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miércoles, 2 de noviembre de 2016

Un día lleno de emoción en el recuerdo de nuestros difuntos que vivimos en la esperanza de que un día podamos gozar todos juntos de la gloria de Dios en el Reino de los cielos

Un día lleno de emoción en el recuerdo de nuestros difuntos que vivimos en la esperanza de que un día podamos gozar todos juntos de la gloria de Dios en el Reino de los cielos

Job 19,1.23-27ª; Sal 24; Filipenses 3,20-21; Juan 14, 1-7

Hay momentos en la vida en que afloran los sentimientos y las emociones, ya sea por cosas o acontecimientos que nos impresionan o nos agradan o ya sea porque el recuerdo nos trae al presente momentos vividos con intensidad o personas que no estando ya con nosotros sin embargo fueron importantes en nuestra vida. Hoy es uno de esos días en que por los recuerdos en este caso de los seres queridos que ya no están con nosotros somos fáciles a los momentos emotivos y salen a flote todas nuestras emociones más sentimentales.
Son importantes en nuestra vida esas emociones o ese revivir los sentimientos gratos que hayamos vivido y que no podemos ni tenemos que reprimir. Pero hay algo más nosotros que marca la pauta de nuestra vida, el sentido de nuestro vivir que son esos principios fundamentales que nos rigen y es también el sentido de trascendencia espiritual que le damos a nuestra existencia. Es donde de una forma razonable aparece nuestra fe, esa fe que nos da sentido y que nos da valor; esa fe que encauza por un buen sentido esas emociones y esos sentimientos.
Es así como hemos de darle un verdadero sentido espiritual y cristiano, llenos de trascendencia, al recuerdo de nuestros seres queridos difuntos, que hoy de una manera especial la Iglesia no invita a conmemorar. Es lo que llamamos el día de difuntos, pero que hemos de saber vivir desde nuestra esperanza cristiana. No será entonces un solo recuerdo lleno de dolor, aunque esa pena de la separación de nuestros seres queridos siempre la tengamos en el corazón. Es algo más y a lo que tenemos que darle una verdadera profundidad cristiana.
No pensamos los cristianos en los muertos como seres que ya desaparecieron para siempre y que se ven consumidos en la nada. Los cristianos vivimos en una esperanza de resurrección y de vida eterna. Los cristianos damos una trascendencia a nuestra viva que nos hace mirar más allá del umbral de la muerte. Para nosotros quienes han muerto a la realidad de este mundo viven, porque nosotros creemos en la vida eterna porque creemos en la palabra de Jesús.
Se queda envuelta de alguna manera por las sombras del misterio como va a ser esa vida eterna, pero en nuestras ansias y sed de Dios y de plenitud tenemos la esperanza de poder vivir esa plenitud en Dios. Por eso nuestro recuerdo cargado de sentimientos y emociones se hace oración, porque uniéndonos a Dios en nuestra oración de alguna manera nos sentimos unidos a quienes tenemos la esperanza de que vivan en Dios para siempre.
Nuestra oración se hace acción de gracias recordando cuanto de bueno vivimos en este mundo con esos seres queridos que ahora recordamos y cuanto recibimos y aprendimos de ellos. Y nuestra oración se hace también suplica e intercesión porque, sabiendo que todos somos limitados y llenos de debilidades, ahora pedimos el perdón y la misericordia divina sobre esos seres amados para que puedan vivir para siempre esa plenitud en Dios que llamamos cielo.
Nuestro recuerdo y oración se nutre en la esperanza y llena aún más de esperanza nuestra vida, porque ansiamos que un día podemos gozar todos juntos de esa plenitud de Dios en el cielo. ‘Recibelos en tu reino, pedimos a Dios en nuestra oración, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria’.

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