Ven, bendito de mi Padre a heredar
el reino porque me diste tu amor
Mt. 25, 31-46
‘Os aseguro que cuando
lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis’, responde Jesús. Nos está hablando
del juicio final; ‘venid, benditos de mi
Padre… estaba hambriento… estaba enfermo… era forastero… y me diste de comer…
me acogiste y me curaste…’
Nos está señalando donde podemos verle, encontrarle,
atenderle, mostrarle nuestro amor. Por la fe pensamos en todo el inmenso
misterio de Dios que lo llena todo y que nos hace sentirle en todas partes. Le damos
el sí de nuestra fe y nos postramos ante El en adoración reconociendo su
presencia. Por la fe podemos descubrirle y sentirle de forma maravillosa en los
sacramento teniendo la certeza de que ahí está el Señor y podemos alimentarnos
de El y adorarle en la Eucaristía o podemos sentir su amor que nos perdona y
restaura nuestra vida llenándonos de su vida.
Pero no sólo ahí ha querido hacerse presente el Señor.
Tenemos, sí, que despertar nuestra fe y vivirla con toda intensidad, pero al
mismo tiempo tenemos que abrirnos al amor
y uniendo esa fe y ese amor podemos verle, sentirle, palparle y mostrarle
todo nuestro amor. Será entonces cuando le descubrimos en el amor, cuando le
vamos a mostrar nuestro amor en el pobre o el que sufre a nuestro lado. Es de
lo que nos está hablando hoy en el evangelio. Y será tan esencial descubrir esa
presencia que de ello va a depender toda nuestra felicidad eterna.
Para nosotros se abre la heredad del reino de los cielos
cuando lleguemos a descubrir esa presencia de Jesús en el hambriento, en el que
sufre, en el que está solo y abandonado, en el enfermo o en el peregrino o
forastero que llega a nuestra vida. Porque amando a ese hambriento y dándole de
comer estaremos de verdad amando a Jesús y mereciendo entonces que se nos abran
las puertas del reino de los cielos.
Es lo que hemos escuchado hoy en el evangelio. Tiene que
hacernos pensar esto que estamos escuchando y tendremos entonces que aprender a
descubrir esa presencia de Jesús y a manifestarle nuestro amor. Muchas veces
somos más devotos para quedarnos extasiados ante una imagen religiosa que para
quedarnos extasiados y llenos de amor ante una imagen viva de Jesús en el pobre
que se acerca a nosotros tendiéndonos su mano y solicitando nuestro amor.
Estamos escuchando y meditando este hermoso mensaje del
evangelio cuando estamos celebrando a una santa que supo comprender a la
perfección este hermoso mensaje. Hoy celebramos a Santa Teresa Jornet e Ibars
fundadora con el venerable P. Saturnino de la congregación de las Hermanitas de
los Ancianos Desamparados y patrona de la Ancianidad.
Dios fue perfilando con suma delicadeza el alma de
Teresa Jornet forjando su espíritu para llegar a entregarse como ella lo hizo a
la acogida y atención de los ancianos desamparados. Su vocación se fue
clarificando poco a poco en su vida pasando por numerosas pruebas que la fueron
conduciendo desde el magisterio para el que se había preparado en sus estudios,
por la vida contemplativa que tuvo que abandonar porque en los tiempos difíciles
que le tocó vivir, a mediados del siglo XIX, le impidieron consagrarse por ese
camino, para terminar según los planes de la providencia divina fundando la
congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
Supo realizar en su vida lo que hoy nos enseña el
evangelio, porque supo descubrir esa presencia de Jesús en el anciano
desamparado y allí puso todo su amor al Señor en su servicio. No vamos a
extendernos ahora en el recorrido de su vida y de la fundación de la Congregación,
sino que su testimonio nos sirva a nosotros de estímulo para que como ella
sepamos abrir los ojos para descubrir a Cristo que llega a nosotros en el
hermano que pasa a nuestro lado y sobre todo en la persona que sufre o pasa
necesidad.
Ojalá podamos escuchar al final de los tiempos esas
palabras de Jesús, ‘ven, bendito de mi
Padre, porque tuve hambre, estaba solo, mi corazón estaba lleno de amarguras y
tú me atendiste, me consolaste, me diste todo tu amor’.
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