La dicha de la amistad pero la felicidad plena a la que nos lleva el amor verdadero cuando amamos con una entrega sin limites a la manera de Jesús
Hechos 10, 25-26. 34-35. 44-48; Sal. 97; 1Juan 4, 7-10;
Juan 15, 9-17
Creo que todos lo podemos pensar así, se siente feliz el que se siente
amado. Ya sabemos de tantas angustias que producen las soledades; ya sabemos
las amargas y silenciosas lágrimas del corazón cuando no son valorados, sino
más bien postergados, no son tenidos en cuenta sino olvidados de todos. El
sentir que alguien te tiene en cuenta, se fija en ti, ve posibilidades en tu
vida hace brillar luces de esperanza en el corazón. Cuando positivamente somos
amados no queremos que esa dicha que sentimos en el corazón se acabe nunca. Es
la dicha de la amistad, es la profundidad que da a la vida el amor verdadero.
He dicho amistad y he dicho amor verdadero. Porque hablo del amor
profundo que se hace entrega generosa y desinteresada que es el amor que no nos
falla. Los intereses merman la intensidad del amor. Bien sabemos cuanto nos
cuesta encontrar en la vida ese amor desinteresado y generoso; muchas
experiencias tenemos de amores que se diluyen, de amistades que se truncan y
acaban.
Porque el amor verdadero va mas allá de una simpatía, de una sintonía
por determinadas cosas en las que podamos coincidir, de una cercanía porque
entra en nuestros mismos círculos de vida, de un sentirnos a gusto porque nos
agrada su carácter o su conversación, de un queremos porque nos sentimos
correspondidos o nosotros queremos corresponder.
Así son muchas veces nuestros amores humanos, el fundamento de
nuestras relaciones y simpatías, de nuestras amistades o del concurrir con
personas afines a nosotros. Cuántas experiencias podemos tener de este tipo, y
son cosas buenas también y que también hemos de cultivar, y que nos dan
momentos agradables y donde saboreamos cierto gozo, pero sabemos que un amor
verdadero nos tiene que llevar a mucho más.
Hoy Jesús nos está hablando de ese amor verdadero que no nos puede
fallar. Así es el amor de Dios, el amor con que el Padre ama al Hijo y el amor
con que el Hijo nos ama a nosotros y así tiene que ser ese amor. ‘Como el Padre me ha amado, así os he amado
yo; permaneced en mi amor’.
Es un amor que va más allá de la amistad, aun con lo bonito que puede ser y es
de hecho el amor de amistad. Porque el amor de Dios es un amor sin medida,
porque no es un amor ‘romántico’ sino que es el amor de quien ama a
todos, sean o no sean correspondidos, el amor a los que le aman y el amor a los
que no le aman, un amor que va más allá de simpatías humana, es un amor
generoso, desinteresado y universal; es un amor que llega hasta el sacrificio
supremo.
Por eso nos dirá Jesús hoy
que no hay amor mayor que el de aquel que da la vida por el amado. Y es lo que
hizo Jesús. Y es el modelo que Jesús nos está poniendo para nuestro amor. Y ese
es el amor que produce la alegría verdadera y plena, porque sabemos que no nos
fallará nunca. Aquí sí que sabemos que somos tenidos en cuenta por Dios que ya
nos creó grandes; así sabemos cuanto nos valora que nos ha elevado a una
dignidad sobrenatural al hacernos sus hijos; así sabemos que a pesar de las
negativas de nuestras respuestas seguiremos siempre siendo amados por Dios que
se mostrará siempre compasivo y misericordioso con nosotros, porque es el padre
amoroso que siempre nos está esperando.
Por eso nos dirá Jesús que
permanezcamos en su amor, en ese amor. Y nos dice que nos hablado de esto para
que permanezcamos para siempre en su alegría. ‘Os he hablado de esto para
que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud’. Y
nos dirá que por eso, porque tenemos que sentirnos así amados de Dios El ha
querido revelarnos todo esto.
Tenemos razones los
cristianos para ser los hombres más felices del mundo, cuando así nos sentimos
amados. Es cierto que en luego en el caminar de la vida nos encontraremos con
muchas cosas que nos pueden producir dolor en el alma, pero en nosotros hay una
esperanza que no nos falla que es el amor que Dios nos tiene. Y con la fuerza de
ese amor podemos superar noches oscuras, podemos sortear los numerosos peligros
que nos vamos encontrando en la vida, podemos comenzar a tener una mirada nueva
sobre las cosas, pero sobre todo sobre las personas que nos rodean.
Y es que porque nos sentimos
así amados de Dios nosotros comenzaremos a amar de la misma manera, y el amor
nos hará tener una mirada nueva y distinta para ese mundo que nos rodea, pero
sobre todo para esas personas con las que hacemos el camino. Y es que
comenzaremos a amar con un sentido y estilo distinto. No podemos amar ya por simpatía,
sino que tenemos que amar con un amor como el que nos tiene Jesús. Este es su
mandamiento: ‘que os améis unos a otros como yo os he amado’.
Esos son los frutos que
tenemos que dar en nuestra vida que para eso nos eligió con su amor. ‘No
sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he
destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure’ nos dice.
Ese es el mundo lleno de alegría y feliz que tenemos que construir. Esas son
las nuevas relaciones que tenemos que mantener los unos con los otros. Ese es
el Reino de Dios que nos anunció y en el que nos tenemos que sentir
comprometidos para siempre.
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