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sábado, 15 de abril de 2017

Día de silencio y de soledad, pero con María aprendemos a que no falte en nuestro corazón la esperanza de una vida nueva con Cristo resucitado

Día de silencio y de soledad, pero con María aprendemos a que no falte en nuestro corazón la esperanza de una vida nueva con Cristo resucitado

Hoy es un día de silencio; un día en el que se palpa la soledad. Como cuando un hogar falta la cabeza, el ser querido que nos lo ha arrebatado la muerte. Tras los primeros momentos de dolor lacerante donde brotan espontáneamente los gritos, las suplicas, el alboroto ante lo indescifrable queda el silencio, buscamos la soledad, rumiamos en nuestro interior, no queremos palabras, nuestra mirada se queda perdida tratando de vislumbrar quizás un mas allá.
Es el silencio que arranco en la tarde del viernes y se prolonga hoy en todo el día. La Iglesia también hoy esta en silencio tras la muerte de Jesús. Nos arrimamos quizás mejor a la madre, nos acercamos a ella sin mucho alboroto, también ella esta en silencio, en soledad, pero nos dejamos acariciar por sus ojos de madre. La miramos y sabemos que ella nos mira. No hacen falta palabras, en ese silencio y soledad sabemos que esta ella.
Madre del dolor, dolorosa, madre de las angustias, madre de la amargura, madre de la soledad la llamamos en este día, pero también tenemos que llamarla la madre de la esperanza. Ella espera, como esperaba el nacimiento de su Hijo tras el anuncio del ángel, ahora la resurrección. Ella tiene la certeza, la seguridad porque ha plantado como nadie la Palabra de su Hijo en su corazón, y sabe que lo anunciado por Jesús se cumplirá. De ella queremos en nuestro silencio y en nuestra soledad aprender esperanza.
Por eso nos acercamos a ella, queremos estar con ella, en silencio, a su lado, dejando que su corazón de madre nos hable directamente a nuestro corazón. Es nuestra Madre, así nos la regalo Jesús como ultimo regalo antes de su muerte. La acogemos, la dejamos entrar en nuestro corazón, queremos aprender de su amor para amarla también con el amor intenso de los hijos, porque nos sentimos amados, porque sentiremos siempre su presencia en nuestro caminar.
Son tantas las soledades en que nos vemos envueltos en la vida, pero sabemos que tenemos un remedio, que hay una madre que estará siempre a nuestro lado y entonces nuestras soledades serán menos soledades. Con ella aprenderemos a no angustiarnos ni amargarnos, porque aunque la llamemos madre de las angustias o de la amargura, nunca esa angustia perturbo su corazón de manera que perdiera la esperanza, aun en medio del mayor dolor. Queremos aprender de ella, queremos que ella nos vaya dictando en nuestro corazón en cada momento como hemos de vivirlo, para que, aunque haya silencio, no nos perturbe la soledad porque nos sentiremos acompañados.
Pero no miramos solo nuestra soledad sino con María aprendemos a tener una mirada mas amplia para ver la soledad de tantos que caminan a nuestro lado desorientados quizás, con vacío en su corazón. Aprendamos de María a acercarnos delicadamente también a esos hermanos; no será necesario quizás muchas palabras, sino solo nuestra presencia; que nuestra presencia les hable a su corazón para que no se sientan solos; que nuestra presencia vaya llena de cercanía y de amor para saber estar a su lado, para tender la mano en el momento oportuno, para saber tener esa mirada de aliento que levante el corazón oprimido. Aprendamos de María. Como ella hace con nosotros hagamos también con los demás.
Sigamos así en silencio que ya no es soledad, con el corazón lleno de esperanza. A quien ayer contemplar expirar en lo alto del madero y luego ser llevado hasta el sepulcro al que ahora nosotros nos hemos acercado sabemos que lo contemplaremos victorioso y resucitado. Esta noche habrá un nuevo amanecer y la piedra del sepulcro se correrá sola y ya dentro del sepulcro no vamos a encontrar sino unas vendas por el suelo y un sudario doblado aparte. Y es que el Señor resucito y para nosotros ha vencido a la muerte. La esperanza no nos puede faltar en nuestro corazón. Estemos atentos para que resucitemos con El, para que con El salgamos también de las negruras de nuestros sepulcros, para que con El renazcamos a una vida nueva. Maria nos ayuda en silencio a mantener esa esperanza para alcanzar esa vida nueva.

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