pero El nos
promete la asistencia y fuerza de su Espíritu para que seamos sus testigos.
Se nos hace difícil hoy el
anuncio del evangelio. Parece muchas veces que la gente está curada de todo y
que no nos van a aceptar ni nos van a escuchar. Pero quizá ese mundo que nos
rodea está esperando una palabra de vida, una palabra de esperanza, el
testimonio de quien en verdad trabaja por la paz, de quien manifiesta el amor
verdadero con los signos de su vida.
Es lo que nosotros tenemos
que anunciar, es lo que tenemos que hacer y dejar a un lado nuestros miedos y
cobardías. Si somos valientes nos daremos cuenta de que vamos a encontrar una
mayor aceptación de lo que nosotros esperábamos o nos temíamos con nuestros
miedos. La fuerza de la gracia del Señor mueve de verdad los corazones más
reticentes, pero es necesario que nosotros hagamos con valentía el anuncio.
Hacen falta cristianos valientes y decididos que abandonen todos los complejos
para ser verdaderos testigos de Jesús y de su evangelio.
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