No nos basta decir que sabemos muchas cosas de Dios si luego no lo manifestamos en las obras de fe y de amor de toda nuestra vida
Esdras 6, 7-8.12b.14-20; Sal 121; Lucas 8, 19-21
Eso yo ya lo sé, decimos o escuchamos decir tantas veces. Alguien que
nos hace una recomendación, algo que tratamos de enseñar a alguien y que puede
afectar a su comportamiento, nos lo sabemos, nos creemos que no necesitamos que
nadie nos diga algo. Pero de saber a hacer va un trecho, como se suele decir. Una
cosa es que nos sepamos las cosas y otra cosa es que las pongamos en práctica,
esa sea nuestra manera de hacer y de actuar. Con todo lo que sabemos el mundo tendría
que ir sobre ruedas, pero bien vemos cómo va, o mejor, bien vemos como es
nuestra manera de actuar en el diario de nuestra vida.
Conscientes o inconscientes, sabiendo lo que hacemos, o simplemente olvidándonos
de lo que deberíamos hacer, influenciados por nuestras propias pasiones o
simplemente dejándonos llevar por lo que todos hacen, lo cierto es que muchas
veces hay un trecho bien grande entre lo que decimos que sabemos y lo que
realmente luego hacemos. Será nuestra inconstancia, o será nuestra debilidad,
el miedo a ir contracorriente de lo que
todo el mundo hace o nuestras propias apetencias interiores, pero así vamos
caminando por la vida.
Hay mucha gente alrededor de Jesús que quiere escucharle. Tanto que
llega su madre y sus parientes y no pueden acceder a Jesús. Alguien se acercará
para decirle que por allí están su madre y sus hermanos – en aquella terminología
semita en que se llamaba hermano a todo pariente cercano – y Jesús no es que no
quiera atender a los suyos que llegan hasta El; quiere hacernos comprender que
si importantes son los lazos de la sangre y que siempre hemos de valorar, hay
otros lazos que se crean entre nosotros para producir una verdadera comunión que
es la fe en la Palabra de Dios que se hace vida en nosotros.
Nos dice el evangelista que Jesús mirando en su derredor y
contemplando a cuantos quieren escuchar su Palabra les responde. ‘Mi madre y mis hermanos son éstos: los que
escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra’.
Quienes creemos en Jesús
formamos una nueva comunidad; la fe en Jesús crea entre nosotros una nueva comunión;
escuchamos su Palabra y dejamos que fecunde nuestra vida; escuchamos su Palabra
y nos dejamos transformar por ella. Pero bien sabemos que escuchar no es solo oír
unos sonidos que llegan a nuestros oídos; escuchar es dejar que esa Palabra que
se nos trasmite llegue a lo más hondo de nosotros para hacerse vida en
nosotros; como la comida con que nos alimentamos que se transforma en esa energía
que nos hace mantener la vida de nuestro cuerpo, la Palabra es ese alimento que
se hace vida en nosotros y se manifiesta por las obras nuevas que realizamos.
No es solo saberla, oírla,
sino que escucharla es hacerla vida en nosotros. No nos basta decir que la sabemos porque la
hemos oído y la hemos quizá hasta grabado en nuestra memoria; no la grabamos en
la memoria sino en la vida, haciéndola vida nuestra. Ella será también nuestra
fortaleza porque nos llena del Espíritu de Dios para hacer frente a las
debilidades, las tentaciones, los cansancios, las desesperanzas y desilusiones,
la rutina y todo cuando pueda querer quitarle vida.
Aprendamos de María ‘la
que guardaba todas las cosas en su corazón’; aprendamos de María que merecería
un día la alabanza de que había creído y todo aquello en lo que había creído se
cumplía; aprendamos de María de la que Jesús también decía que era dichosa
porque guardaba en su corazón la Palabra de Dios y la ponía en práctica.
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