Necesitamos esa palabra y esa mano de Jesús que nos levante y nos llene de paz
¡Cómo nos gustaría
escuchar que también nos dice Jesús: ‘Levántate, toma tu camilla y vete a tu
casa’! Necesitamos
siempre esa mano que nos tiende Jesús para levantarnos, esa palabra que nos
dice ‘¡levántate!’.
Seamos sinceros primero que nada con nosotros mismos.
No podemos contemplar este episodio del evangelio - de todas maneras ningún
episodio del evangelio - como si fuéramos menos espectadores. Por así decirlo,
tenemos que meternos en la escena. El centro será siempre Jesús, pero ¿por qué
no nos vemos en este caso reflejados, representados en aquel paralítico que
hacen llegar hasta Jesús?
Serán nuestros dolores y enfermedades corporales con
las que también nos presentamos ante Jesús, pero hay otras parálisis en nuestra
vida, otras cosas que nos tienen postrados muchas veces. En este caso hemos
escuchado que lo primero que Jesús hace cuando ponen ante Él a aquel paralítico
es perdonarle los pecados, a pesar del revuelo que se armó enseguida por parte
de aquellos escribas y fariseos que allí estaban sentados como espectadores
viendo cuánto sucedía para tener siempre una palabra, un juicio, una condena.
Sí, hasta Jesús nos acercarnos con la parálisis y
muerte de nuestros pecados, de nuestra condición pecadora, porque El es el
único que nos puede perdonar, nos puede hacer llegar su salvación. Pero quizá
también hay otros sufrimientos en nuestra vida, agobios y problemas que nos
quitan la paz, tibiezas y frialdades que nos llenan de dudas y de
desconfianzas, rutinas que nos envician y con las que tenemos el peligro de
caer por la resbaladiza pendiente que nos puede llevar finalmente a un
enfriamiento de nuestra fe o incluso al pecado.
Necesitamos, sí, esa palabra de Jesús que nos levante;
sentir como se adelanta hasta nosotros su mano para levantarnos, para
despertarnos de nuestros ensueños y rutinas, para ponernos en un camino de paz
en el corazón, para sentir el gozo de su presencia y la certeza de que su
gracia no nos abandona nunca.
Vayamos hasta Jesús; dejémonos conducir hasta Jesús.
Dejemos que Jesús actúe en nosotros, actúe en nuestra vida para escuchar su
palabra salvadora, para sentir el gozo de su salvación. Y finalmente no nos
olvidemos de una cosa, seamos capaces de darle gloria al Señor reconociendo
cuánto realiza en nosotros, cuánta gracia derrama sobre nuestra vida.
Como decíamos en el salmo ‘no olvidéis las acciones del Señor’. Demos gloria al Señor que nos
levanta y nos pone en camino de gracia y de paz.
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