Conservemos íntegro el temple primitivo de nuestra fe para no caer en la rebelión ni la desesperanza
‘Somos partícipes de
Cristo, si conservamos firme hasta el final el temple primitivo de nuestra fe’. Así terminaba el texto de la carta
a los Hebreos que hoy se nos ha proclamado. Llega a esta conclusión después de
invitarnos a escuchar la voz del Señor en el hoy de nuestra vida, por muy difícil
que sea la situación que vivamos, para que no endurezcamos nuestro corazón de
manera que nos llevara a la rebelión o a la increencia.
Hace referencia a aquel episodio que vivieron los
israelitas mientras peregrinaban por el desierto camino de la tierra prometida.
El camino era duro; era un desierto y no se podía pensar en comodidades, sino
más bien en dificultades, sacrificios, carencias de todo tipo, cansancio y
hasta pérdida de la esperanza. No tenían agua, no tenían comida, todo era
dificultades; hubo momentos de rebelión. Como nos sucede en los caminos de la
vida cuando arrecian las dificultades. Por eso nos insistía el texto sagrado en
mantener firme ‘el templo primitivo de
nuestra fe’.
Una fe que nos haga acudir con confianza al Señor con
la seguridad que en su amor y en su misericordia nos escucha. Es la situación
del leproso del que nos habla el evangelio. No era fácil la vida de un leproso
que no solo tenía que sufrir el dolor de la enfermedad sino también el de la
soledad, el abandono y la marginación. Ya sabemos cómo tenían que vivir
aislados de la comunidad, lejos de la familia, sin poder acercase a nadie, en
perpetua marginación. ¿Rebeldía en el corazón? Lo veríamos muy normal y muy
humano, porque en situaciones así uno se siente sin fuerzas. Pero aquel hombre
había oído hablar de Jesús y a Jesús acudió con toda confianza, saltándose
incluso las normas y leyes que le impedían acercarse a las personas sanas. Pero
el buscaba a quien pudiera sanarle, a quien pudiera restituirle la salud.
‘Se acercó a Jesús un
leproso, suplicándoles postrado ante El: Si quieres, puedes limpiarme’. Y allí está el amor de Jesús. ‘Sintiendo lástima extendió la mano y lo
tocó diciendo: Quiero, queda limpio’.
Suplicamos también nosotros a Jesús postrándonos ante
El con fe. ‘Si quieres, Señor…’ Que
se extienda también la mano de Jesús sobre nuestra vida. Que llegue en verdad
su vida y su salvación a nosotros. Que no decaiga nuestra fe. Que se mantenga
firme, como nos pedía la carta a los Hebreos. Porque muchas turbulencias puede
haber en nuestra vida que nos hagan dudar, tener miedo, acobardarnos, endurecérsenos
el corazón.
Que sintamos que ‘hoy’
también llega la mano del Señor sobre nuestra vida con su salvación,
respondiendo a nuestra suplica llena de fe y de esperanza. Con humildad nos
postramos también ante Jesús reconociendo nuestra lepra, nuestro mal, nuestro
pecado. En El tenemos seguro la salvación. Que nos vaya dando señales.
buen día,
ResponderEliminartrato de siempre leerlos todos los días, pero desde hace más de un mes, no han vuelto a colocar las lecturas diarias. Gracias... Saludos desde COLOMBIA....