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lunes, 10 de abril de 2017

Ojala seamos capaces de llenar nuestro mundo de esa nueva fragancia del amor que nace de nuestro encuentro con Jesús.

Ojala seamos capaces de llenar nuestro mundo de esa nueva fragancia del amor que nace de nuestro encuentro con Jesús.

Isaías 42, 1-7; Sal 26; Juan 12,1-11
‘Y la casa se llenó de la fragancia del perfume’. El perfume, ese líquido aromático que se usa para desprender un olor agradable. No nos gustan los malos olores, tratamos de suavizarlos con algún perfume; hay muchas variedades y podríamos decir que hay perfumes para todos los gustos; nos hacen sentir una sensación agradable y es agradable estar al lado de quien huele bien o en un lugar suavemente perfumado. Es como la naturaleza que nos da diferentes perfumes, los árboles, las flores en toda su diversidad, el mar, la montaña, cada lugar tiene su perfume y nos puede llenar de paz y serenar nuestro espíritu.
Pero un perfume no es solo quitar una mala sensación por un mal olor, sino que puede convertirse también en una ofrenda de amor, un signo de amistad, una expresión de esa cercanía que queremos sentir con alguien que nos es agradable. Regalamos perfumes a quien amamos, los recibimos con agrado de quien sabemos que nos quiere bien, nos hace recordar hermosos momentos vividos con alguien, porque todos tenemos nuestro olor con el que nos podemos hacer recordar y que pueden motivar muchos recuerdos y sensaciones vividos.
‘La casa se lleno de la fragancia del perfume’, nos dice el evangelio hoy. Jesús estaba participando en una comida en Betania, Marta como siempre servia, allí estaba Lázaro a quien Jesús había resucitado, y por allá apareció María, la que sabia ponerse a los pies de Jesús, ahora con un frasco de caro perfume de nardo purísimo. Ya sabemos lo penetrante del olor del nardo; y María lo derramo entero a los pies de Jesús. Muchas cosas quería expresar aquella mujer a Jesús, a quien tanto amaba; podía estar el recuerdo de su vida anterior y su encuentro con Jesús, podría ser el recuerdo de aquellos momentos vividos a sus pies escuchando sus palabras, podría ser la expresión de la gratitud por la vuelta a la vida de su hermano Lázaro por la obra de Jesús.
Habrá siempre alguien interesado que no sabe interpretar los signos y los gestos. En este caso no vendrá la interpelación desde los que querían quitar de en medio a Jesús sino de uno de sus propios discípulos, pero en quien estaba entrando la negrura en su corazón. Aquel dinero gastado en el perfume se podría haber empleado de otra forma; y se quiere justificar en querer darlo a los pobres, pero ya el evangelista nos descubre cuales eran las intenciones torcidas de quien se presentaba ahora con cara de bueno. Jesús quiere quitar hierro a la disputa que se puede crear y resalta lo que aquella mujer hace, explicando que de alguna manera se esta adelantando a lo que habría que hacer con su sepultura, pero que con las prisas del viernes en la tarde no podrán realizar debidamente. Pero es que Jesús lo que quiere resaltar es el amor de aquel corazón.
Nos aprestamos nosotros a celebrar la pasión y la muerte de Jesús. Hemos iniciado ya el camino de la semana santa y nos acercamos a los días del triduo pascual. Creo que hoy podríamos tomar el camino de María de Betania y querer acercarnos a Jesús para perfumar también sus pies, esos pies que nos señalan los pasos que nosotros hemos de ir dando, de ir siguiendo. Podemos ofrecer también nosotros un perfume que tiene que ser necesariamente el perfume de nuestro amor.
Primero quizás tendríamos que quitar de nosotros los malos perfumes, el mal olor del pecado que hayamos dejado meter en nuestra vida. Busquemos a Jesús con el perfume del perdón que nos purifica. Pero intentamos ya comenzar a dar ese buen olor de Cristo porque de Cristo nosotros nos impregnemos en su amor. Es en Cristo donde podemos encontrar ese perfume. Es en su amor en el que tenemos que sentirnos envueltos para que lleguemos a dar ese buen olor de Cristo.
Nardos, rosas, jazmines, miles de flores olorosas en las que tenemos que sumergirnos para llenarnos de ese buen olor del amor. Un olor de amor que tenemos que expresar de mil diferentes maneras entre aquellos con los que convivimos, con aquellos a los que podemos o tenemos que acercarnos y a los que encontraremos cada uno en sus propias circunstancias de su vida; a cada uno, según su necesidad o su carencia, según lo que vive o lo que ansia en su corazón nosotros nos acercaremos con los gestos de nuestro amor, unos gestos bien individualizados, personalizados, porque de forma muy concreta amaremos a cada uno.
Ojala seamos capaces de llenar nuestro mundo de esa nueva fragancia del amor que nace de nuestro encuentro con Jesús.

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