Mucho
bueno hay encerrado en nuestro corazón que por la gracia del Espíritu un día
volverá a renacer y florecerá en frutos de vida cristiana
Hechos de los apóstoles 17,15.22-18,1; Sal 148; Juan
16,12-15
Siempre hay cosas que se quedan en el tintero, solemos decir cuando
olvidamos algo, o no tenemos tiempo de manifestar todo lo que quizás sabíamos o
teníamos intención de manifestar. También hay ocasiones en que no podemos decir
en el momento todas las cosas; en circunstancias tenemos que ir revelando lo
que hemos de manifestar de una forma gradual, bien porque la noticia sea
impactante y no queremos dañar ni escandalizar quizás a la persona a la que se
lo comunicamos, bien sea porque en la educación la enseñanza ha de hacerse también
de forma progresiva, porque un niño no puede asimilar, por ejemplo, de la misma
manera lo que le digamos a un joven o a un adulto.
‘Muchas cosas me quedan
por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el
Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena’. Así les dice Jesús a sus discípulos
cuando les hace el anuncio de la venida del Espíritu Santo. No es quizás por
las mismas razones de lo que antes reflexionábamos para nosotros al introducir
el tema de hoy, pero es cierto que a los discípulos les cuesta comprender todo
el misterio de Jesús, y hay cosas, como hemos venido viendo a lo largo del
evangelio, que incluso les cuesta aceptar, como fue todo el misterio de la
pascua y de la pasión de la que tantas veces Jesús les había hablado y ellos no
habían terminado de comprender.
Será tras la resurrección y
con la venida del Espíritu Santo cuando lleguen a comprender plenamente que
Jesús es el Señor. Así lo confesará Pedro en el primer sermón después de
Pentecostés ‘a ese Jesús a quien vosotros habéis crucificado Dios lo
constituyó por la resurrección Señor y Mesías’.
Aunque a lo largo del
relato del evangelio vemos que llaman a
Jesús ‘Señor’, hemos de tener en cuenta que el evangelio fue escrito
posteriormente cuando ya realmente tras Pentecostés así lo habían reconocido.
El relato del evangelio, entendemos bien, que no es una crónica que se iba
escribiendo en el momento, sino que seria más tarde cuando surgen los
evangelistas que quieren dejar por escrito cuanto se decía y conocían de Jesús.
Es lo que ahora – y el
texto se corresponde a las palabras de Jesús en la última cena – Jesús les está
anunciando. El Espíritu los guiará a la verdad plena; por la fuerza del Espíritu
del Señor podrán en verdad reconocer a Jesús como el Señor; por la inspiración
del Espíritu irán recordando y comprendiendo, asimilando de verdad en sus
vidas, todo lo que Jesús había hecho y les había enseñado.
Es así como nosotros hemos
de dejarnos conducir por el Espíritu del Señor. Pensemos cuantas cosas hemos
aprendido de Jesús, del evangelio, de la vida cristiana a lo largo de nuestra
vida. ¿Cuántos serán los sermones que hemos escuchado? ¿Cuántas las catequesis
que hemos recibido? ¿Lo recordamos todo? ¿Lo habremos asimilado de verdad? Pero
ahí está sembrado en lo hondo de nuestro corazón, como un poso está en el fondo
de nuestra mente y de nuestra conciencia aunque nos parezca que no lo
recordamos todo, pero cuando nos dejamos conducir por el Espíritu en su
inspiración irá sacando todo eso que está en nuestro interior y podremos en
verdad irlo asimilando para ir en verdad renovando nuestra vida. Mucho bueno
hay encerrado en nuestro corazón que por la gracia del Espíritu un día volverá
a renacer y florecerá en nosotros en frutos de vida cristiana.
Es por lo que yo digo
muchas veces a los padres que viven quizás la angustia de que sus hijos han
olvidado todo aquello que les enseñaron pero parece que ahora van por otros
caminos. Si lo hemos sembrado bien, tengamos la esperanza de que un día esos
valores vayan a brotar a pesar de que ahora haya tanto follaje. Recemos para
que el Espíritu del Señor riegue con su gracia esos corazones que un día se
puedan sentir movidos a rescatar esos valores que están ahí encerrados. No
perdamos la esperanza, sino con toda confianza oremos al Señor para que un día
haya ese despertar.
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