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viernes, 16 de enero de 2015

Necesitamos esa palabra y esa mano de Jesús que nos levante y nos llene de paz

Necesitamos esa palabra y esa mano de Jesús que nos levante y nos llene de paz


¡Cómo nos gustaría escuchar que también nos dice Jesús: ‘Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’! Necesitamos siempre esa mano que nos tiende Jesús para levantarnos, esa palabra que nos dice ‘¡levántate!’.
Seamos sinceros primero que nada con nosotros mismos. No podemos contemplar este episodio del evangelio - de todas maneras ningún episodio del evangelio - como si fuéramos menos espectadores. Por así decirlo, tenemos que meternos en la escena. El centro será siempre Jesús, pero ¿por qué no nos vemos en este caso reflejados, representados en aquel paralítico que hacen llegar hasta Jesús?
Serán nuestros dolores y enfermedades corporales con las que también nos presentamos ante Jesús, pero hay otras parálisis en nuestra vida, otras cosas que nos tienen postrados muchas veces. En este caso hemos escuchado que lo primero que Jesús hace cuando ponen ante Él a aquel paralítico es perdonarle los pecados, a pesar del revuelo que se armó enseguida por parte de aquellos escribas y fariseos que allí estaban sentados como espectadores viendo cuánto sucedía para tener siempre una palabra, un juicio, una condena.
Sí, hasta Jesús nos acercarnos con la parálisis y muerte de nuestros pecados, de nuestra condición pecadora, porque El es el único que nos puede perdonar, nos puede hacer llegar su salvación. Pero quizá también hay otros sufrimientos en nuestra vida, agobios y problemas que nos quitan la paz, tibiezas y frialdades que nos llenan de dudas y de desconfianzas, rutinas que nos envician y con las que tenemos el peligro de caer por la resbaladiza pendiente que nos puede llevar finalmente a un enfriamiento de nuestra fe o incluso al pecado.
Necesitamos, sí, esa palabra de Jesús que nos levante; sentir como se adelanta hasta nosotros su mano para levantarnos, para despertarnos de nuestros ensueños y rutinas, para ponernos en un camino de paz en el corazón, para sentir el gozo de su presencia y la certeza de que su gracia no nos abandona nunca.
Vayamos hasta Jesús; dejémonos conducir hasta Jesús. Dejemos que Jesús actúe en nosotros, actúe en nuestra vida para escuchar su palabra salvadora, para sentir el gozo de su salvación. Y finalmente no nos olvidemos de una cosa, seamos capaces de darle gloria al Señor reconociendo cuánto realiza en nosotros, cuánta gracia derrama sobre nuestra vida.
Como decíamos en el salmo ‘no olvidéis las acciones del Señor’. Demos gloria al Señor que nos levanta y nos pone en camino de gracia y de paz.

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