La luz crece en la medida en que la compartimos por eso tenemos que con entusiasmo contagiar a nuestro mundo de la verdad y de la luz del Evangelio
Esdras 1,1-6; Sal 125; Lucas 8,16-18
La luz crece en la medida en que la compartimos. Si nos la guardamos
para nosotros y no dejamos que otros puedan iluminarse con esa luz lo que hacemos es oscurecerlo todo. Imaginemos que
estamos en medio de una densa oscuridad, pero nosotros tenemos una lámpara
encendida si con nuestra luz ayudamos a que otros puedan encender sus lámparas
veremos cómo la luz va creciendo y todo puede llegar a llenarse de intensa
claridad. Por eso no nos la podemos guardar, no la podemos ocultar para solo
iluminarnos nosotros aunque tengamos que correr el riesgo de que al compartirla
pudiera verse amenazada su llama por los vientos que corren, pero al
compartirla se hace más fuerte y puede llegar a dar mejor resplandor.
Es lo que somos y lo que tenemos en la vida. no nos podemos encerrar
en nosotros mismos, no podemos actuar nunca de forma egoísta e insolidaria
queriendo eso bueno solo para nosotros; nuestra dicha estará en ver que ese
bien llega a los demás y hará surgir nuevas plantas de bien, de bondad, de
responsabilidad en la vida haciéndola cada día más preciosa. Todo lo bueno que
tengamos y seamos capaces de compartir veremos como fructificará y muchas
plantas bonitas de bondad que Irán surgiendo en nuestro entorno. Tenemos que
ser optimistas, tenemos que creer en que la bondad se puede multiplicar, que lo
bueno que hay en nosotros puede contagiar a los demás. Dichosos contagios.
Es lo que hemos de hacer con nuestra fe. Nos hemos acostumbrado quizá
a escuchar las palabras de Jesús enviando a sus discípulos por el mundo a
anunciar la Buena Nueva que ya lo oímos como si eso no nos afectara a nosotros.
Siempre tenemos que escuchar la Palabra de Jesús como una noticia nueva y buena
para nuestra vida; hemos de saber descubrir en cada momento lo que es la
novedad del evangelio y no acostumbrarnos a sus palabras que entonces ya no
serán evangelio para nosotros ni para el mundo que nos rodea. Esas palabras de Jesús
nos afectan, tienen que comprometernos en cada momento.
Con la imagen de la luz que hoy nos ofrece y que nos habla de que la
luz no la podemos ocultar debajo de la cama ni debajo de un cajón, sino que
tenemos que ponerla muy alta para que ilumine a todos, nos está diciendo lo que
tenemos que hacer en todo momento con esa luz de la fe que ilumina nuestra
vida. Tenemos que iluminar a los demás, tenemos que trasmitir esa buena noticia
del evangelio, nuestra vida resplandeciente por las obras del amor tiene que
ser signo de salvación para cuando nos rodean, tenemos que ser evangelio para
los demás por esa fe que encarnamos en nuestra vida.
Hemos descuidado demasiado esa responsabilidad de la trasmisión de la
luz del evangelio a los demás; nuestro mundo parece que se llena de sombras
porque pareciera que prevalece un mundo de violencia y de mentira, un mundo
insolidario y de hipocresía, un mundo de desconfianzas y de odios, un mundo
roto dividido y tan lleno de materialismo que ha perdido el sentido de lo
espiritual. No cargamos las tintas, pero es una realidad que nos rodea y que
nos puede contagiar, aunque es cierto también que a veces nos encontramos luces
buenas que tintinean por aquí y por allá. Tendríamos que aprovechar mejor esos
leves destellos de cosas buenas y justas que siempre aparecen para resaltarlo y
sirva de estimulo para buscar la luz verdadera que encontramos en Jesús.
¿Qué hemos hecho del evangelio en el que creemos y que decimos que es
el sentido de nuestra vida? ¿Cómo es que no hemos contagiado más a ese mundo de
los valores del evangelio?
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