Para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de nuestra salvación
Cuando en la vida nos aparece el sufrimiento, ya sea
por la enfermedad que daña nuestro cuerpo, por las limitaciones que nos vayan
apareciendo en la vida a causa de nuestras debilidades o también por el paso de
los años, ya sea por las injurias que podamos recibir de los demás o por los
problemas que nos afectan y nos agobian, nos cuesta aceptarlo, nos rebelamos en
ocasiones o surgen muchas preguntas en nuestro interior sobre el sentido de
todo lo que nos está pasando, poniendo en peligro en ocasiones incluso hasta
nuestra fe. A nadie la gusta el sufrimiento que muchas veces se puede convertir
en una prueba muy dolorosa también en un sentido espiritual.
El creyente que sigue a Cristo en El busca y quiere
encontrar respuestas. Le miramos a El, el justo y el inocente, que al asumir
nuestra naturaleza humana haciéndose hombre como nosotros lo veremos también
envuelto en dolores y sufrimientos. Contemplamos el acoso que sufrió de parte
de quienes no le entendían ni le aceptaban, pero sobre todo le contemplamos en
su pasión y en su cruz. Fue su Pascua que para nosotros fue vida y salvación.
Fue su Pascua que fue su entrega de amor en la ofrenda que de sí mismo había
hecho desde su entrada en el mundo, ‘aquí
estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’.
Es por ese camino donde tenemos que encontrar esa
respuesta que buscamos, ese sentido y
ese valor que hemos de aprender a darle a nuestros sufrimientos. No es fácil;
como decíamos antes, a nadie le gusta el sufrimiento. Pero nuestra vida
encuentra sentido desde el amor. Y
primero que nada miramos el amor de Dios que se nos manifiesta en Jesús; que se
nos manifiesta en Jesús en su entrega suprema de amor que fue su pascua, que
fue su pasión y su muerte que culminó en la resurrección.
De eso nos ha hablado hoy la carta a los Hebreos que
estamos escuchando en la primera lectura de la liturgia. ‘Al que Dios había hecho poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos
ahora coronado de gloria y honor por su pasión y su muerte’. Fijémonos en
lo que nos dice ‘coronado de gloria y honor por su pasión y su muerte’. No fue
ignominia, sino camino de gloria y honor. ‘Dios,
para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una
multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al
guía de nuestra salvación’. Gracia redentora para todos los hombres fue el
sufrimiento de Cristo en su Pascua. Ofrenda de amor para nuestra salvación.
¿Encontraremos ahí un sentido y un valor para nuestros
sufrimientos? ¿Encontraremos en Cristo esa respuesta que necesitamos y que
ilumine nuestra vida ensombrecida por el sufrimiento? Cuestión de amor,
cuestión de ofrenda de nuestra vida para darle ese valor también redentor y de
gracia. Es pascua, decimos, porque ahí y así pasa Dios por nuestra vida, aunque
nos cueste verle o que en ocasiones sea duro. Cuando encontramos ese sentido se
convierte también para nosotros en una purificación de nuestra vida, y a la
larga de una consagración de nuestra vida. Será manifestación de la gloria y el
honor del Señor en nuestra vida. Será cauce de salvación y de gracia también
para los demás.
¿Aprenderemos a hacerlo? ¿Sabremos decirle sí al Señor?
Sabemos que no nos faltará nunca su gracia que nos fortalece y su luz que nos
ayuda ver el camino. Que todo sea siempre para la gloria de Dios. La pascua
siempre termina en vida, en luz, en resurrección. Que podamos alcanzarla.
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