Al celebrar el Bautismo del Señor recordamos con gozo que nosotros sentimos también que Dios nos ama y nos llama hijos.
Celebramos hoy la fiesta del Bautismo del Señor con la
que se culminan todas las fiestas de la Navidad y la Epifanía del Señor.
Siempre nos preguntamos qué significado tiene este hecho en la vida de Cristo
porque ni necesitaba el bautismo penitencial de Juan ya que en El no había
pecado, ni tampoco el bautismo que nosotros recibimos que precisamente en su
nombre a nosotros nos hace hijos de Dios.
Quiso Jesús, decimos, ponerse en la fila de los
pecadores que se acercaban a Juan porque cargaba con nuestros pecados. Daría
pie para que luego Juan lo pudiera señalar como el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo, precisamente tras toda la manifestación de la gloria de Dios
que en el momento del bautismo se realizó.
Aquel sobre quien veas bajar el
Espíritu es el que viene a bautizar en el Espíritu se le había revelado a
Juan. Luego el Bautista daría testimonio de ello.
El relato evangélico de Marcos que escuchamos en este
ciclo es muy parco en palabras. Nos dirá que ‘apenas Salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia
El como una paloma. Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi hijo amado, mi
predilecto’.
Recordemos la experiencia que cualquiera de nosotros
haya tenido en algún momento en que se nos haya dicho que se nos ama, que se
nos quiere. Recordemos la experiencia que habremos tenido con toda seguridad
cuando hemos escuchado a nuestro padre que nos decía, ‘hijo, te quiero’. Serán palabras que llevaremos grabadas para
siempre en lo más hondo de nuestro corazón y que nunca olvidaremos.
Es lo que oyó Jesús decir desde la voz del Padre del
cielo: ‘¡Tú eres mi hijo amado!’ Será
la palabra que Jesús llevará para siempre marcada en su vida sintiéndose amado
del Padre y que será su fuerza y su vida para toda la misión que había de
realizar. ¡Padre! decía Jesús en su
oración. Se lo oiremos repetir en muchos momentos del evangelio. El Padre al
que se sentía unido en el amor - no olvidemos que el amor es el que hace la
unidad de las tres divinas personas en la Santísima Trinidad - porque no venía
sino a hacer su voluntad.
Es la Palabra que le llevará hasta la Pascua, y aunque
le cueste realizar su voluntad, siempre la voluntad del Padre está por encima
de todo, porque es la voluntad del que le ama. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’. Y aunque en un momento
gritará clamando a Dios con el salmo porque siente la soledad de la pasión,
finalmente terminará poniéndolo todo en las manos del Padre. ‘En tus manos, Padre, encomiendo mi
espíritu’.
Es la Palabra que también nosotros podemos y tenemos
que decir, porque antes también nos hemos sentido llamados hijos amados de
Dios. En esto consiste el amor, nos dirá san Juan, en que Dios nos amó primero.
Qué gozo sentirnos amados de Dios; qué gozo sentirnos hijos de Dios, a quienes
Dios ama como cantamos también con los ángeles en la liturgia.
Es lo que tenemos que vivir. Es donde vamos a encontrar
la fuerza para vivir cada momento de nuestra existencia aunque también muchas
veces humanamente sintamos nuestras soledades y aunque nos duela el corazón.
Pero sabemos que alguien no nos abandona nunca porque nos ama: es Dios que es
nuestro Padre. Es lo que tenemos que manifestar también con nuestra forma de
vivir; es el testimonio que hemos de dar ante el mundo que nos rodea.
Contemplamos el Bautismo de Jesús y comprendemos mejor
su significado y su sentido. Recordamos nuestro bautismo desde el cual también
nosotros comenzamos a sentirnos hijos amados de Dios. Al celebrar el Bautismo
del Señor recordamos con gozo que nosotros sentimos también que Dios nos ama y
nos llama hijos. Vivamos en consecuencia.
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