Pidamos al Espíritu del Señor que nos abra el corazón para que no tengamos miedo a las actitudes nuevas que Jesús nos puede pedir que pasan por una nueva apertura a los demás
Zacarías
2,5-9.14-15ª; Sal.: Jr 31,10.11-12ab.13; Lucas 9,43b-45
Hay ocasiones en que por muy claras que nos digan las cosas no
logramos entender; también nos sucede que en ocasiones es porque no queremos
entender. Lo mismo que cuando una persona nos dice que no la entendemos porque
nos está explicando sus problemas y sus puntos de vista, pero nosotros quizá le
aconsejamos lo contrario o cosa distinta a la solución que aquella persona
busca para su problema; quizá lo que aquella persona quiere es que nosotros le
demos la razón donde nosotros vemos que no la tiene o que la solución no es lo
que ella propone, y entonces nos dice que no la entendemos.
De una forma o de otra, en situaciones parecidas de cerrazón de la
mente por nuestra parte que no queremos escuchar o de cerrazón de la mente de
la otra persona que no acepta que nosotros opinemos distinto nos encontramos
muchas veces. Tenemos que aprender a abrir nuestra mente, escuchar y aceptar
aquello que incluso no nos gusta o pudiera ir en contra de los sueños o
ilusiones que nos habíamos trazado. Con una apertura de la mente así muchas frustraciones
nos ahorraríamos y aceptando la realidad, escuchando lo que nos dicen podremos
hacer que la vida para todos sea mejor.
Hoy nos dice el evangelio cómo a los discípulos en ocasiones les
costaba entender las palabras de Jesús. Sobre todo cuando lo que Jesús les
proponía o anunciaba no estaba en línea con falsas e ilusorias expectativas que
se habían creado en su mente. Entusiasmados estaban por Jesús, por aquel nuevo
estilo de vida que Jesús les proponía, por las esperanzas que se abrían en sus
corazones, por ese mundo nuevo y distinto que vislumbraban, tanto era que
comenzaban a verlo como el cumplimiento de todas las promesas de los profetas y
ya estaban comenzando a creer que era el Mesías anunciado y prometido.
Pero ellos se habían forjado por otra parte, por un mal entendimiento
de las palabras de los profetas, unas expectativas del Mesías que lo convertían
más en un guerrero y en un libertador político que lo que realmente era la
misión del Mesías y que Jesús quería trasmitirles. Por eso no entraba en sus
cabezas que el Hijo del Hombre hubiera de padecer. Por eso les costaba entender
las palabras de Jesús.
Si nos hacemos esta reflexión no es solo para conocer o juzgar lo que
le sucedía a los discípulos en torno a la figura de Jesús, sino para ver como
esas cosas reflejan también lo que nos puede suceder a nosotros. No siempre
sabemos entender el evangelio de Jesús, no siempre llegamos a escuchar con toda
sinceridad sus palabras en nuestro corazón. Nos hacemos una idea de religión,
nos planteamos desde nuestros intereses o ilusiones lo que es la vida
cristiana, vamos poniendo pegas a lo que Jesús nos dice para aceptar aquellas
cosas que nos convengan pero no dejamos siempre que se transforme nuestra vida
por el espíritu del evangelio.
Pidamos al Espíritu del Señor que nos abra el corazón, nuestra mente,
nuestro entendimiento, los oídos del alma para escucharle y para aceptarle de
verdad. No tengamos miedo ni de plantearle nuestras dudas o nuestras quejas
allá en la interioridad y la intimidad de nuestra oración, pero no tengamos
miedo a las actitudes nuevas que Jesús nos puede pedir. Dejémonos conducir por
el Espíritu del Señor. Que esa apertura a las palabras de Jesús nos conduzca a
una apertura también de nuestra vida y de nuestro corazón a cuantos nos rodean
para saber hacer un camino juntos en la vida.
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