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sábado, 30 de septiembre de 2017

Pidamos al Espíritu del Señor que nos abra el corazón para que no tengamos miedo a las actitudes nuevas que Jesús nos puede pedir que pasan por una nueva apertura a los demás

Pidamos al Espíritu del Señor que nos abra el corazón para que no tengamos miedo a las actitudes nuevas que Jesús nos puede pedir que pasan por una nueva apertura a los demás

Zacarías 2,5-9.14-15ª; Sal.: Jr 31,10.11-12ab.13; Lucas 9,43b-45

Hay ocasiones en que por muy claras que nos digan las cosas no logramos entender; también nos sucede que en ocasiones es porque no queremos entender. Lo mismo que cuando una persona nos dice que no la entendemos porque nos está explicando sus problemas y sus puntos de vista, pero nosotros quizá le aconsejamos lo contrario o cosa distinta a la solución que aquella persona busca para su problema; quizá lo que aquella persona quiere es que nosotros le demos la razón donde nosotros vemos que no la tiene o que la solución no es lo que ella propone, y entonces nos dice que no la entendemos.
De una forma o de otra, en situaciones parecidas de cerrazón de la mente por nuestra parte que no queremos escuchar o de cerrazón de la mente de la otra persona que no acepta que nosotros opinemos distinto nos encontramos muchas veces. Tenemos que aprender a abrir nuestra mente, escuchar y aceptar aquello que incluso no nos gusta o pudiera ir en contra de los sueños o ilusiones que nos habíamos trazado. Con una apertura de la mente así muchas frustraciones nos ahorraríamos y aceptando la realidad, escuchando lo que nos dicen podremos hacer que la vida para todos sea mejor.
Hoy nos dice el evangelio cómo a los discípulos en ocasiones les costaba entender las palabras de Jesús. Sobre todo cuando lo que Jesús les proponía o anunciaba no estaba en línea con falsas e ilusorias expectativas que se habían creado en su mente. Entusiasmados estaban por Jesús, por aquel nuevo estilo de vida que Jesús les proponía, por las esperanzas que se abrían en sus corazones, por ese mundo nuevo y distinto que vislumbraban, tanto era que comenzaban a verlo como el cumplimiento de todas las promesas de los profetas y ya estaban comenzando a creer que era el Mesías anunciado y prometido.
Pero ellos se habían forjado por otra parte, por un mal entendimiento de las palabras de los profetas, unas expectativas del Mesías que lo convertían más en un guerrero y en un libertador político que lo que realmente era la misión del Mesías y que Jesús quería trasmitirles. Por eso no entraba en sus cabezas que el Hijo del Hombre hubiera de padecer. Por eso les costaba entender las palabras de Jesús.
Si nos hacemos esta reflexión no es solo para conocer o juzgar lo que le sucedía a los discípulos en torno a la figura de Jesús, sino para ver como esas cosas reflejan también lo que nos puede suceder a nosotros. No siempre sabemos entender el evangelio de Jesús, no siempre llegamos a escuchar con toda sinceridad sus palabras en nuestro corazón. Nos hacemos una idea de religión, nos planteamos desde nuestros intereses o ilusiones lo que es la vida cristiana, vamos poniendo pegas a lo que Jesús nos dice para aceptar aquellas cosas que nos convengan pero no dejamos siempre que se transforme nuestra vida por el espíritu del evangelio.
Pidamos al Espíritu del Señor que nos abra el corazón, nuestra mente, nuestro entendimiento, los oídos del alma para escucharle y para aceptarle de verdad. No tengamos miedo ni de plantearle nuestras dudas o nuestras quejas allá en la interioridad y la intimidad de nuestra oración, pero no tengamos miedo a las actitudes nuevas que Jesús nos puede pedir. Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor. Que esa apertura a las palabras de Jesús nos conduzca a una apertura también de nuestra vida y de nuestro corazón a cuantos nos rodean para saber hacer un camino juntos en la vida.

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