Con
nosotros está el Señor y esa alegría nada ni nadie nos la podrá quitar y por
eso trascendemos por encima de problemas y tristezas para llenarnos de
esperanza
Hechos de los apóstoles 18,9-18; Sal 46; Juan 16,20-23a
A todo el mundo le gusta la fiesta y estar alegres. Bien vemos cómo la
gente se apresta pronto para la fiesta y cuando están en buen ambiente se lo
pasan muy bien. Todo es música, todo quiere aparentar alegría, las risas, los
cantos, las caras alegres, la buena relación entre todos haciendo desaparecer
el malhumor o los pesares que se llevan por dentro. Es un ingrediente bueno
para la vida, sobre todo cuando se vive una alegría sincera, una alegría que
nos es forzada, una alegría y felicidad que no necesita de estímulos
extraordinarios para vivirla.
Porque al mismo tiempo algunas veces observamos a la gente en las
carreras locas que se tienen por la vida, para llegar al trabajo, para acudir
quizá a una cita, mientras vamos por la carretera conduciendo el coche, o
cuando estamos en nuestro lugar de trabajo o simplemente en medio de la gente quizás
su familia, sus compañeros de trabajo o sus vecinos, observamos, digo, muchas
caras demasiado serias, demasiados ceños fruncidos haciendo aparecer arrugas o
muecas en el rostro, muchas miradas y gestos en tensión que podrían ser
indicativos que no lo estamos pasando bien o no estamos a gusto en lo que
hacemos. Prueba a ponerte un día junto a una vía de tráfico intenso y trata de
fijarte en el rostro de los conductores de los vehículos.
¿Alegría y felicidad verdadera? ¿O alegría y felicidad que necesita de
estímulos externos para que se manifiesten en nuestros gestos o en nuestros
rostros? Por eso quizá haya que preguntarse si somos felices de verdad. Vivimos
en demasiada tensión y no disfrutamos de lo que hacemos o de lo que en cada
momento vivimos. ¿Serán esos buenos síntomas? ¿Pudiera ser que algo nos esté
fallando en nuestro interior, o en las mismas motivaciones de nuestra vida para
que nos sintamos agobiados por los problemas o las carreras de la vida?
¿Necesitaríamos hacer un parón para ver si somos felices de verdad, si hay alegría
de verdad en nuestra vida?
A alguien podría parecerle que no vienen a cuento estas
consideraciones que me hago en estas páginas en que reflexionamos sobre distintos
aspectos del evangelio de Jesús. Pero sí, me hago estas consideraciones viendo
la insistencia con que Jesús nos está hablando de la alegría. Porque Jesús nos
viene a decir que nosotros, los creyentes, tendríamos que ser las personas más
felices del mundo cuando experimentamos como nosotros podemos hacerlo el amor
de Dios y salvación que nos llega con la presencia de Jesús. Pero resulta que
nosotros los cristianos no nos diferenciamos mucho de la inmensa mayoría de la
gente de nuestro alrededor a quienes no vemos tan felices como aparecen, como
hemos venido diciendo.
Y aquí tendríamos que preguntarnos si vivimos con alegría y esperanza
nuestra fe. Porque resulta muchas veces que cuando venimos a celebrar – y
subrayo esta palabra de venir a celebrar, o lo que es lo mismo hacer fiesta –
cuando venimos, digo, nuestra fe la expresión de nuestro rostro y las actitudes
con que venimos no son precisamente de alegría y de felicidad. Demasiado serios
vemos muchas veces a los cristianos. Y cuando digo serios puedo decir apenados,
amargados y tristes en muchas ocasiones, sin ilusión y esperanza, sin alegría
en su espíritu. Y eso no cabe en un cristiano.
‘También vosotros ahora
sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie
os quitará vuestra alegría’,
nos dice Jesús. Y es que los problemas y los agobios los tendremos con
nosotros, momentos de desánimo nos pueden aparecer, también estamos sujetos al
malhumor y al cansancio en las luchas de la vida.
Pero nosotros tenemos una
certeza que se convierte en motivación profunda. Jesús está con nosotros, El es
nuestra fuerza y nuestra vida, nos da su Espíritu que es aliento y fuerza en
nuestras luchas, la esperanza no nos puede faltar y por eso trascendemos más
allá de aquello que nos puede hacer sufrir, para encontrar un sentido y un
valor, para apoyarnos en todo lo bueno
que tenemos y que vamos encontrando también en la vida a pesar de las sombras,
porque nosotros tenemos una vida distinta, tenemos una mirada de fe para cuanto
nos sucede. Y con nosotros está el Señor y esa alegría nadie nos la podrá
quitar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario