El amor y la generosidad nos desconciertan pero no olvidemos que nuestras obras de amor tienen que signos provocadores de una nueva humanidad
Isaías 55,6-9; Sal 141; Filipenses 1,
20c-24. 27; Mateo 20, 1-16
En un mundo en que parece que cada uno va a lo suyo y nos encontramos
con tantos que no se preocupan de los demás sino solo de sus intereses, y a lo
sumo de las personas que caen bajo sus responsabilidad, nos desconcierta el
encontrarnos con personas generosas que hasta se olvidan de si mismos en su deseo
de ayudar y de compartir lo que tienen y lo que son con los demás.
No es solo ya el preocuparse de actuar de manera justa haciendo que
cada uno tenga lo que en justicia se le debe, sino que van más allá en su
generosidad. Personas desprendidas, que no miran por sus ganancias, que hacen
suyo el sufrimiento de los demás, que no puede permitir desde la sinceridad de
su conciencia que alguien pueda estar pasando necesidad si está de su parte
ayudarle. Algunos lo llaman altruismo, o lo llamamos también solidaridad, pero
todo es fruto del amor.
Y aunque algunas veces no lo veamos o no lo queramos ver hay muchas
personas así en el mundo y que son los que realmente lo están haciendo mejor.
Pero encontrarnos con personas así nos desconcierta cuando quizá sentimos en
nuestro interior muchos ramalazos de egoísmo y cuando nos dicen que la caridad
empieza por uno mismo. Es cierto que tenemos que amarnos porque de lo contrario
no seriamos capaces de amar a los demás, pero la generosidad del que se olvida
de sí mismo pensando siempre en los demás muchas veces nos deja descolocados.
Yo creo que, entre otros muchos mensajes que podríamos aprender de la
parábola que nos propone hoy Jesús en el evangelio, el sentido de la misma va
por ese camino. Es la generosidad de aquel hombre que no solo se preocupó de
que tuvieran trabajo – lo que es un acto también de justicia – aquellos obreros
desocupados a cualquier hora del día que los encontrara en la plaza, sino el
hecho de darle igualmente el salario digno para aquellas personas fuera la hora
en que hubieran comenzado a trabajar. ‘¿Es que vas a tener envidia porque yo
soy bueno?’, le responde a aquellos que le dicen que no es justo que les dé
a todos igual, cuando les está dando lo que en justicia había contratado con
ellos.
Son los caminos de Dios que muchas veces nos cuesta comprender. Ya nos
decía en el texto de Isaías que nuestros caminos no son sus caminos y nuestros
planes no son sus planes. Los planes y los caminos de Dios nos superan, y nos
superan precisamente desde el amor. Es el Señor compasivo y misericordioso que
tantas veces hemos escuchado en la Biblia y repetido con nuestros salmos.
Es el camino de la misericordia que tanto nos cuesta comprender y
vivir. Es muy fácil emplear la palabra misericordia, pero ser misericordioso de
verdad desde el corazón ya no lo es tanto. Pensamos en la justicia, pensamos en
que lo pague el que lo hizo, y ponemos nuestros ‘peros’ y nuestras trabas para
ser verdaderamente compasivos con los demás de manera que obremos con auténtica
misericordia porque pongamos amor de verdad en el corazón y con ese amor seamos
capaces de mirar al que ha errado o al pecador que ha hecho mal.
Cuantas veces habremos contrapuesto el amor, la caridad y la justicia preguntándonos
cuál es más principal o más importante. No están reñidos el amor y la justicia
ni mucho menos, pero el amor va mucho más allá cuando se nos ofrece la
misericordia del perdón, la generosidad del que da más de lo que incluso en
justicia merecemos, porque nos hace entrar en la plenitud de Dios que es Amor.
Si Dios es misericordioso y nos perdona, por qué nosotros los hombres
tenemos que poner penitencias y reparaciones que lo que hacen es marcar con
nuevos pesos en su conciencia al que ha hecho mal y se ha arrepentido. Ya nos
enseña Jesús que seamos compasivos y misericordiosos como nuestro Padre es
compasivo. Y ese es el camino de la perfección que nos propone.
Es el camino que hemos de aprender a vivir. Ya sé que esas cosas nos
desconciertan como decíamos al principio porque quizá nuestra mirada turbia
muchas veces nos hace sentirnos incapaces de actuar con esa generosidad; pero
entrar en esa órbita del amor y de la generosidad, no nos hace olvidar la
justicia, por supuesto, pero es que nos está regalando algo más de lo que ya en
justicia merece toda la dignidad del hombre porque el amor nos está elevando a
un estadio superior.
¿Seremos capaces de actuar siempre de esa generosidad? Probemos a
poner mucho amor en el corazón, ese amor que nos hace respetar y valorar a toda
persona, a reconocer su dignidad, a procurar siempre el bien, a buscar que toda
persona pueda ser feliz porque se sienta amado y se sienta regalado con nuestro
amor. Eso lo podremos hacer siempre con la fuerza del Espíritu del Señor que
anima nuestra vida.
No olvidemos que siempre hemos de dar testimonio del amor pero es que
nuestras obras de generosidad han de ser signos provocadores que nos recuerden
que podemos hacer entre todos una nueva humanidad.
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