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jueves, 10 de mayo de 2018

Llenemos nuestro corazón de la alegría del Espíritu venciendo toda tristeza y dejémonos inundar por su amor para llenar de la alegría de Dios a nuestro mundo


Llenemos nuestro corazón de la alegría del Espíritu venciendo toda tristeza y dejémonos inundar por su amor para llenar de la alegría de Dios a nuestro mundo

Hechos 18, 1-8; Sal 97; Juan 16,16-20

Las palabras de Jesús que venimos escuchando en el evangelio en estos últimos días de pascua se corresponden a aquella larga conversación de sobremesa tras la cena pascual. Palabras en las que se hace presentir lo que inmediatamente ha de suceder, aunque ya Jesús lo había anunciado una y otra vez; palabras que suenan a despedida; pero palabras con las ultimas recomendaciones del Señor en la que nos manifiesta una vez más lo que ha de ser el distintivo de los que le siguen y le aman; palabras, como hemos venido diciendo, en la que Jesús derrama su corazón sobre ellos con toda su ternura por lo que terminará orando al Padre por ellos, como escucharemos en días sucesivos.
Las palabras que hoy le escuchamos tienen la connotación de lo que inmediatamente va a suceder, su pasión, pero también tienen el sentido profético de hablarnos de cómo nos vamos a sentir nosotros también a lo largo de los tiempos que no serán fáciles para la Iglesia ni para los que seguimos a Jesús.
‘Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver’, es una referencia clara a su próxima pasión y muerte y a su resurrección. Ellos escandalizados por todos aquellos acontecimientos se van a dispersar y a dejar solo a Jesús. Solo algunas mujeres con María y el discípulo amado van a llegar hasta el Calvario. Será una experiencia dura que les llenará de tristeza y de sentido de fracaso por lo que terminaran refugiándose en el cenáculo con las puertas cerradas por miedo a que a ellos les pueda suceder igual. Los sumos sacerdotes, los fariseos y todos los enemigos de Jesús se alegrarán porque les parece una derrota de Jesús. Pero ellos volverán a verle resucitado y su tristeza se transformará en gozo, un gozo que ya nadie les podrá quitar y que luego con la fuerza del Espíritu Irán proclamando esa buena nueva por todo el mundo.
Pero es el camino que seguirá viviendo la Iglesia a través de los tiempos. Habrá momentos duros y difíciles; bien conocemos las persecuciones de todos los tiempos que nos ha dado tantos mártires, tantos testigos de la fe que fueron semilla de nuevos cristianos. Pero no serán solo los que derramaron o derramarán su sangre, sino es la entrega día a día de quienes creemos en Jesús también en momentos difíciles, momentos que se nos pueden volver oscuros, en que se siembra la duda en nuestros corazones, en que nos podemos sentir igualmente fracasados, donde contemplamos esa sangría de tantos que abandonan y se olvidan de su fe.
Momentos de crisis para la Iglesia como los ha habido en todos los tiempos y sigue habiendo ahora por unas razones o por otras. Momentos en que nos parece que nos sentimos solos y no nos parece sentir la presencia de Jesús con nosotros y flaqueamos porque no captamos la fuerza de Espíritu que está con nosotros. Algunas veces igualmente podemos sentirnos tristes, pero no tenemos motivos, porque sabemos bien que el resucitado ha vencido a la muerte, y que con la fuerza de su Espíritu nosotros podemos vencer también. Con nosotros está el Señor.
Estamos en el tiempo de la Ascensión, no solo porque hoy se cumplen los cuarenta días de la resurrección y el próximo domingo celebraremos su solemnidad, sino porque estamos en el tiempo de la Iglesia; sí, el tiempo en que viviendo en Iglesia seguimos sintiendo la presencia de Jesús con nosotros, aunque tengamos dudas, no lo veamos con los ojos de la cara como nos gustaría hacerlo, y podamos pasar por numerosas crisis. Es el tiempo de abrirnos al Espíritu para abrirnos así a la presencia del Señor que siempre está con nosotros como precisamente en ese día de la Ascensión nos prometió.
Superemos las tristezas, que tienen que estar reñidas con lo que es la vida de un autentico creyente en Jesús; llenemos nuestro corazón de la alegría del Espíritu y dejémonos inundar por su amor; con amor en nuestro corazón la tristeza no nos vencerá sin que llenaremos de la alegría de Dios a nuestro mundo.

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