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sábado, 31 de agosto de 2013

El evangelio una escuela de valores para todo hombre

1Tes. 4, 9-11; Sal. 97; Mt. 25, 14-30
El mensaje del evangelio, que ilumina la vida nuestra de cada día, nos va haciendo resaltar esos valores humanos que nos van engrandeciendo cada día más y que se convierten en camino de santificación para nuestra vida.
Hemos de estar muy atentos a todo lo que vamos escuchando en el evangelio que nunca es ajeno o indiferente a lo que es nuestra vida de cada día y hemos de saber escuchar su mensaje no como palabras bonitas que nos encantan en los oídos al escucharlas, sino como semilla de vida y de gracia para nuestra vida.
Cuando escuchábamos ayer la parábola de las lámparas encendidas se nos estaba hablando, por ejemplo ya que serían muchas las cosas que habría que destacar, de la responsabilidad con que hemos de vivir nuestra vida y la constancia y perseverancia en lo que nos proponemos hacer, aunque nos sea dificultoso; se nos hablaba de una esperanza que no es pasividad sino más bien de una esperanza que nos empuja y nos impulsa a la vigilancia y el cumplimiento de nuestros deberes sin cansarnos nunca.
Hoy hemos escuchado otra parábola de Jesús, la parábola que llamamos de los talentos. Unos talentos que en diferentes cantidades un hombre confía a sus empleados para que los administren mientras él está de viaje. Diferente será la forma de actuar de aquellos empleados porque mientras unos con responsabilidad los pusieron en producción, el otro, lleno de miedo, lo ocultó para no perder el talento que se le había confiado, pensando que así era mejor, pero no obteniendo ningún beneficio como se esperaba de él.
La parábola se expresa en términos materiales o pecuniarios, pero no olvidemos que siempre es como un ejemplo que luego ha de trascender en nuestra vida para saberla aplicar a todo lo que es la realidad de nuestra existencia. Pero de algo importante nos está hablando y creo que todos hemos de saber deducir desde un primer momento, es la responsabilidad con que hemos de asumir nuestra vida y todo lo que tenemos en nuestras manos, ya sean los bienes materiales que poseamos como todos esos otros valores y cualidades de las que está adornada nuestra vida.
Nada de eso lo podemos encerrar en nosotros mismos sino que hemos de pensar en la responsabilidad que hemos de asumir no solo ante nosotros y nuestra propia conciencia, sino también en una referencia a ese mundo en el que vivimos, donde desarrollamos nuestra vida, y donde tenemos que compartir no solo lo que tenemos sino también y principalmente lo que somos.
Podemos pensar en ese mundo con toda la riqueza de la vida y todos sus valores que Dios ha puesto en nuestras manos - y lo hacemos desde una actitud creyente -, pero pensamos también en nuestra vida personal. Un mundo que tenemos que desarrollar y mejorar, una riqueza que contiene ese mundo que no es para unos pocos, sino que es algo de toda la humanidad y que hemos de saber respetar y hacer que en verdad beneficie a toda la humanidad. Cuantas conclusiones tendríamos que sacar de aquí para la responsabilidad con que hemos de vivir en medio de ese mundo y de esa sociedad de la cual no podemos desentendernos. ¿Muchas veces no nos cruzaremos demasiado de brazos desentendiéndonos del mundo y de la sociedad que nos rodea o en la cual vivimos?
Y pensamos en nuestros valores y cualidades, lo que somos, lo que es nuestra vida, lo que hemos recibido y nos ha enriquecido personalmente que no pueden ser como un adorno que pongamos solo para nosotros para llenarnos de vanidad. Todo eso ha de tener una repercusión en los demás, en lo que podemos hacer por los otros, con lo que podemos enriquecer su vida para hacerlos más felices, en todo lo que tenemos que compartir para no quedarnos nunca en una actitud egoísta.
Y todos tenemos unos valores, unas cualidades, unos talentos. No puedo encerrarme en mi mismo pensando que solo son para mi, ni puedo encerrarme en mi mismo diciendo que yo no valgo nada. Con humildad y con espíritu también de acción de gracias hemos de saber reconocer lo que valemos. Seamos quienes seamos, tengamos la edad que tengamos o incluso las limitaciones físicas que puedan acompañarnos a causa de los años, siempre hay algo que yo pueda ofrecer a los demás. Porque somos mayores o porque tenemos unas limitaciones físicas podríamos tener la tentación de que no valemos, pero lejos de nosotros ese pensamiento. Nuestro yo y nuestra persona es algo mucho más hondo y más valioso que todo eso. No reconocerlo podría hasta convertirse en un orgullo que tendríamos que quitar de nuestra vida.

Ya sabemos, el evangelio nos hace pensar en todos esos valores que hay en nosotros y que no podemos enterrar. Démosle gracias a Dios por esa luz que es para nuestra vida el evangelio y como nos hace engrandecernos porque nos llena de dignidad.

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